Las etiquetas

521 95 45
                                    

Aquel 11 de marzo fue especial. Sabes bien a lo que me refiero. Habíamos cumplido un año y cuatro meses de relación hacía ya unos días. Y si te soy sincera, aún no me creía que un chico como tú, se había fijado en mí.

No era un día normal, lo supe desde que desperté en la mañana, y te vi mirándome como tonto mientras dormía. No es que fuera la primera vez que te pillaba, pero esa vez tus ojos se morían por preguntarme algo y no pude adivinar el qué.
Preparaste mi desayuno favorito, sabes perfectamente lo que me gustan los crepés con Nutella, y aunque sea una vez a la semana me complacías con ese placer. Lo que me pareció sospechoso fue que hiciste los crepés en forma de corazón, eso era demasiado cursi incluso para ti. Pusiste la música a todo volumen Accidentally in love, nos envolvió con su ritmo y me la cantabas con entusiasmo mientras terminabas de hacer el desayuno.

¿Nunca te dije que cantas fatal? Lo haces horrible, pero la intención es lo que cuenta, y más cuando me mirabas de la forma en lo hacías en ese momento.
Mi pasatiempo favorito siempre fue perderme en tus ojos.

Salimos de la casa y nos montamos en el coche. Te noté nervioso, tarareabas canciones de Ed Sheeran por lo bajo y en algún momento pude identificar el estribillo de Tenerife Sea salir de tu boca.

—¿Qué te pasa? Estás raro. —te pregunté riendo.

—Hoy es un lindo día —Miraste a tu alrededor y respiraste el aire puro. La primavera ya había llegado y el paisaje era digno de admirar.

—Sí, eso y que estás nervioso —te regalé una mirada acusadora y traté de que me confesaras que pasaba en tu cabeza, pero te rehusaste.

—¿Qué chico no estaría nervioso contigo cerca? —¿eso fue un piropo?

—¿Lo dices cómo algo bueno o malo ? —No estaba segura a qué te referías.

—Bueno, cariño. Todo lo que hablo de ti es bueno —sonreíste al final y me robaste un beso, antes de arrancar el coche para dejarme en el Café. Te despediste y como todos los días prometiste pasarme a buscar en la noche.

Toda la mañana estuve pensando en que era aquello que te tenía tan nervioso. Te llamé a la hora del almuerzo y me preocupé cuando no atendiste tu móvil. Siempre atendías mis llamadas, sin importar lo ocupado que estabas. Llamé a la oficina y me dijeron que habías salido. El corazón se me quería salir por la boca ¿Dónde estabas? Eso fue lo único que ocupó mi cabeza por más de cinco horas, cuando por fin me llamaste ya estaba a punto de avisar a la policía.

—Nathan, estaba preocupada ¿Está todo bien?

—Perdóname, cariño. Es que estaba preparándolo todo —Tu voz sonó temblorosa y tu respiración era agitada. Me preocupé aún más.

—¿Preparando qué? ¿Nathan, qué pasa? —dije en voz alta y todos los clientes del café giraron para verme.

—Ya hablé con tu jefe, estoy en el local de enfrente. Te espero. —colgaste sin más y me dejaste con más preguntas en mi cabeza de lo normal.

Nerviosa, esa palabra no describía bien mis emociones en ese momento. Las piernas me temblaban mientras abría la puerta de lo que antes era la librería y que en ese entonces se había convertido en una tienda de segunda mano.
El local estaba vacío y cientos de tulipanes adornaban los estantes. Me asusté cuando de repente la canción de Beautiful to me de Olly Murs comenzó a sonar por los altavoces de la pequeña tienda. El corazón me iba a mil, y me di cuenta de que en una pequeña mesita de madera había una etiqueta con mi nombre.
Bajo de esta, mi libro "El corazón". Lo abrí con cuidado de no tirarlo al suelo porque las manos me temblaban tanto que no estaba segura de lo que estaba haciendo. En la primera página, la mancha de tinta que te había dejado cuando me pediste que te lo dedicara y una nota con tu letra se llevó toda mi atención.

Aquí comenzó nuestra historia y fue la primera vez que vi tus ojos. (Lo confieso me robaste el corazón desde ese momento)

Entre la canción, tus palabras y los nervios una lágrima recorrió mi mejilla con descaro. Esta vez estaba segura de que me matarías de un infarto porque los latidos de mi corazón se podían escuchar a metros de distancia.
Otra etiqueta que colgaba sobre uno de los ramos de tulipanes me cautivó y sentí un pellizco al corazón cuando leí.

Por los libros vendidos y por los que un día venderás.

Era inevitable que pudiera seguir reteniendo las lágrimas, tú estabas acariciando mi corazón con tus palabras.
Otra etiqueta colgaba del techo y venía acompañada de aquella bufanda que un día colocaste en mi cuello para que no pasara frío.

Por todas las veces que te sonrojaste por mi culpa y por todas aquellas que te hice enojar.

Una risita nerviosa se escapó de mi boca. Saliste de la nada y te paraste frente a mí. Tus ojos eran cristales que me arrastraban más allá de la realidad. Con una sonrisa nerviosa sacaste de tu bolsillo un billete de lotería. Era el mismo que te había regalado por navidad y me lo entregaste para que lo viera.
En letras muy pequeñas bajo los números decía.

Por regalarme tu esperanza, y porque te amo
¿Te quieres casar conmigo?

Cuando te volví a ver, estabas de rodillas y con una pequeña cajita en tus manos. Una lágrima corrió de tu mejilla y yo me lancé a tus brazos. Me hiciste la mujer más feliz del mundo.

Un día leí, que para alguien que seguidamente compra billetes de loterías, lo lógico sería que aunque sea una vez en su vida se llevara el premio. Yo me gané la lotería contigo, Nathan, y ni siquiera tuve que comprar un cupón para eso.

—¡Sí, sí, sí! Yo también te amo.

Me pusiste el anillo con cuidado y me abrazaste.
Saliste corriendo de la tienda y entraste al Café gritando.

—¡Ha dicho que sí, señores! ¡La mujer de mi vida quiere casarse conmigo!

Los presentes aplaudieron, gritaron y nos felicitaron con emoción. Esa tarde los invitaste a todos a una ronda de cafés por tu cuenta.
Me sentí tan amada que tuve miedo de que no fuera real.

La librería (terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora