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Las rejas del patio de la cárcel se abrieron para mí, los guardias de la prisión me quitaron las esposas y me metieron al nido de mierda.

Los tipos se giraron al oír el ruido de las enormes rejas pintadas de blanco y ya algunos comenzaron a verme de arriba a bajó.

Unos me veían como si fuera su próxima carnada, otros al notar mi dura mirada desviaban su atención a otro sitio y aquellos a los que todo les da igual no me captaron en su radar.

—Biénvenido bombón— un tipo alto de piel morena, músculos hasta en el culo y voz gruesa se paró frente a mí. —¿Listo para jugar?—

Miré de reojo hacia atrás, los guardias se hacían los idiotas viendo hacia el otro lado.

Estupendo.

—¿Y tú?— bostecé, esto de hacerse el chico malo aunque le sale no le está sirviendo.

—Tenemos un chistoso— se acercó a mi oído y pisó mis pies con sus enormes patas. —Aquí mando yo— me empujó y caí por culpa de su pie.

Permanecí tirado en el piso hasta que se dio la vuelta y se juntó con un pequeño grupo de hombres del otro lado del patio y entonces me levanté y acerqué al grupo más grande, los que no estaban interesados en mí.

—Hola, me llamo Roland— caminé abriéndome paso hasta el centro, empujando y apartando a los que se giraban a verme con cara de querer matarme cortando mi cuello. —Ya que tengo su atención— me paré derecho y con las manos en mi espalda.  —Solo quería decirles que soy un bandolero y

—Sí, todos aquí lo somos— dijo entre dientes un tipo bajo pero con mirada asesina.

—Sí pero yo soy un jefe— desabroché uno de los botones del traje naranja y les enseñé mi marca del beso que llevo cerca del ombligo.

La gente de los bandoleros siempre la lleva en el cuello, en cambio los líderes o sus mujeres lo hacen en el vientre. Es una forma de decir "Estoy sobre tí y si me tocas haré que te maten".

Observé la expresión de los hombres, la mayoría no reconocía la marca pero había unos pocos que sí y bajaron sus cabezas.

—Me llamo Roland, mi grupo de gente es de los más grandes en la ciudad— comenzaron a mirar
—Y ese grupo se tiene que extender. Estoy buscando reclutas que sean fuertes, piensen con la cabeza antes de actuar y no se dejen llevar por unos mìseros centavos— hablé viendo a ninguno, todos ellos me veían a mí.

—¿Habrá una prueba?— los murmullos pronto comenzaron.

—¿A quién tenemos
que matar?— preguntó otro hombre que de inmediato me agradó pues iba al punto que yo quería llegar.

—¿Ven al hombre de allá?— volteé apenas la mirada pero dándoles a entender que me refería al idiota que me hizo caer. —No quiero que muera— sonreí.

Ellos me miraron, intercambiaron miradas entre ellos y algunos miraban con odio al tipo.

—¿Quieres que lo protejamos?¿Esa será la prueba?— preguntó un inocente.

—No. Quiero que vayan por la noche, lo cubran con una manta para que no queden marcas y no sepa quiénes fueron y lo golpeen hasta que llore y suplique.— el maldito me las va a pagar.

—Esa será la única prueba y en recompensa yo me haré cargo de todos ustedes cuando salgan de este infierno.— les prometí y todos asintieron pues cuando de nueva gente se habla el trato el ley, una que ni siquiera aunque quiera puedo romper puesto que llevarán mi marca.

Comenzaron a hablar entre ellos, planeando a qué hora lo harían y quiénes hirían puesto que máximo deberán ir dos de lo contrario los van a ver.

A Las Ordenes Del BandoleroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora