UNA FIGURA DEL COLOR DEL AMANECER corrió sobre las dunas del desierto como si de viento se tratara. Parecía volar, sin apenas rozar con los pies la arena dorada. Y tanta era su velocidad que ni siquiera dejaba un rastro de huellas, solo el polvo que se elevaba tras de sí era la evidencia de su presencia esa noche estrellada.
Su mente estaba tan llena de pensamientos como el cielo lleno de estrellas sobre su cabeza.
Venganza. Ira. Decepción. Traición. Todas esas ideas rondaban dentro de su cabeza en forma de torbellino, vaciando todo su ser de cualquier pensamiento racional o sentimiento diferente. Lo había tenido todo. Había tenido todo bailando sobre la palma de su mano.
¿Y ahora? Ahora no tenía nada más que odio carcomiendo su ser. Todo por culpa de esa escoria que ya no significaba nada, al menos no después de todo lo ocurrido. Iba a conseguir venganza. Iba a destrozar a todo eso que le había destrozado antes. Y no pensaba tener piedad.
Trotó sobre la arena con el corazón tan acelerado que era imposible detener su ritmo.
Finalmente, frenó en el sitio, derrapando y levantando una masa de arena que se elevó en el aire, dañando sus ojos. Pero ¿qué más daba un poco de arena si estaba a punto de cobrar venganza?
Admiró la gran leyenda de la que había oído hablar durante eones. Tenía en frente el enorme león de arena esculpido en roca, cuyos ojos se incendiaron en llamas azules al sentir su presencia.
—Solo uno puede cruzar este umbral —aclamó, haciendo vibrar el suelo bajo sus pies. Una sonrisa cruzó su rostro—, uno cuya nobleza radica en su interior. Un diamante en bruto.
¿Nobleza? La nobleza se la había llevado la traición cometida contra su persona. Era un reto lograr salir. Por suerte, adoraba los retos.
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Una pesadilla tras otra. Las cosas que más miedo le daban, las cosas que más temía que le sucedieran a los demás, se manifestaban con unos detalles tan vívidos que parecían reales.
Lance se inclinó sobre la cama con un fuerte jadeo y con una capa de sudor frío en todo el cuerpo. Sus ojos iban de un lado a otro sin pestañear, tenía miedo de cerrar los ojos y que las horribles imágenes volvieran. Le costó un par de minutos recuperar la respiración y entender que la pesadilla había terminado. Que cuando despertaba estaba a salvo de sus demonios nocturnos.
Volvió a tumbarse en la cama y se masajeó la cara mientras se decía a sí mismo que todo estaba bien. Pero aun estando despierto podía oír los gritos que le atormentaban desde hacía un par de noches. Noches es la que se despertaba gritando, con el miedo reflejado en su cara y buscando en las esquinas más oscuras el origen de lo que había vivido en sus sueños. Hasta que caía en la cuenta de que solo era eso, un sueño. Después de tranquilizarse mínimamente, daba media vuelta y se aferraba a la espalda de Keith de la misma forma que un náufrago se aferra a un remo para sobrevivir. Porque Keith era su enfoque a la realidad, y mientras estuviera a su lado Lance podría tratar de conciliar el sueño.
