El bebé

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Los primeros meses fueron los más duros; las náuseas, el agotamiento sin sentido y los cambios de humor fueron las cosas más desagradables del embarazo, pero amé que me complacieras en todos mis antojos, y que siempre estuvieras al pendiente de nosotros.

Me enfoqué en terminar mi libro antes de que naciera el bebé, las ideas corrían por mi cabeza, y no podía dejarlas escapar. Estaba más inspirada que nunca y feliz de que mis obras se estuvieran vendiendo ya por todo el país.

Recuerdo el día en que por fin pudimos saber el sexo del bebé. Ninguno de los dos nos atrevimos a especular que podría ser, estábamos convencidos de que lo amaríamos de igual forma.
Me tomabas de la mano, y como en todas las consultas estabas más nervioso que yo. Si era niña habíamos escogido el nombre de Haley y si era niño James. El doctor después de decirnos que todo estaba bien, nos dio la tan esperada noticia de que era un pequeño lo que estábamos esperando. Se te iluminó la mirada, y acercándote a mi panza dijiste.

—Pues entonces eres James, mi niño travieso. —Le llamaste bebé travieso desde que comenzamos a sentir sus primeras pataditas porque a veces eran demasiado frecuentes.

La emoción que sentíamos al comprar cualquier ropita o juguete era algo indescriptible. Preparamos juntos la habitación del bebé, y discutíamos cada vez que nos poníamos a hablar de cómo podía ser su aspecto o personalidad.

—Tendrá tus ojos. —te dije recostada al sofá preparándome para ver la tele.

—No, los tuyos son más bonitos. —Negué con la cabeza y te miré a mi lado. Esa vez estabas equivocado, tus ojos son mucho más lindos.

—Ojalá sea como tú. —mis pensamientos se escaparon de mi boca antes de que me diera cuenta.

—No, tú eres más talentosa, inteligente, culta y bella. Yo no soy nadie comparado contigo. Yo quiero que nuestro hijo sea como tú.

—Tengo demasiadas inseguridades, y soy muy tímida, eso le afectará. Yo quiero que nunca dude de sus capacidades, así como tú lo haces.

—Pues entonces tiene que tener tus ojos. —volviste a decir besándome con ternura. —Y no lo discutas, porque aún nos quedan cuatro meses para conocer a nuestro James.  —Ambos reímos, tú pasaste tu mano por encima de mi hombro y yo recosté mi cabeza en tu pecho.

Estábamos viviendo los momentos más lindos de la vida, y el solo hecho de estar allí contigo me hacía la persona más feliz del mundo.
Aún no podía creer que había una personita creciendo dentro de mí. Tendríamos  que protegerlo del mundo y cuidarlo como a nuestro mayor tesoro.

Aquel 20 de noviembre fue especial.

Mi panza era tan grande que ya no lograba verme la punta de los pies, me costaba levantarme, y las contracciones no me habían dejado dormir. Tú no sabías qué hacer, corrías de un lado a otro llamando a nuestros padres. Tomaste el bolso que había preparado semanas antes para cuando llegara el gran día, y me ayudaste a salir de casa para meterme en el coche.

Yo estaba sudando muchísimo, y eso te asustó aún más porque el invierno nos daba la bienvenida y estábamos a 5 grados. No pude evitar soltar un grito de dolor cuando sentí otra contracción, las lágrimas comenzaron a caer por mi rostro, y tú solo me prometías que todo estaría bien. Sentí otro golpe sin piedad en mi vientre antes de que llegáramos al hospital. No estaba segura si podría moverme porque las piernas me temblaban. Comenzaste a pedir ayuda y un chico vestido de blanco me trasladó en una silla de ruedas hacia la sala de partos. Me pusieron un bata azul, y un gorro muy raro en la cabeza. Al principio no dejaron que me acompañaras, pero le supliqué a la enfermera que me permitiera tomar tu mano porque estaba muy asustada. Entraste vestido como yo, me besaste en la frente antes de tomarme de la mano, y con la voz ronca me prometiste no dejarme sola.
No sé por cuánto tiempo estuvimos allí dentro, no había parte del cuerpo que no me doliera, y el corazón se me quería salir por la boca.

Me olvidé de todo cuando lo escuché llorar, era James, nuestro James, que había llegado al mundo y se había robado nuestros corazones.

La primera vez que lo tuve entre mis brazos descubrí otra manera de amar. Desde ese día supe que daría mi vida por él sin importar las consecuencias. Que siempre pondría su felicidad por delante de todo.

Recuerdo que tenía unos pocos pelos rubios en la cabecita, y sus deditos eran muy pequeños, al igual que él. Vi como tus ojos se cristalizaron cuando por fin te dejé cargarlo porque yo no quería apartarme de él.

James desde que nació fue un hijo de papi, dejó de llorar en cuanto sintió el calor de tu cuerpo. Siempre he estado celosa de esa conexión especial que tienen. Se entendían entre ustedes y sabían comunicarse incluso sin hablar.

Las ganas de protegerlo me invadieron y una lágrima recorrió mi mejilla cuando se lo llevaron al cunero para terminar de revisarlo.
Me trasladaron hacia otra habitación para que pudiera recuperarme, y horas después James volvió a estar en nuestros brazos. Esa vez lo pude observar con más detalle.

Mientras más lo miraba más se me parecía a ti. Tengo que admitir que era perfecto.
Aún no habíamos podido ver el color de sus ojos, y nos intrigaba saberlo. Así que comenzamos a especular de cómo serían. Si negros, marrones, azules, verdes... En tu familia y en la mía había variedad así que era todo un misterio.

James se robó la atención de todos. Mis padres estaban locos por él, al igual que los tuyos. Tu hermana incluso decidió mudarse otra vez a Noruega para que sus hijos crecieran cerca de los nuestros, o por lo menos esa era la intención de todos. Me hacía ilusión que James tuviera otro hermanito en un futuro, pero la vida no nos lo permitió.

No pudimos tener más hijos.

La librería (terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora