Es mi libro

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Siete meses tardé en terminar el primer borrador de mi novela. No te imaginas lo nerviosa que estaba cuando te veía leerlo con tranquilidad en nuestra cama. Recuerdo que me hiciste sufrir porque tratabas de no hacer ningún gesto que adelantara la que podría ser tu opinión de esta. No tenía uñas ya que morderme cuando por fin lo terminaste.

—Creo que sería un mal detective, nunca imaginé que él sería el asesino. —tu expresión era divertida, pero aún no me habías dado tu opinión sobre la historia. Mi pierna no dejaba de moverse de un lado a otro y estaba a punto de llorar. Te levantaste y abriste la puerta de la habitación.

—¡Nathan!... —Un grito de reproche salió de mi boca y tú reíste a carcajadas —No es divertido, tardaste todo el día en leerla y el corazón se me quiere salir.

—A ver, primero dime ¿qué crees tú de ella? —te volviste a la cama, pero esta vez estabas frente a mí.

Me pellizqué el puente de la nariz y te dije encogiéndome de hombros. —Me gusta, me gusta demasiado, solo tengo dudas de si a los demás también.

—Te atrapa, te guía por su mundo y por más de un momento quieres descubrir quien fue y agarrarlo con tus propias manos. Es muy diferente a tu anterior libro y estoy seguro de que te cambiará la vida. Me encantó. —Me miraste sincero y te mordiste el labio inferior como siempre haces cada vez que quieres decir algo más.

—¿Qué pasa? Dime lo que sea, eso podrá ayudarme. —te insistí para que me contaras lo que pasaba por tu cabeza en ese momento.

—¿Por qué todos los personajes son malvados? —tenías curiosidad por saber.

—En el mundo real no todos son buenos, existe gente más mala que otras e incluso las personas que se consideran buenas a veces no lo son tanto. Todos tenían motivos para matarla, pero solo uno se atrevió a hacerlo. Cada personaje es diferente y la odia de distintas maneras.

—"La sangre de los cisnes" Me gusta, tiene mucho potencial. Estoy orgulloso de ti. —Me besaste y apartaste el portátil a un lado para así poder concentrarte en besar cada parte de mi piel. Era increíble como aún me ponía nerviosa con tan solo verte. Y lo bien que se sentía que me tocarás ¿Siempre sería así de lindo todo?

Recuerdo ese día en que nos peleamos. Me enojé tanto contigo que me quedé esa noche en casa de mis padres.
—No tenías derecho Nathan, aún no estaba terminado —te grité enojada.

—¿Y cuando lo estaría? Siempre dices que pronto, pero la verdad es que tienes miedo de volver a fracasar. —Tú estabas un poco más calmado que yo.

—¿Y si es verdad qué? Es mi libro, soy yo la que tiene que tomar la decisión de si quiero mostrárselo a alguien. —te miré segura y furiosa, y lo que más me molestaba era que tú seguías sin entenderme.

—Riley, la historia es demasiado buena para que no se la muestres al mundo.

—¿Y que más da? En el mundo existen millones de historias que son mejores que la mía. No pasará nada, si igual, yo sigo sin ser nadie en este mundo.

—Ese es tu problema, que tampoco haces nada por ser alguien.¡Joder! Riley, acepta las oportunidades que te da la vida, no seas tan cobarde. —Ya estabas perdiendo los colores, odiabas que me menospreciara a mí misma.

—No soy cobarde, y tampoco quiero que interfieras en mis cosas. No vuelvas a tomarte esas atribuciones, no quiero que nadie lo conozca. —Ya debías saber que todos los escritores pasamos por esa etapa de que, de repente nos encanta lo que escribimos y luego no nos parece tan bueno. Es parte de la profesión no siempre creer en lo que escribes.

—Riley, yo solo trato de ayudar. Si tú no puedes darte cuenta de lo bien que lo haces, yo estoy aquí para hacértelo saber. —te acercaste a mí más calmado y trataste de abrazarme, pero yo me aparté porque seguía enfadada y no quería que tuvieras la razón. Aunque sabía que la tenías, pero me rehusaba a dártela.

—Llama a esa editorial y pídeles que te devuelvan mi libro —mi voz era ronca y seca. Tú me miraste seguro y negaste con la cabeza.

—No voy hacer algo que no quiero, y que puede abrirte muchas puertas. —No dejabas de insistir en lo mismo. No te diste cuenta de que ya me había rendido. Que solo escribí esa historia porque lo necesitaba. Amo escribir, pero no quería volver a pasar por lo mismo. No quería volver a ver como a nadie le interesa. No quería volver a ser una escritora ignorada, prefería quedarme entre las sombras.

—Nathan, no puedes hacer eso ¡Joder, entiéndeme, ya no quiero hacerlo!

Negaste con la cabeza otra vez, y yo pues hice la cosa más inmadura del mundo. Salir por la puerta, coger el autobús a casa de mis padres y evitar hablar contigo de esto otra vez.

Cuando me giré a atrás, te vi en la parada. No pudiste alcanzarme y pude ver a lo lejos en tu rostro que no querías que así acabaran las cosas. Yo me sentía tonta para variar, pero necesitaba alejarme de ti. Me sentía presionada y aunque tuvieras razón, lo único que esperaba de tu parte era ese apoyo que siempre me habías brindado, no esos reproches que eran nuevos para mí...

Mis padres aunque parecían preocupados por mi aparición repentina no me preguntaron nada. El timbre del teléfono sonó al rato de yo haber llegado y mi corazón comenzó a palpitar con desespero cuando mi madre dijo.

—Sí, está aquí. —Suspiró con tranquilidad y me miró con dulzura. —Dale tiempo, ya sabes como se pone con estas cosas. Es muy terca, salió a su padre. —No podía oír que le decías, pero estaba segura que le contabas lo sucedido —¿Quieres que la ponga al teléfono? —Estaba molesta, pero esa pregunta era obvia para mi corazón. Quería oírte, quería hablarte por muy lejos que quisiera estar, no significaba que dejaba de necesitarte. —Riley, toma —Mi madre me acerco el teléfono y enredando el cable entre mis dedos por el nerviosismo esperé a que hablaras.

—Te fuiste. —No lo dijiste en tono de reproche, pero se sintió como uno.

—Nathan, necesito pensar.

—Dime que solo vas a pensar en lo del libro, dime que no hablas de la relación.  —el miedo en tu voz me alarmó. ¡Yo jamás pensé en dejarte!

—Nathan, te quiero. —Fue la primera vez que te lo dije y aunque ni siquiera estabas frente a mí, sentí tu respiración agitarse a través del teléfono.

—Tenía miedo de que no sintieras los mismo por mí —oí una risita nerviosa que se escapó de tu boca —Riley, yo también te quiero.

La librería (terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora