AZ bajo la manga

318 42 0
                                    

— Izuku, hijo... ¿Estás bien?— llamó su madre, tocando suavemente la puerta antes de entrar y ver a su hijito oculto entre almohadas, peluches y cobijas.

— Déjame solo, mamá. Por favor...— pidió con tono quebrado, partiendole el corazón a Inko.

— No, no puedo dejarte solo. No otra vez, hijo— se negó dulcemente, caminando con cuidado hasta estar cerca del escondite sofocante de su pequeño retoño.

El peliverde sollozó—. Creí que estaba bi-bien cuando... Cuando Shoto me ayudó a llegar a casa junto con Mirio. Me sentía bien, mamá... Me sentía feliz y seguro con Shoto. Tanto que quería llorar hasta dormirme junto a él y... Ugh...— su mente era un manojo inagotable de pensamientos y dolores revividos, de sufrimientos y traumas nunca superados.

Inko buscó el pie de Izuku, apretó uno de sus dedos para intentar darle consuelo mientras que de sus propios ojos escapaban lágrimas del dolor que compartía con su hijo. Un dolor que en pasado también había vivido.

— Él me gusta mucho, mamá— hipó su confesión, sorbiendo sus mocos procurando respirar bien. Pero no podía. Inko intuyó que no se refería exactamente al bicolor—. Lo amo tanto como lo odio. Y y-yo quisiera tener el valor suficiente para— inhaló bruscamente en busca de aire—, para enviarlo al demonio y poder amar con todo mi corazón a Shoto, mami. Pero... Pero...— su llanto subió de intensidad.

Estaba débil. Tanto física como mentalmente. No podía pensar en nada con claridad, porque su mente estaba consumida por cosas del pasado que aún no eran superadas.

— Mirio me... Me comentó que un doctor dijo que lo mejor era que fueras a terapia...— murmuró Inko sin saber exactamente qué decirle a su hijo cuyo corazón roto opaca la luz de sus ojitos esmeralda.

— Es un... Parece una buena persona. El doctor, quiero decir— asintió Izuku, recordando lo bueno qu había sido el viejo hombre antes y después de haber llorado.

Inko sonrió—. ¿Quieres ir a terapia?

El peliverde suspiró, y guardó silencio por un par de segundos. Las caricias confortantes de su madre sobre su pie no cesaron, y eso ayudó a calmar su acelerado y temeroso corazón.

— Sí, mamá... Necesito ir a terapia— estuvo de acuerdo, después de muchos años pensando que ir a terapia era una especie de tabú por fin aceptó que ir a eso, quizá, podría cambiarlo todo.

Ambos rieron para alivianar el tenso y deprimente ambiente que se había formado en la habitación del menor.

— ¿Qué te parece si vas en cuanto la misión se acabe, hijo?— preguntó dulcemente, apartando poco a poco los peluches y las sábanas que lo cubrían.

Izuku la miró extrañado, algo confundido— ¿Por qué cuando se acabe la misión? ¿Ni es mejor si voy pronto?

Su madre ladeó la cabeza un par de veces—. Sí, y no. Como tu madre, Izuku, me gustaría mil veces más que fueras mañana a tu primera sesión. Pero como esposa del jefe de policía más reconocido, preferiría que tuviéramos más cuidado. No quiero que nada te pase, cariño. Y si descubro que ese doctor puede venir a hacer las terapias en casa sería una carga menos para nuestros hombros— explicó la mujer, llegando finalmente al rostro sudoroso de su pequeño y acunando su mejilla con enorme cariño.

Midoriya le brindó una corta sonrisa—. Mami... ¿Por qué no me dices toda la verdad?— Inquirió el menor, sorprendiendo en gran medida a Inko.

La tensión en todo su cuerpo fue notoria a primera vista. Retrayó su mano rápidamente y desvió la mirada de su astuto hijo, completamente avergonzada.

— No quiero decirtela, Izuku— murmuró, colocando su mano nuevamente sobre el pie de su hijo.

— Mamá, ¿qué pasa?— insistió, acercándose gateando con lentitud a Inko, quién simplemente negó porque se sentía incapaz de hablarle a su terroncito de azúcar acerca de lo que había dialogado con Yagi.

Al principio había aceptado creyendo que sería la mejor opción, necesitaban un az bajo la manga, astuto, organizado, decidido y valiente. E Izuku tenía cada una de esas características. Creyó que su hijito estaría orgulloso, porque al fin reconocerían su valor... Pero como madre, estaba asustada por la salud emocional y mental de su bebé. Yagi era desconocedor de lo que le había pasado a Izuku, y de hecho, ella tampoco sabía completamente el por qué de su reciente ataque de pánico.

Tenía una idea de qué lo había ocasionado, pero nada realmente concreto. Estaba... En un conflicto bastante serio y complejo.

— ¿Mamá...?

Inko apretó los ojos—. Izuku, yo...— suspiró rendida—. Yagi y yo estuvimos hablando cuando te fuiste esa noche. Estábamos preocupados y asustados porque no volvías. Llamamos a Mirio y a tu amigo Shoto y ellos vinieron, y de algún modo terminamos hablando de tu posible lugar en la misión...— confesó. Izuku abrió sus perlas esmeralda de par en par, impresionado por el simple hecho de que siquiera tocaran el tema de él participando en la misión.

Su madre, mirando fijamente un solo punto con su rostro contraído por la angustia, el miedo y el disgusto por el simple hecho de decirle eso a su hijo, guardó silencio unos cuantos instantes.

Izuku comprendió de inmediato el dilema en el que se encontraba su mamá, así que pensó en esperar pacientemente a que ella decidiera proseguir.

Mientras tanto jugueteó con los dedos de sus pies y sus manos, sintiendo sus ojos hinchados y pesados, notando cómo le ardían al parpadear. Se sentía muy cansado, y su corazón dolía mucho, demasiado. El dolor era... Era casi insoportable.

Luego su mente comenzó a divagar, e inevitablemente pensó en ese chico de cabellos lacios divididos en dos colores. Tan lindo, tan dulce y valiente, tan comprensivo, tan atractivo... Dios, cómo le gustaba ese chico. Él era su mayor motivación. Él y Mirio y los amigos del rubio, Tamaki y Nejire, y obviamente estaban Uraraka e Iida, quienes habían formalizado una relación poco después de él haberse ido de Japón.

Una sonrisa dulce se formó en su rostro, porque recordar a sus amigos lo llenaba de alegría. Quería atesorar tantos momentos como fueran posibles con ellos. Y para ello tenía que hacer más recuerdos, pasar más tiempo.

Escuchó a su madre suspirar. La miró y notó que sus expresiones anteriormente tensas se relajaron un poco. Posiblemente ella también estaba reflexionando en silencio.

Los ojos verdes de su madre conectaron con los suyos, la intensidad en esos orbes cansados lo intimidaron por poco.

— Todos te necesitan como atacante lejano, como su AZ bajo la manga. Mirio me contó que progresaste increíblemente en tus entrenamientos, y que ya puedes hacerle frente e incluso igualar su fuerza. Y Shoto casi te alabó diciendo miles de cosas acerca de lo talentoso que eres con todas esas armas que funcionan a larga distancia— dijo riendo suavemente, recordando el gran discurso que lanzó por alrededor de una hora el Todoroki menor.

Las mejillas de Izuku se tiñeron de rojo—. Shocchan es... Es increíble...

— Claro que lo es, hijo. Y le gustas, mucho. Demasiado. Así como él te gusta.

El peliverde hizo una mueca—. Pero aún no puedo olvidar a-

— Nunca podrás olvidar a tu primer amor, Izuku. Pero tienes que aprender a vivir con esos recuerdos, superarlos, apreciarlos. Aunque fueron pocos los momentos buenos con el hijo de Mitsuki sé que lo quisiste con todo tu corazón, cariño. Pero ya es hora de avanzar. De sanar. ¿De acuerdo?— su pequeña mano acunó la mejilla aún húmeda de su hijo.

Izuku asintió, sonriéndole honestamente a su madre después de un tiempo.

— De acuerdo.

— Ese es mi niño— musitó orgullosa Inko, abrazándolo fuertemente—. Cuídate mucho en la misión, hijo. Protege a Yagi y a todos. Sé que puedes hacerlo, cariño, porque eres más fuerte de lo que te imaginas... Los esperaré en casa cada día que pase...


Amado, DeseadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora