Te odio, Katsuki

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— ¡Eres genial, Kacchan!— exclama un pequeño niño de cabellos revueltos, mirando con gran fascinación y una enorme admiración al de cabellos cenizos frente él.

— Jeje— sonrió orgulloso, sintiendo su pecho calentarse al ver tal adoración en los ojos esmeraldas del chico de adorables pecas.

Observó detenidamente la sonrisa enorme que él el brindaba, acción que le hacía sentir extraño y confundido. ¿Qué era lo que le pasaba? Se preguntaba a menudo ¿Por qué cuando sonreía, o le decía lo mismo, se sentía de esa manera tan rara?

Frunció el ceño, regresando su vista a la lagartija que se había rendido, cansada de removerse para ser liberada. Volteó a ver a su amigo; su único y verdadero amigo. El peliverde ladeó la cabeza, regresándole una intensa mirada que hizo que su corazoncito palpitara desbocado.

— Toma— dijo, ofreciéndole el pobre y diminuto reptil que no pudo hacer más que mirar con sus ojos afilados al pecoso.

Izuku extendió casi por inercia sus manos, dejando que el otro colocara ese pequeño animalito entre ellas. La lagartija, por otro lado, al pasar a las manos cálidas y suaves del peliverde, al sentirse seguro con él y no con el indescriptible temor que sentía con el de ojos rubíes, se relajó.

Midoriya sonrió tiernamente, sus mejillas levemente sonrojadas por el calor de verano y las pupilas de sus ojos esmeralda dilatadas como señal de estar a gusto con esa situación.

Bakugo Katsuki no pudo hacer más que suspirar con gran disimulo en tanto veía aquella escena que se le hizo majestuosa.

"¿Por qué Deku es tan lindo?"

[…]

Rubí contra esmeralda. Carmesí contra un verde tan brillante que lo dejaba sin aliento. Manos fuertes sujetándose firmemente para no caer por el risco hacía una muerte segura. Sorpresa, desconcierto y temor reflejados en las joyas que el peliverde tenía por ojos. Sentimientos y emociones encontradas por la vista frente a él y por lo rápido que habían sucedido las cosas.

— ¿Por qué estás-?— antes de continuar, fue interrumpido por una mala mirada de Izuku; el entrecejo fruncido y una mueca irritada.

— Primero ayúdame a subir, ¿quieres?— gruñó, comenzando a sentir cansado su brazo.

El pelicenizo, aún preso de la impresión por aquella actitud demandante y tosca de su viejo mejor amigo, hizo lo que dijo sarcásticamente con su mente completamente en blanco.

Midoriya se ayudó impulsando su propio cuerpo con su otra mano y sus pies, aún con el corazón en la boca por el susto de haber casi caído por un peñasco.

Una experiencia nada agradable, de eso estaba seguro.

¿Cómo puede pasar esto, justo en este momento en el cual solo quiero estar solo para pensar? Pensaba renegando una y otra vez, murmurando cosas inteligibles que poco a poco traían el humor del Katsuki de siempre de regreso.

— Oi, cállate— bufó, enseñando su dentadura en una mueca hastiada.

Izuku no pudo hacer más que suspirar cansado, y mientras limpiaba sus ropas que estaban algo llenas de tierra y pedazos de césped, pensaba en lo estresante que era volver a tratar con aquella mala actitud.

— Sabes, Katsuki— el nombrado se tensó al escuchar al chico llamarlo por su nombre y no por aquel mote cariñoso que había usado durante tantos años—, una de las cosas más pequeñas para parecer una persona educada y decente es preguntar, luego de ayudar a alguien a escaparse de la muerte, si está bien, si tiene algún rasguño o herida o, cuando menos, abrazar o dar palabras de aliento— recriminó Midoriya, enfrentándose a la mirada airada de Katsuki, a sus ojos rojos echando fuego.

Amado, DeseadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora