12. ¿Amistad o...?

2.2K 305 145
                                    

A pesar de que Gustabo le haya dado las llaves de su casa, se negaba a ir.


Por alguna razón la idea le intimidaba, a pesar de decirse a sí mismo que no iba para no incomodar a Horacio, ya que Jack Conway nunca se intimidaría con la idea de afrontar la reacción que podría tener, al plantarse en su casa y decirle que iban a vivir juntos desde ahora, sin preguntar. Así que lo único que había hecho por el momento, fue darle con la porra a Gustabo hasta que se hartó y atiborrarle de trabajo como castigo, ignorando sus constantes quejas.


Se lo merecía, después de todo el muy hijo de puta ni siquiera le permitió entrar a su piso. Solo le dejo una maleta fuera con algunas de sus pertenencias y desde entonces Conway estaba durmiendo en comisaría. Sin embargo, en ningún momento le quito las llaves de su piso, ni tampoco le devolvió las suyas.


La única excusa que le dieron a Horacio es que Gustabo estaba haciendo unos trabajos extraoficiales y por eso no podía volver a casa por seguridad.


Para aumentar sus dolores de cabeza tenía otro problema, y es que ese día estaba siendo un total agobio por la cantidad de trabajo que acaecía en comisaria, pero para la sorpresa de todo el mundo, el comisario Viktor Volkov no estaba de servicio.


Si el segundo nombre de ese hombre era trabajo, ¿cómo era posible que se tomara el día libre?


Y por supuesto que a Conway no le sentó nada bien que no estuviera por ahí para desahogarse con él o encargarle parte del trabajo que pesaba sobre sus hombros. Ya bastante tenía con tener que pasar unas terribles noches en el sofá de la zona de descanso que sin duda su columna empezaba a aborrecer. Así que, en cuanto tuvo un momento libre, le llamó bastante cabreado.


Con sorpresa, tuvo que llamarle un par de veces ante su falta de respuesta. Siempre solía contestar bastante rápido, así que empezaba a extrañarle que no cogiera el teléfono.


—Приве́т —Saludó finalmente.


—¿Volkov donde coño estas? —espetó de malas formas.


—Conway... —Su tono se notó algo sorprendido, como si hubiera contestado sin mirar—. Estoy pintando —respondió evasivamente.


Frunció el ceño por tal respuesta. ¿Como que pintando?


—Te pregunté donde, no que haces, capullo.


Un silencio se prolongó en la línea y Conway tuvo que separar el móvil de su oreja para comprobar que no le colgó. Seguía en la llamada. Estuvo a punto de insultarlo para exigir una respuesta hasta que escucho su voz intranquila.


—E-estoy... —balbuceó. Le escuchó aclararse la garganta con nerviosismo—. Estoy en casa de Horacio.


—¿Cómo has dicho? —cuestionó desconcertado—. Creo que no te escuche bien...


—Me ha escuchado bien —dijo con más valor en su voz—. Estoy en casa de Horacio, ayudándole a pintar la habitación de su hijo.


AtrapadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora