CAPÍTULO OCHO

5.3K 393 158
                                    

Timothée abrió la puerta de atrás y se quitó el abrigo al tiempo que entraba. Se oía música suave y Thurgood corrió a su encuentro y frotó el hocico en la mano de su amo, que se inclinó a acariciarlo detrás de las orejas.

—Hola, viejo. ¿Qué has hecho todo el día?

Se enderezó y vio a Jane en la cocina. Le bastó con verla para olvidar todos los problemas del día. Tenía una velada entera por delante y comprendió de pronto una de las mayores ventajas del matrimonio: un lugar cómodo y feliz al que acudir al final del día.

—Cariño, estoy en casa —gritó.

Jane dió un salto de sorpresa y giró hacia él. Se llevó una mano al corazón.

—Me has asustado.

Timothée dejó el abrigo en el respaldo del sofá de la sala y se acercó a ella. Estaba muy guapa. Llevaba un pantalón corto caqui y una blusa blanca que se amoldaba perfectamente a sus pechos y su cintura. Resistió el impulso de abrazarla, quitarle el estúpido delantal y besarla con fuerza.

—¿Has hecho la cena? —olfateó el aire—. ¿A qué huele?

—A hígado con cebolla.

Timothée reprimió un respingo y forzó una sonrisa.

—¿Hígado con cebolla? ¿Vamos a cenar hígado?

Jane asintió con entusiasmo.

—Sí. Ahora que estoy aquí para cuidar de ti, me encargaré de que comas como es debido. Se acabó la cerveza con una bolsa de papas fritas. Y el helado tiene demasiada grasa y colesterol. Y las pizzas congeladas están llenas de sal. Ya tienes treinta años y debes empezar a cuidarte la presión arterial —tomó dos platos y unos cubiertos y entró en el comedor.

—Haces que me sienta viejo —dijo él, que se apoyó en la encimera.

—Eres viejo —Jane volvió a la cocina—. Vas a ser un hombre casado y ya sabes lo que ocurre cuando te casas.

Timothée no estaba seguro de querer oír lo que ocurría cuando un hombre se casaba. Y menos si tenía que ver con comer entrañas.

—¿Y qué ocurre? —preguntó.

—Personalmente no me molestan, pero no pienso tolerar barriga.

Timothée se tocó el estómago.

—Siempre he sido delgado y voy al gimnasio.

—Claro que sí, pero ahora que estamos juntos, no vas a tener tiempo para el gimnasio.

—¿No?

—No —ella movió la cabeza—. Las parejas tienen que pasar tiempo juntas. Tenemos que trabajar en nuestra relación, aprender a conocernos mutuamente como nadie más nos conoce. Tenemos que hablar.

—¿De qué?

—De nuestra relación. Tenemos que crecer como pareja. Dicen que el matrimonio son dos personas que se hacen una. Y si vamos a ser uno, tenemos que empezar a pensar como uno. ¿No estás de acuerdo?

Curioso. El día anterior Jane parecía a punto de salir corriendo y ahora hablaba como si el matrimonio fuera inevitable. Aquello tenía que formar parte de algún juego. Timothée sintió una punzada de miedo. O quizá se había entusiasmado con la idea de casarse.

—Supongo que sí —repuso.

La joven levantó la sartén, tomó un paño de cocina y se dirigió al comedor.

—La cena está servida.

Timothée la siguió de mala gana. Cuando se sentó, ella había sacado ya la silla de la mesa y había servido un buen trozo de hígado en su plato.

Legalmente suya (Timothée Chalamet)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora