Límite

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—Ranpo.

El menor reaccionó al llamado de su hermano y ese agarre que se ejercía en su brazo, acciones que buscaron prevenirle antes que pudiera avanzar más.
Ranpo retrocedió devolviendo hacia atrás el paso que estuvo por dar hacia la calle sin percatarse siquiera de la señal de alto en el semáforo para peatones.

—Ten cuidado, por favor.—Pidió deslizando el contacto hacia la mano del azabache, asegurándose de mantenerlo cerca para vigilar su andar descuidado.

El otro se quejó al principio pero realmente no objetó nada al respecto de aquel gesto, en cambio enlazó ambas manos con firmeza mientras cruzaban a la cera del frente.

—¿Está todo bien?—Se atrevió a cuestionar Edgar.—Has estado algo extraño desde que pase por ti a casa.

—Tardaste mucho.—Prefiriendo evitar recordar la discusión con Fukuzawa utilizó esa excusa para explicarse. Haciendo un puchero se pegó al costado del más alto enfatizando su berrinche.—No voy a acabar a tiempo mi tarea.

—Te ayudaré en lo que pueda, ya lo sabes.—Aseguró creyéndose por completo esa pequeña fachada que encubría su situación real.

Llegaron a la biblioteca después de algunos minutos, Edgar fue quien se encargó de la búsqueda del libro que su hermano necesitaba y acudieron ambos a una de las mesas libres de la sala de lectura.

—Este autor tiene varias obras, creo que conozco algunas de ellas.—Comentó el de cabello rizado.—¿Te pidieron leer alguna en específico?

—Podía elegir la que quisiera.—Respondió el menor mientras descansaba los brazos sobre la superficie de mesa.—¿Hay alguna que parezca interesante?

—En mi opinión podría ser cualquiera.—Abrió el libro buscando el sumario.—¿Quieres dejarlo al azar? Escoge un número.

—Dos.—Murmuró  sin gran interés, curioso luego por la sonrisa de su hermano mayor.

—Has tenido suerte, es uno bastante bueno.

—Bien, ¿Entonces puedes leerlo por mí?  Lo entenderé mejor.

Suspirando rendido tras la petición que ya veía venir sólo aclaró su garganta antes de iniciar.
Ranpo por su parte descansó su cabeza sobre los brazos que había apoyado en aquella mesa, centrándose en el mayor y tomando de él cada palabra de esa narración justo como en algún lejano tiempo lo hiciera también.

Uno de los matices más hermosos de la voz de su amado era precisamente aquella que florecía con la lectura, le relajaba tanto que muchas veces le arrullo hasta un sueño profundo y aunque fuera increíble siempre se lamentaba si no podía llegar a escuchar el final de la historia pidiendo que le fuera contado de nuevo.

Aunque el encanto de dicho momento no se limitaba sólo en su voz, era todo él, su manera de leer cada línea y hacerla de disfrute tanto propio como para quienes la escucharan.

Además de la bella expresión en su rostro.

Levantó un poco la mirada para apreciar le la apariencia de su querido Edgar, no distaba mucho de lo que fue en aquel entonces aunque al conocerle aquel discípulo de la iglesia tenía poco más de veinticinco años.

Sea como sea jamás dejaría de parecerle encantador.

—¿Estás prestando atención Ranpo?

Apenas logró disimular su sobresalto ante aquel llamado y utilizó los brazos para cubrir el rostro pues podía sentir claramente el rubor de sus mejillas.

—Lo estoy.—Alargó un quejido infantil mientras intentaba controlar los latidos de su corazón.

Cuánto odiaba tener que reprimirse siempre.

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