Capítulo 8:

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Me desperté, aunque prefería no abrir los ojos y acurrucarme más, si eso era posible, al cuerpo a mi izquierda; enrredando mis piernas con las suyas para que me cediese calor. Fueron tan sólo unos pocos minutos los que estuve así hasta que abrí los ojos y me encontré con los verdes que me observaban con serenidad.

-Buenos días.-Me dijo sin dejar de sonreír, apartando uno de los mechones despeinados que caían por mi mejilla.

Aguanté mi mirada, examinando todas y cada una de sus facciones. Como ese pequeño lunar en la mejilla derecha. O los pequeños puntitos amarillos sobre el verde de sus ojos. Aquellos hoyuelos pero sobre todas esas cosas estaba su sonrisa, capaz de derretir todo el jodido hielo del polo sur.

-Te quiero.-Susurré mientras volvía a cerrar los ojos lentamente.

-No me dejes nunca pequeña.-Dijo apretandome un poco más a él.

-Nunca.

Entonces el frío me envolvió de golpe. Como cuando sales de la cama en invierno, pero 10 veces peor. Empecé a mirar a mi al rededor con la respiración agitada. Mierda. Por un momento había pensado que era real.

En el mes y medio que llevaba aquí encerrada, no había logrado a acostumbrarme a despertarme sin sobresaltarme. Era todo tan monótono y aburrido: Desayuno. Pastillas. Salón. Comida. Pastillas. Siesta. Terapia. Salón. Cena. Pastillas. Y todo el mundo a dormir. 

Por suerte, había conseguido mejorar mi aparente esquizofrenia. Podía llamar una vez al día, 20 minutos. Sólo llamé a Claire y a Parker, aunque este último, no me ha respondido ni una vez. Mi psicóloga, Anne, había autorizado las visitas gracias a mis buenos modos y a "lo que me estaba esforzando en mejorar" aunque en realidad, me sentía exactamente igual. No esperaba que mi madre viniese a verme, porque no la quería ver más. Ni si quiera me dio la oportunidad de explicarme. Por no decir que tampoco había llamado. Ni una vez.

-¿Audrey? La puerta de mi habitación se abrió haciéndome dar un respingo. Una de las enfermeras que había en mi pasillo me avisó de que, al ser sábado, era el día de visitas. Y que una chica y un chico muy guapo habían venido a verme.

Me levanté de la cama cuando salió y me vestí con una sudadera y unos leggins. Me puse un gorro porque mi pelo no era pelo esa mañana y quería parecer yo.

Caminé en compañia de la chica por los pasillos hasta llegar al gran salón en el que pasaba la mayoría del tiempo, donde ví a mi mejor amiga, y al que solía ser mi novio sentados en un sofá. Hablando él, mientras ella mordía la uña de su dedo índice.

Se percataron de mi presencia y por primera vez desde que estaba allí, sonreí de verdad. Porque la que consideraba como mi hermana me abrazaba con mucha fuerza mientras lloraba. Esta vez sí era real.

Al cabo de unos minutos se separó y se hizo a un lado, limpiandose las lágrimas y haciendo el intento de arreglar su maquillaje.

Me quedé en frente suya. No pude mirarlo a la cara más tiempo, así que bajé la mirada hacia mis manos, que jugaban con las mangas de la sudadera. Se acercó, y levantó mi barbilla para que lo mirase. Los cortes ya no estaban, pero no era como lo recordaba. Ahora tenía ojeras, a parte de la barba que comenzaba a salirle. Se le notaba cansado.

-Lo siento.-Dijo, con sus ojos, tristes ahora.

Me besó, y no me aparté. Lo había hechado de menos, aunque no me hubiese cogido las llamadas. Lo perdonaba, porque lo quería. No podía enfadarme con él, no después de todo lo que hizo por mí.

-Te quiero-Dijo abrazándome y levantándome del suelo.-Y te vamos a sacar de aquí.

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