Sai

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Tras haber leído docenas de libros, consultado a gran parte de sus conocidos y analizado con bastante precaución todos sus síntomas, Sai, se diagnosticó un severo caso de enamoramiento.

El joven ANBU nunca pudo experimentar ni saber nada referente a el amor, tenía la noción de lo que era querer a alguien, pero no sabía cómo empezar.

Recordó que el único vínculo de amor que llegó a tenera fue hacia su hermano. Fue bastante espontáneo, no hubo planificación alguna y casi todo el avance en su relación de hermandad fue hecha por el contrario.

Ya sabía lo que ocurría con él ¿Pero cómo debía proceder? Tal vez debería devolverle los cumplidos o darle un regalo; sus libros lo recomendaban bastante. El problema es que al parecer todo le salía mal.

Cuando le dijo a Sayuri que su cachetes se parecían a los de una ardilla regordeta ella se enfadó y la última vez que la vio fue cuando le regaló un girasol, ella lo tiró al suelo espantada y salió corriendo.

¿Qué es lo que debía hacer con Sayuri? Todo lo que él hacía era un fracaso, y ella parecía disgustada con cada acto cariñoso que el demostraba, aunque sus amigos le juraban que a Sayuri le encantaba estar con él.

Con su mente abarrotada de estrategias, opciones y todo lo que sus amigos le aconsejaron, Sai se dirigía, dispuesto para confesarse, a la casa de Sayuri.

Tocó la puerta pero nadie respondió, supuso que no estaba, pero no había problema; Sai estaba dispuesto a buscarla por toda Konoha para confesarle sus sentimientos.

Ya en la noche, sin saber dónde pudiese estar Sayuri, rendido decidió volver a su apartamento. Estaba bastante frustrado, pateaba las piedras que se encontraba por su camino con fuerza, no tenía idea de por qué se sentía así.

Lágrimas empezaron a salir de sus ojos y él aún no lo entendía bien ¿Por qué ella tenía el poder de manipular y distorcionar todo él?

Sai intentó secar sus lágrimas con el dorso de su mano, su mente no parecía entender de que no quería llorar, o más bien su corazón no lo hacía. Pronto unos pequeños gimoteos surcaron de su boca, sacando toda su frustración. Olvidó lo que quería hacer y solo se preguntaba ¿por qué nadie parecía apreciarlo?  Muchas veces se había sentido una figura complementaria y reemplazable; se sentía tan vacio. Las personas que lo rodeaban posiblemente lo vieran como un conocido o un amigo más, pero no más allá de eso; a pesar de que él se esforzaba tanto en agradarles y darles su apoyo incondicional.

Su existencia simplemente parecía injustificada y sin propósito.

Todo esos pensamientos atormentaban al chico de veinte años que, solitario como muchas veces, buscaba un poco de aprecio y una pequeña razón, sin importan que tan minúscula sea, para seguir viviendo.

Ya más calmado, vagabundo y encorvado, rondaba por el tramo que lo llevaría hasta su hogar, hogar ¿Podría llamar hogar a una habitación fría y solitaria?

Cuando estuvo apunto de entrar a su apartamento, notó la perilla de la puerta algo forzada, no se espantó; ya no le importaba si alguien le ahorraba las molestias de quitarle la vida.

El pelinegro entró sin intentar pasar por desapercibido, todo estaba completamente oscuro, menos la cocina. A paso lento se fue acercando y a medida que lo hacía, un agradable aroma invadía sus fosas nasales; Sai olvidó por unos segundos su fatiga.

Cuando al fin entró, se encontró con la sorpresiva imagen de la pelirroja que había estado buscando durante todo el día, sentada y apoyando la mitad superior de su cuerpo en la mesa, usando sus antebrazos como almohada; parecía estar profundamente dormida.

Indeciso la removió un poco, un suave bostezo escapó de la boca de la pelirroja, al ver a Sai saltó un poco sorprendida y a la vez feliz de que al fin el pelinegro se hubiese aparecido por su propia casa.

—¡Sai! —exclamó con alegría, mientras le regalaba una sonrisa cerrada, inmediatamente recordó el almuerzo, que ahora pasaría a cena, que le preparó—. ¡Siéntate, siéntate! —Sai, confundido, obedeció la orden mientras veía a Sayuri movilizarse por toda la cocina recalentando algo que tal vez era pollo, lo suponía por el aroma. Nunca entendería por completo la actitud de la pelirroja, por eso le encantaba; le encantaba saber que ningún libro pudiera describir cada acto suyo.

No pasó demasiado tiempo cuando Sayuri comenzó a poner varios platos en la mesa con diferentes contenidos, era todo un banquete, lo que despertó una incesante curiosidad en el pelinegro.

Cuando ella tomó asiento frente a él, Sai no dudó en preguntar:

—¿Puedo saber el por qué de todo esto? —interrogó, mirando fíjamente los bonitos ojos café de la chica que le gustaba.

—Oh, es cierto, todo esto debe parecerte una locura —dijo sonriente la pelirroja—. Es para disculparme por mí forma de actuar el día anterior. No debí tirar la flor, es solo que soy alérgica a los girasoles y no quería que me vieras con el rostro enrojecido e hinchado —trató de explicar su situación de la forma más clara posible.

Sai parecía aliviado por saber aquello, temía que la chica sintiese repulsión por él.

—Oye Sayuri —llamó, reuniendo un poco de valor para confesarse.

—¿Pasa algo? —preguntó con leve preocupación, pero sin dejar de sonreír, al ver la seriedad del chico.

—Me gustas —soltó sin más, el gesto de Sayuri no sufrió alteración alguna y seguía con aquella linda sonrisa que Sai amaba ver.

—Ya lo sé —respondió—. Será mejor que comamos, porque sino la comida se volverá a enfriar —Sai quedó mudo, tenía la duda de si sus sentimientos eran correspondidos o no; el último gesto de Sayuri no le ayudaba en nada— ¡Itadakimasu! —exclamó la pelirroja, Sai solo se limitó a imitarla y comenzó a comer. Todo era completamente delicioso, pero aún así el buen sabor de la comida no pudo distraerlo lo suficiente.

Al terminar de comer, Sayuri lavó los utensilios que había utilizado y cuando se disponía a marcharse, Sai lo evitó plantándose firme frente a ella.

—¿No vas a responder a mi confesión? —cuestionó intrigado y un poco desesperanzado por posiblemente haber experimentado un rechazo sin darse cuenta.

—Ya lo hice —contestó, rodeando a Sai, quien estaba paralizado en su lugar a punto de volver a romperse—. Recuerda Sai: Cuando una chica te alimenta, es prueba inequívoca de que le gustas. —repitió lo que él alguna vez dijo, tras comentar aquello, Sayuri salió del lugar; dejando solo y anonadado al ANBU.

Sai se sintió enfermo, todo indicaba a que su arteria coronaria se había obstruido. Aunque era una simple liberación de oxitocina y dopamina lo que lo hacían sentir de esa manera; simplemente estaba feliz.

Por alguna razón decidí subir este OS, aunque el resultado no es de mi total agrado.

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