Ignorada

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Cuando te conocí me salvaste la vida. Llevaba tres horas sentada en el medio de aquella librería, esperando a que alguien se interesara por mi libro y deseara una firma de la autora. Una vez había leído que lo peor que le puede pasar a un escritor es ser ignorado y en ese momento, yo lo estaba viviendo en carne propia.

Para ser una librería pequeña y lejos del centro de la ciudad venía mucha gente. Por eso la elegí para vender mi libro, porque ya que me iba a gastar todo lo que tenía, no podía escoger una a la que nadie visitara. Delo contrario tendría menos posibilidades de que se vendiera. Igual no sirvió de nada. Vi a las personas pasar y ni siquiera mirar la gran pancarta que anunciaba la venta del "El corazón", mi libro de poesía, y de regalo se podían llevar una dedicatoria de mi parte. Estaba tan nerviosa que no sabía si podría aguantar las lágrimas un poco más. Sólo pensaba en qué le iba a decir a mis padres ¿Cómo les contaba que me había gastado todo el dinero que me dejó la abuela en mi obra? Que no me quedó ni para pagar el alquiler de ese mes, y que no estaba segura si tenía para comer. Ya veía a mi padre gritándome que había sido un gran error permitirme estudiar literatura, y a mi madre reprocharme lo irresponsable que había sido al gastármelo todo sin pensar en las consecuencias. Me sentía fatal sólo de imaginármelo. En mi defensa, la culpa la tenían las frases motivadoras que te pones a buscar cuando estás de bajón, y siempre vez: "El que no arriesga, no gana " o "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña" y pues eso fue justamente lo que hice...

Me sentía avergonzada cada vez que el dueño del lugar me miraba con cara de pena de ver lo mal que la estaba pasando. Varias veces se me acercó y me dijo que podía marcharme y volver mañana, que quizás las personas no estaban de humor para conocerme, pero yo me negué. No quería marcharme hasta ver que alguien comprara mi libro, solo una persona. Solo necesitaba que alguien se lo llevara a casa y lo disfrutara como yo me había imaginado tantas veces... Solo quería sentir que no era una completa fracasada. Quería saber que mis ideas no solo estaban en mi cabeza; sino en las manos de alguien más, en la casa de alguien más, en la vida de alguien más. Eso era lo que yo tanto deseaba en ese momento, que alguien valorara mi trabajo y mi esfuerzo...

Y allí estaba, mirando la nieve caer a través de los cristales, cuando tú entraste por la pequeña puerta. Te acomodaste la bufanda y te quitaste el gorro cuando sentiste el calor del lugar. Miraste arriba y fuiste la única persona que la leíste. Caminaste hacia el estante donde estaban todos apilados y tomaste uno en tus manos. Recuerdo que recorriste la portada con los dedos y lo abriste con cuidado. No estoy segura qué estabas leyendo, pero tardaste en hacer otro movimiento. Te llevaste mi libro a la cara y pude ver como olías las páginas, casi me da envidia de verte hacerlo delante de todos, porque yo nunca tuve el valor, a pesar de que era mi aroma favorito en el mundo. Comencé a recordar a que podía oler mi libro y me reí de mí misma cuando mi subconsciente me contestó —como todos los demás —y era cierto. No sé si todos sentimos lo mismo, pero los libros tienen un perfume de madera recién cortada con un toque sutil de rocío mañanero. A veces siento que huelen a historias aún no contadas, o a vidas aún no vividas o a sueños no cumplidos. Pero la verdad es que todos esos olores hacen de un libro único, y tú, tenías el mío entre tus manos.

Levantaste la vista y nuestras miradas se encontraron. Recuerdo sentir como se incendiaron mis mejillas al ver que caminabas en mi dirección. No supe que hacer, así que sólo esperé a que te acercaras...

—Eres Riley Novav, la autora ¿verdad? —No sé por qué, pero no estaba preparada para escuchar tu voz. Asentí nerviosa y tú me regalaste una sonrisa.
—¿Me lo dedicas, por favor? —Tus palabras iluminaron mi alma, y es inexplicable la sensación que sentí al oírte decir eso. Nunca me cansaría de que me lo preguntasen.

Tomé el boli de fuente que me había regalado mi abuela hace años, pidiéndome que lo utilizara solo para cuando vendiera mi primer libro, y en su momento me parecía un futuro muy lejano y ese día también. Pero tú estabas allí, comprando mi libro y dándome el mejor regalo que la vida me podía obsequiar: La alegría de llevártelo a casa y hacerlo tuyo.

—¿Cómo te llamas? —te pregunté amable y mis manos no dejaban de temblar cuando me lo ofreciste.

—Nathan Lout. —me dijiste, y me fijé en lo verdes que eran tus ojos, tanto que me recorrió una chispa por la columna vertebral al ver que tú también me estabas mirando.

Mi torpeza se agravó cuando derramé demasiada tinta en la hoja, y por ser zurda se corrió borrando cada palabra que había escrito. Tú sonreíste divertido.

—Nunca me habían escrito algo tan bonito. —te burlaste de mi comportamiento y no imaginas lo avergonzada que estaba en ese momento.

—Oh lo siento, lo siento mucho, lo he arruinado... —negaste con la cabeza y me miraste con ternura.

—Me gusta tal y como está, lo hace especial —Especial, hiciste que pareciera magia pronunciar esa palabra, y la tomé como mía (mi libro era especial )
Sentí un sonido extraño y era tu móvil que comenzó a sonar. Te apresuraste a cogerlo y te despediste de mí con un gesto con tu mano. Te acercaste a la caja registradora, pagaste y pude ver como salías de la librería con mi libro entre tus cosas. Ya era tuyo...

La librería (terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora