CAPÍTULO SEIS

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Timothée deambulaba delante de la puerta, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo. Esperar a que llegara Jane se había convertido en una agonía. Para pasar el tiempo, había decidido limpiar la casa, pero la tarea no había servido para tranquilizarlo.
Si alguien le hubiera dicho unas semanas atrás que le ocurriría aquello, se habría reído en su cara. Vivir con una mujer alteraría necesariamente sus costumbres, sin tener en cuenta lo que implicaba aceptar estar con la misma persona día tras día.
Sin embargo, estaba deseando tener cerca a Jane. Recordaba sus conversaciones del pasado, lo divertido que era hablar con ella, cómo valoraba sus consejos sensatos. Además, podía ser divertido discutir con ella. En los últimos días había percibido asomos de mal genio y sabía que era una mujer terca y... apasionada. Apasionada y muy hermosa. Eso tampoco podía olvidarlo. No se cansaba nunca de mirarla. Su belleza no era obra de la química y la cirugía, era una belleza sencilla, natural, de las que mejoraban con el paso del tiempo.

Timothée estaba delante de la puerta cuando sonó el timbre de seguridad. Thurgood saltó desde el sofá de la sala, dónde había estado durmiendo, y empezó a ladrar.

—Silencio —Timothée se secó las manos sudorosas en la camiseta y respiró hondo—. Y sé bueno con la señorita. No saltes sobre ella ni la chupes.

Hizo una pausa antes de abrir la puerta. Lo natural habría sido que sintiera más temor. Después de todo, la suya era una casa de soltero, cómoda y funcional, y ella querría hacer cambios.

—Por el rosa no pasamos —le dijo al perro—. Si trae algo rosa a esta casa, yo elevo una protesta formal y tú lo destrozas a mordiscos.

La casa tenía todo lo que un hombre podía desear: televisor de pantalla plana, una cadena de música de primera y dos sillones de cuero. Y Timothée estaba dispuesto a añadir algunos toques femeninos... paños de cocina de colores, cortinas, algunos cojines...

—Que no se diga que no soy flexible —musitó.

Thurgood estaba sentado delante de la puerta y golpeaba el suelo con la cola. El timbre volvió a sonar y Timothée abrió la puerta frontal. Jane estaba en el umbral con una maceta en la mano. Timothée la tomó y se hizo a un lado.

—Entra —dijo.

Dejó la palmera en el suelo y miró a la joven, que a pesar de ir vestida con vaqueros y un suéter y llevar el pelo recogido con un pañuelo, estaba extraordinariamente hermosa. Era increíble que hubiera cambiado tanto y siguiera pareciendo al mismo tiempo la chica de diecinueve años que había conocido.

Jane vaciló un momento antes de entrar. Thurgood se colocó ante ella, que lo miró nerviosa. Pero luego avanzó unos pasos y Timothée respiró aliviado.

—Te enseñaré esto —dijo—. Te presento a Thurgood.

—Es grande —musitó ella—. Muy... grande.

—¿No te gustan los perros? ¿Nunca tuviste perros de pequeña?

—A mi madre no le gustaban los animales, decía que ensuciaban mucho. Yo tenía plantas —ella forzó una sonrisa y señaló la palmera—. Voy por el resto de mis cosas. Regina es sensible al frío y Anya está envuelta en plástico, pero seguro que sufre el efecto del shock.

—¿Regina? ¿Anya?

—¿No te acuerdas de ellas? Regina es una sedum morganíanum y Anya es una pallea rotundifolia. Conocidas vulgarmente como cola de burro y helecho de botón.

Timothée le tomó la mano y la apretó con fuerza.

—¿Sigues poniendo nombre a tus plantas?

—Son las mismas plantas.

Legalmente suya (Timothée Chalamet)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora