Todo va a estar bien...

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Midoriya Izuku calificaba con todas sus características como: perdedor y nerd. Y es que, a decir verdad, no era la persona más linda del instituto. Siempre encorvado, sosteniendo firmemente libros pesados y gruesos entre sus brazos, su desordenado cabello cubriendo gran parte de su frente, manteniendo siempre oculta su mirada esmeralda y procurando a cada instante no sonreír, pues su dentadura no era muy buena que digamos.

Pero aún a pesar de eso, tenía un par de amigos que consideraba incondicionales y nada superficiales.

Suspiró. Le ponía tan triste tener que dejarlos, pero nada podía hacer. Era orden de su padre; él y su madre ya estaban al tanto del bullying que le hacían a diario, y no querían soportar que su hijo, que su pequeño retoño regresara a casa con moretones y rasguños en su carita.

— ¡Ey, nerd!— sus músculos se tensaron al escuchar la áspera voz de él, su amigo de la infancia y amor no correspondido. Intentó pasar de largo, pero una gran mano se posó en su hombro, deteniendolo. Su corazón latió deprisa, asustado— Oyeeee ¿No ves que te estoy hablando, jodido homo?— reclamó con desprecio.

Quienes circulaban por el pasillo miraban con burla al pecoso, y algunos con pesar y lástima. Desafortunadamente, Iida y Uraraka no estaban allí para ayudarle, como siempre lo hacían.

— No-no t-t-te escuché...— tartamudeó Midoriya manteniendo la mirada baja, evitando siempre la mirada rubí del que consideró su amigo alguna vez.

Las lágrimas llenaron sus ojitos una vez más. ¿Por qué era así? ¿Por qué con él? ¿Qué había hecho para ganar tanto odio?

— "Ni ti iscuchí"— repitió burlón, varios se rieron y otros tantos retomaron su camino para llegar a tiempo a sus salones. Pasó su brazo por los menudos y delgados hombros del peli verde, y le susurró al oído algo que le dió escalofríos— Ve al edificio B a la salida, maldito nerd.

Asintió débilmente, apretando sus labios y libros entre sus brazos, lágrimas cayendo a lo largo de sus pecosas y rosadas mejillas. Otra vez iba a suceder... Pero iba a ser la última.

Bakugo lo empujó haciéndole golpear contra los casilleros, y siguió con el camino que él también debía tomar una vez que todos esos ojos inquisidores ojos se fueran. No pasó mucho cuando eso sucedió.

Se limpió la cara y suspiró. Un último esfuerzo, una última vez a todo.

Un último 'plus ultra', se intentó dar ánimos.

[…]

— ¿Pero qué es esta mierda?— interrogó Katsuki, mirando con gran desagrado la libreta que Izuku consideraba como algo sagrado, pues allí sólo tenía dibujos y fotos de "Kacchan".

— ¡Amigo, eso es enfermo!— rió uno de los compañeros del peli cenizo.

— Estás trastornado— dijo otro, sonriendo con desprecio y mofa.

Sus lágrimas corrían abiertamente, de nuevo, por su rostro rojo y suplicante— ¡Ya deja de ver eso!— gritó.

Grave error.

La libreta se estrelló contra su rostro violentamente, rompiéndole el tabique y causándole una pequeña hemorragia. Ahogó un grito, pero rápidamente se apresuro a resguardar la libreta entre sus brazos. Hasta que sintió un fuerte golpe en la boca del estómago que lo dejó sin aire. Dolía. Dolía como el mismo infierno. Se retorció en el suelo intentando respirar, mientras la sangre escurría y manchaba el pavimento y su rostro.

— Maldito pervertido de mierda— pronunció Bakugo, golpeando con su pie las piernas del peli verde, una, y otra, y otra vez— Muérete hijo de puta. Muere. Muere. MUERE— gritó. Sus compañeros se asustaron por su comportamiento errático.

El pequeño cuerpo de Izuku ahora era una masa de carne temblorosa y magullada, llena de golpes y moretones. Ya no se movía. No porque no quisiera, sino porque estaba tan exhausto de luchar, de intentar pelear sabiendo que jamás ganaría.

Solo podía llorar. Y llorar. Y quejarse. Y sangrar. Solo algo lo mantenía feliz, cuerdo y con ganas de regresar a casa; esa sería la última paliza que Bakugo le daría, y Uraraka e Iida se encargarían al otro día de hacerlo sentir como él se sintió durante todo ese tiempo.

Jamás lo volvería a ver. Y tampoco a Iida o Uraraka, pero al menos mantendría contacto con esos dos. Sí, todo estaría bien.

El oji rubí tomó la libreta, sacó un encendedor de su bolsillo y le prendió fuego, lanzándola después a unos pasos de él. Midoriya veía cómo el fuego consumía la libreta que con tanto esfuerzo y cariño había llenado de dibujos. Pero ya no le importaba. Seguro estaría muerto para él después de que desapareciera, y eso no le importaría en absoluto.

Bakugo le dió una última mirada, tan llena de odio y desprecio que hizo que su corazoncito dulce y enamorado se quebrara. Ya no podía soportar más.

Katsuki y sus compañeros se fueron. Izuku miró al cielo que comenzaba a oscurecer. Soltó una última lágrima, y le suplicó a sea quien sea que estuviera allí arriba, que le diera la felicidad y tranquilidad que necesitaba.

Luego, cayó inconsciente.

[…]

Despertó un par de horas después, en el mismo lugar, sobre el pavimento frío por la congelada noche de otoño, sentía su rostro pegajoso y percibía un metálico olor, el olor de la sangre, su sangre.

Inclinó la cabeza y vió su libreta completamente consumida por el fuego, hecha cenizas. Sintió algo en su bolsillo vibrar, así que se movió con sumo cuidado para poder sentarse sin sufrir tanto con las heridas y hematomas que tenía. Pero era casi imposible. Todo su cuerpo dolía y ardía.

Luego de un rato logró sentarse, mientras ese algo seguía vibrando.

Ah, claro.

Su celular.

Hizo un último esfuerzo por mover su brazo, sacar el aparato y contestar.

— ¿Ho... la?— susurró con la voz rasposa. Sus ojos estaban pesados e hinchados.

— ¡IZUKU!— exclamó una voz preocupada al otro lado de la línea.

— ¿Mamá...?— musitó. Un nudo se formó en su garganta al escuchar su voz. Quería llorar toda la noche aferrado a su mamá.

— Izuku, ¡¿Dónde estás?!— preguntó alterada. Podía escuchar al fondo mucho ajetreo, incluso algunas sirenas de policía.

— ¿Dónde estoy?— repitió. Su madre sollozó— Estoy en... En el instituto... Atrás del... Del edificio B— respondió con gran esfuerzo.

Su mamá no preguntó más, ni el por qué seguía allí, ni por qué no contestaba, o por qué tenía la voz tan suave y ronca.

— Yagi ya va a ir por ti, cariño. Okay?

— Okay...

Colgó la llamada, y dejó caer su brazo a un lado. Estuvo un largo rato viendo el cielo estrellado, perfectamente iluminado por la cantidad adecuada de estrellas.

Una estrella fugaz pasó por allí. Sonrió. Luego vió otra, y decidió pedir un deseo. Uno sin dobles intenciones, un ruego del corazón más puro y noble del mundo. Una súplica del ser más cariñoso y honesto que jamás pudo haber existido.

Llegaron por él. Yagi, al ver su estado, apretó los puños y frunció el ceño, formando una fina línea con sus labios.

Después todo pasó en cámara lenta y por ratos. Sólo veía unas cuantas cosas por un par de minutos y luego todo era inconsciencia.

Lo último que recuerda es haber abrazado a su madre y llorado con ella, con sus manos gentiles acariciando sus cabellos suaves y desordenados.

Esa noche pudo dormir bien después de mucho tiempo. Estaba tan cansado que los sueños no quisieron aparecer esta vez.

Al día siguiente se irían a un mejor lugar, a una mejor casa, a un mejor vecindario. Adiós bullying, adiós amigos, adiós Bakugo.

Todo estaría bien.

Amado, DeseadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora