17. Día de Suerte

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De entre todas las cosas que le podían pasar, esta era una de las que menos se le pasaban por la cabeza en esos momentos.


Y es que Horacio no podía creer su suerte.


Cuantas posibilidades había de que, después de que le quitaran la escayola y por fin pudiera salir de su casa por cuenta propia, a pesar de las reticencias de Conway, se encontrara con dos enmascarados que lo encañonaron al salir de una tienda de ropa.


Su vida era una jodida broma.


Tenía un arma, por su puesto, el problema es que eran dos personas contra él, así que no podía hacer mucho.


A pesar de todo, llego a considerar seriamente la posibilidad de dispararles, pero se contuvo únicamente porque uno de los asaltantes no parecía tan violento con él, como si sus intenciones no fueran hacerle daño.


Los sujetos no llevaban armas largas y el coche del que bajaron se notaba a leguas que debía ser robado por las ventanillas rotas, así que todo apuntaba a que solo lo quería llevar de rehén para algún atraco. Algo habitual en esa ciudad.


Es por eso que prefirió no arriesgarse a que algo le pasara su bebé por dárselas de héroe. Que sí que lo era, pero tampoco era estúpido. No tanto al menos y si podía salir tranquilamente de la situación pues mucho mejor.


—Hola, buenas, no te molestará acompañarnos a dar una vuelta, ¿verdad?


Era una pregunta retórica por su puesto, porque mientras el asaltante de postura relajada le apuntaba, el otro se encargó de revisar lo que llevaba encima.


—Que va, no me molesta, justo se me antojaba dar un paseo —respondió Horacio irónicamente, conteniendo las ganas de golpear al otro tipo que le estaba registrando de forma muy brusca—. ¡Eh! Ya sé que estoy bueno, pero cuidado donde tocas.


El tipo lo ignoró, sacando el arma de sus pantalones y el móvil que llevaba en el bolsillo.


—Mira no más lo que tenemos aquí. Una pistola.


—Si bueno, ya sabe cómo son las cosas por aquí, hay que tener algo con lo cual defenderse de los ladrones —dijo Horacio con sarcasmo, manteniendo la calma con las manos arriba.


—Somos buena gente, macho, solo tratamos de ganarnos la vida y pues esta es una de las formas. Si te portas bien te devolveré el móvil más tarde. Venga, sube al coche —ordenó el hombre que le apuntaba.


Horacio suspiró asintiendo, era bien sabido que en esa ciudad robaban más por la emoción de hacerlo que por el hecho de sacar una gran cantidad de dinero por ello y lo único que le quedaba era obedecer. Tampoco es que fuera la primera vez que acababa siendo un rehén y el atracador con una bandana que se subió a la parte trasera con él, parecía bastante afable, tratando de hacerle conversación en cuanto aparcaron el coche frente a un Fleca, en donde les esperaba otro hombre armado, junto a tres rehenes más.


—Tampoco pongas esa cara macho, que aquí nos podemos montar nuestra propia fiesta. No nos gusta tratar mal a nadie si no se la dan de chulitos.

AtrapadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora