20. Ojo con las mordidas

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Horacio aún estaba bastante confundido por lo que paso en el hospital, pero después de ese momento de quiebre por parte del superintendente, se negó a hablar del tema y a Horacio no le quedo de otra que aceptar su decisión. No tenía sentido presionarlo cuando era claro que no quería hablar sobre eso y quizás cuando se sintiera mejor puede que se lo contara por propia voluntad. Igualmente, a Horacio no le costaba imaginar que le ocurrió en ese momento, sobre todo teniendo en cuenta el pasado que tenía. De momento solo le quedaba tratar de ignorarlo.


Y así fue pasando el tiempo.


—Estás muy gordo —bromea Gustabo sentado a su lado con una expresión jocosa, tratando de picarle el estómago que Horacio intenta disimular con ropa ancha.


—¡Qué cabrón eres! —Se queja dándole un manotazo para que aparte y deje de molestarlo. Con un puchero Horacio continúo comiéndose su helado.


Era normal su comentario teniendo en cuenta que tenía seis meses y su estado era bastante notorio. Ya no podía trabajar y le daba algo de vergüenza que lo vieran sus compañeros de trabajo, aunque según Gustabo, más de uno había preguntado por él y como buen compañero que es a todos les respondió que estaba de baja porque pillo gonorrea haciendo cruising.


Gustabo era un cabrón, pero al menos la excusa funcionaba de momento.


No tenía ningún motivo de peso para querer ocultarlo a sus compañeros, porque estaba seguro de que más de uno lo felicitaría y se alegraría por él, lo que no quería era tener que explicar cómo paso, cuando y mucho menos quien era el padre.


A Horacio le daba igual decir quién era, el problema es que no sabía cómo se sentiría Conway con respecto a eso y tenía la impresión de que se pondría un poco neurótico si mucha gente se enteraba de que esperaba un hijo suyo.


—Desde aquí, escucho tu cabeza trabajar —le llama la atención Gustabo con sorna.


—Lo siento es que estaba pensando... —Horacio deja que Perla lama el helado que se ha escurrido entre sus dedos y Gustabo por su lado, deja que Ivadog se termine de comer el suyo con un par de bocados, para prestarle su total atención a Horacio sin que se le derrita el helado.


—¿De nuevo piensas en lo que puedan decir los demás? —cuestiona—. Ya te dije que les puedes decir que yo soy el padre si quieres. Igualmente, si les dices que no sabes quién es el padre, probablemente te crean.


Horacio hace una mala cara por sus palabras y le saca el dedo medio.


—No quiero quedar como un guarro.


—Pero lo eres y nadie te juzga por ello, así te quieren —se mofa su compañero.


Con un largo suspiro, Horacio mira la gente paseando con sus hijos desde el banco del parque en el que están sentados.


—No lo sé, Gustabo, si fuera por mí le digo a los demás y ya está, porque sabes que me da igual lo que puedan decir, lo que no se es como se sienta Conway con ese tema, sobre todo teniendo en cuenta lo que paso con su familia... Y no me malentiendas, agradezco de corazón que te ofrezcas a presentarlo como tuyo, pero no me parece justo dejar a Conway de lado con respecto a esa decisión cuando ha estado conmigo todo este tiempo.

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