Me siento en el suelo y cojo mi lápiz de carboncillo, intentando
no despertar a Callie. Está tumbada encima de mi saco de dormir, los
ojos cerrados, una leve sonrisa en los labios. Debe de estar soñando
con la vida antes de la guerra. No ha habido muchas oportunidades
de sonreír desde que acabó.
Su hermano pequeño, Tyler, duerme al otro lado de la sala, detrás
de los escritorios que están boca arriba. Puedo oír sus ronquidos.
Es un sonido intermitente, lo que significa que vuelve a estar
congestionado. Quizá por eso Callie está durmiendo en mi saco de
dormir: para poder echar una siesta tranquila.
Acomodo el cuaderno sobre mis piernas cruzadas. Mi precioso
cuaderno. Todas las páginas están rasgadas y manchadas por los
bordes, pero me valen igualmente para dibujar.
La cabeza de Callie está ligeramente inclinada, frente a mí. No
me atrevo, mi mano sostiene el lápiz detenido en el aire. Viene a mi
mente su imagen a los trece años, la primera vez que la vi en nuestro
antiguo vecindario. En tres años ha pasado de ser desgarbada a...
muy poco desgarbada. Aparto el recuerdo de la niña que era para
hacer justicia a la chica que tengo delante. Miro más allá de la mugre
de su mejilla y de su pelo enmarañado que necesita desesperadamente un champú -como todos nosotros-, para captar su esencia.
Las palabras que conozco no son suficientes para describirla. Haré
todo lo que pueda para plasmarla con las líneas, las curvas y las
sombras.
Dejo que el lápiz conecte con el papel. Dibujo el óvalo que será su
cabeza. Una forma oval, el principio. Paso el lápiz una y otra vez,
como un coche en una pista de carreras, trazando círculos de color
gris claro, tratando de captar su volumen. Volumen, vaya broma.
Está tan delgada como yo, tan delgada como cualquier starter. No
puedes pasarte un año en las calles, sin dinero, sin parientes y estar
gordo.
Odio ser un starter. Odio tener dieciséis. Odio tener hambre. Desearía
que nos permitieran trabajar.
Vuelvo a concentrarme en el dibujo. Su nariz es delicada, pero
también algo más que eso. Expresa determinación. Paso a los labios,
tratando de encontrar un modo de interpretarlos sin hacerlos demasiado
grandes o demasiado finos. Un cuarto de centímetro marca la
diferencia entre crispados o sensuales, y ninguna de esas palabras
encaja con Callie.
En este punto su cara es sólo un esbozo, como debe ser. Empiezo
a rellenar el área de los ojos. Primero, las cejas. Aquí lo mejor es un
ligero toque. Luego dibujo dos sencillos óvalos para marcar la posición
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El retrato de una Starter
De TodoMe siento en el suelo y cojo mi lápiz de carboncillo, intentando no despertar a Callie. Está tumbada encima de mi saco de dormir, los ojos cerrados, una leve sonrisa en los labios. Debe de estar soñando con la vida antes de la guerra. No ha habido m...