CAPÍTULO TRES

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Jane se alisó la falda, donde se había formado una arruga durante el recorrido al centro. Había dudado mucho sobre lo que debía ponerse para la reunión con Timothée y optado al fin por un traje de chaqueta y falda con tacón alto, una ropa que se ponía pocas veces.

El despacho de Timothée estaba situado en una de las numerosas torres de oficinas que dominaban el centro de Nueva York. Había aparcado en una rampa cercana y, una vez en el vestíbulo, había dedicado unos minutos a descansar y recuperar la compostura.

Todo aquello era muy raro. Con contrato o sin él, no se podía forzar a una mujer al matrimonio, aunque no podía evitar pensar que esa boda podía solucionar algunos de sus problemas más apremiantes, como el de dónde vivir cuando la echaran de su apartamento o cómo juntar dinero para recuperar el negocio.

—No lo amo —murmuró para sí. Y repitió mentalmente esas palabras como una especie de mantra.

Se alisó la falda de nuevo y se dirigió al ascensor. Cuando salió en el piso de Chalamet Comercial Properties, se encontró con unas puertas de cristal. Una recepcionista guapa se sentaba detrás de un mostrador circular y le sonrió al verla entrar.

—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla?

—Quiero ver a Timothée Chalamet

—Usted debe ser la señorita Singleton —la joven salió detrás del mostrador—. El señor Chalamet ha pedido que la lleve a su despacho. Ahora está en una reunión pero no tardará en llegar. ¿Quiere que le traiga algo?

Jane hubiera querido pedir un frasco de Valium.

—No, gracias, estoy bien.

La recepcionista la guío por un pasillo largo y abrió una puerta situada al final.

—Le diré al señor Chalamet que está aquí.

—Gracias.

Cuando se quedó sola, Jane miró a su alrededor, demasiado nerviosa para sentarse. Tomó una foto de un pastor alemán que había en el escritorio.

—Se llama Thurgood.

Jane se volvió y vio a Timothée de pie en el umbral, con el hombro apoyado en el marco de la puerta. El corazón se le paró y tuvo que tragar saliva con fuerza.

—Es bonito —murmuró.

—Es un sinvergüenza y lo destroza todo, pero lo adoro. ¿Tú tienes mascotas?

Jane no contestó. No había ido allí a conversar amigablemente. Abrió el bolso y sacó la copia del contrato.

—Me has enviado esto —dijo.

—Sí —Timothée sonrió.

—¿Por qué?

—Creo que está claro en la carta —repuso él.

—No puedes estar hablando en serio —Jane miró el contrato—. Cuando hicimos esto, habíamos bebido whisky y champán.

Timothée sacó una mano que llevaba a la espalda y le tendió un ramo de rosas.

—Para ti —dijo sonriente—. Rosas inglesas. Tus predilectas, ¿no?

Jane sintió un escalofrío en la espalda y su resolución vaciló. Sólo tenía que sonreírle y ella aceptaba cualquier cosa. Gimió interiormente. Sólo llevaba unos minutos en su presencia y sus fantasías regresaban con fuerza.

—Vas a necesitar algo más que rosas y este contrato ridículo para conseguir que me case contigo.

Timothée dió un paso hacia ella, sin abandonar la sonrisa.

Legalmente suya (Timothée Chalamet)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora