Capítulo 5

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Alex se despertó a la mañana siguiente con el olor del café recién hecho. "Serv", pensó, mientras se incorporaba durante un momento, antes de recordar la realidad.

Entonces, se desmoronó.

No.

No era su marido sino su peor enemiga.

Se tumbó de nuevo y se cubrió con las mantas.

El gesto se debía en parte a que hacía frío, pero también al deseo de fingir que al otro lado de la puerta, nada había cambiado. Sin embargo, sabía que no era así. Solo se estaba escondiendo de la persona que estaba en aquellos momentos en su cocina.

Se acurrucó bajo el edredón que su madre le había hecho como regalo de bodas, trató de imaginarse cómo sería la mañana. El sol se filtraba por la ventana y el viento había cesado. De hecho, todo estaba en silencio, como si la nube hubiera absorbido todos los ruidos.

Cuando el olor a café se unió al del tocino, ya no pudo resistirse más.

No se acordaba de la última vez que alguien le había preparado el desayuno.

Aquella había sido siempre su tarea, ya que Servando solía ocuparse lo primero de todo de los animales.

Rápidamente, se puso ropa interior térmica y unos vaqueros. Entonces, deliberadamente, eligió otra de las camisas de franela de Servando.

Después de cepillarse los dientes, de lavarse la cara y de peinarse, vio un frasco de perfume que casi no utilizaba nunca en la repisa del cuarto de baño.

¿Qué mal podría haber en una ligera rociada? No era por vanidad ni por resultar atractiva a Tobin. Era solo porque el aroma de las lilas le recordaba a la primavera.

Tras ponerse unos gruesos calcetines y hacer la cama, bajó a la cocina.

A medida que se acercaba, se sintió cada vez más incómoda, como si la noche hubiera sido más íntima y aquella fuera la incómoda mañana del día siguiente. En cierto sentido, era mucho peor, ya que el deseo había estado presente, ardiendo entre ellas, aunque ambas lo habían ignorado cuidadosamente.

Desde la puerta de la cocina, con las botas en la mano, observó a Tobin.

Ella se movía con eficiencia entre los fogones, lo que era una revelación después de tener un marido que nunca había compartido las tareas de la casa.

—Es mejor que entres—dijo Tobin, sin volverse.

—¿Es que tienes ojos en la nuca?—le espetó ella, mientras entraba en la cocina. Entonces, dejó las botas en el suelo y agarró una taza— No has podido oírme bajar porque el suelo no ha crujido ni una sola vez.

—No. He olido las lilas. Dado que estamos en invierno y el tiempo que hace, solo podías ser tú.

Entonces, se giró, con la cafetera en la mano para llenarle la taza.

La miró de un modo que la dejó sin aliento.

Parecía estar tan a gusto en la cocina que, por un instante, Alex se sintió como si Tobin fuera la dueña de la casa y ella la invitada.

—¿Has dormido bien?—le preguntó.
Alex sonrió— ¿Te hace gracia la pregunta?

—Sí. Estaba pensando en que parece que te has acomodado muy bien en la casa. Ahora me acabas de preguntar si he dormido bien como haría la anfitriona.

—También he notado que no me has preguntado cómo he dormido yo, así que te lo voy a decir. He dormido muy bien. Y he tenido unos sueños fascinantes.

Enamorada de la enemiga (Cinco Amigas 01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora