Todo lo que me dijiste de tus padres era cierto. Me trataron desde el primer día como a una hija y me acogieron en su familia con amor. Debía habérmelo imaginado, habías heredado sus encantos y su buen humor. Tu padre contaba chistes como nadie y tu madre hacía la mejor tarta de manzana que he probado en mi vida. Supe en ese mismo momento que se llevarían bien con los míos. Una imagen de ambas familias unidas pasó por mi cabeza, pero la eliminé rápidamente porque no quería imaginarme nada de nuestro futuro juntos. Siempre quise sorprenderme con el día a día.
¿Recuerdas ese domingo que me obligaste a salir de casa porque me tenías una sorpresa? Llevaba un mes sin dejar de escribir en mis ratos libres mi nuevo libro. Por las mañanas trabajaba a tope, pero sin dejar de pensar en nuevas escenas y diálogos que me pudieran ayudar para el desarrollo de la historia. Muchos de los personajes que había creado eran clientes del café que se habían convertido en "amigos" por así decirlo. Simplemente eran personas que veía todos los días y nos saludábamos amables. Teníamos esa relación cliente-dependienta que tanto conocen los que nos dedicamos a este oficio.
—Tienes que relajarte, no todo pueden ser los libros ¡Tenemos que vivir, Riley! —me dijiste mientras me cargabas en tus brazos para llevarme al auto.
—Deja que por lo menos me cambie ¿A dónde me llevas en pijama? —una risita tonta me salió por la boca y señalé la casa para que regresáramos. Siempre supiste que me encantaba estar en casa, me sentía segura. No era que tuviera miedo a salir, solo que estaba a gusto y no tenía planes de hacer otra cosa que no fuera escribir o leer.
—No te preocupes iremos de picnic, no necesitas otra ropa —me sonreíste y me robaste un beso.
—¿Con este clima de picnic? no sé si te has fijado, pero todo está cubierto de nieve. —A la única persona que se le ocurre hacer un picnic en la nieve es a ti.
—Cariño, no te preocupes. Tú solo disfruta del viaje.
—No me dejaste ni peinarme. —hice un puchero cuando me acomodaste sobre el asiento del copiloto. Me diste un beso en la nariz y me sonreíste divertido.
—Estás preciosa al natural, no te hace falta nada más. —Nunca me adapté a que me dijeras cosas bonitas y tú nunca te cansaste de decírmelas. Te gustaba ver como me sonrojaba por ti.
En los asientos traseros del coche llevabas un montón de cestas y cajas repletas de comida. Me parecía mucho para un picnic, pero tenía curiosidad por ver qué me tenías preparado.
—¿Lista para nuestra cita? —Me quedé helada con tus palabras.
—¿Es una cita? No, espera, Nathan, déjame ir a cambiarme. Si alguien me ve así, me voy a morir de vergüenza.
—Deja de pensar en lo que dirá la gente, además no saldremos de coche. —Moviste tus cejas en modo picarón e hiciste que me ruborizara (como siempre)
Arrancaste el coche y pusiste la música a todo volumen. No sé si era parte de tu sorpresa que la primera canción que escucháramos fuera "Born to be yours" de Imagine Dragons, pero te vi muy emocionado cantándola y señalándome con el dedo cada vez que esta indicaba que habías nacido para ser mío. Si la canción antes había pasado desapercibida ante mis oídos, en ese momento era más mía que de cualquier otra persona, porque tú me la habías cantado y tus hermosos ojos verdes me decían que era cierto.
Me llevaste al famoso parque Slottsparken, donde los paisajes son hermosos y la vista desde cualquier lugar de este es fascinante. Fui una vez con mis padres cuando no estaba cubierto de nieve. Ese es un lugar mágico.
—A que es alucinante. —No dejabas de mirarme.
—Es hermoso, como en una película animada. Los colores del cielo combinan perfectamente con el paisaje. —me perdí en tu mirada.
—Yo no hablaba solo del paisaje. Te hago una foto para que así puedas verlo. —Buscaste tu Polaroid y ni siquiera me diste tiempo a espabilarme. La imagen se imprimió rápidamente y te diste cuenta de que había puesto una de mis manos por delante impidiendo que se viera mi rostro. La foto a pesar de todo era genial porque a través de la ventanilla pudiste captar las lejanas montañas.
—¿No te gustan las fotos? —me preguntaste frunciendo el ceño.—No quedo muy bien, siempre hago muchas muecas o me río demasiado y se me ven las encías. —Reíste a carcajadas con mi confesión y yo estaba confundida ¿Qué te causaba tanta gracia?
—A mí me gusta que hagas muecas y tus encías son lindas. —Ese día me di cuenta que no importaba cuantas cosas feas o malas yo tuviera, para ti siempre sería bonita.
Sabes, nunca nadie me había hecho sentir así.
Nadie me dijo nunca que era bonita, por eso me costaba creerlo. Es una tontería, pero se siente tan bien que alguien te quiera como eres.
Tú me quisiste y me enseñaste a quererme.
—Tengo hambre, te traje chocolate caliente. —buscaste en las cestas de atrás y sacaste dos jarras térmicas. Al abrirlas, el delicioso olor del chocolate se apoderó del interior del coche y creo que ambos agradecimos el calorcito que nos recorrió el cuerpo mientras la bebíamos.
—Riley ¿Cómo nos ves de aquí a un año? —vi la curiosidad en tus ojos.
—No lo sé, yo solo sé que ahora quiero estar contigo. No quiero ilusionarme y luego sabes... cuando nos conocimos te dije que no quería sufrir por amor, no soy de imaginarme toda una vida con una persona. Tú eres lo que nunca esperé encontrar en mi vida y estoy feliz por eso.—Yo si me lo imagino. Estoy seguro que de aquí a un año todavía te querré como el primer día. Sé que aún te duele que hablemos de la librería porque ya no existe, pero nunca me arrepentiré de haber ido allí, descubrir tu libro y pedirte que me lo firmaras. Si naciera en otra vida, en otro tiempo o en otro lugar, incluso si fuera en la época de los vikingos, te buscaría, Riley, porque vale la pena amarte.
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La librería (terminada)
ChickLitOslo, en la mejor época para encontrar el amor. Riley Novav, una escritora ignorada que trata de cumplir su sueño de llegar al corazón de las personas con sus libros, decide arriesgarse y publicar su primera obra por su cuenta. Pero no tiene suerte...