Capítulo VIII: La Noche De Las Bestias

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Invierno. Esa gélida estación donde el aire frío entraba por los pulmones provocando respiraciones que picaban en el pecho y la garganta de aquellos que caminaban bajo su álgido manto por las calles de Konoha.

Diciembre había comenzado y con él los tan molestos resfríos y gripes que atacaban mayormente a los niños los cuales salían con emoción a jugar en la nieve. Este año era particularmente más frío con temperaturas que alcanzaban los menos treinta grados bajo cero, de modo que había más trabajo en el hospital.

Desde tempranas horas había bastante movimiento en las instalaciones, especialmente en medicina general y pediatría, siendo esta última el área donde a la joven aprendiz le tocó laborar.

Se apresuró en ir a chequear el estado de uno de sus pequeños pacientes que había llegado de emergencias durante la tarde de hoy, por presentar fiebre alta. Hacía ya una hora que su turno había culminado pero debido a la llegada de tantos niños con diversas afecciones le fue imposible marcharse.

Durante la época decembrina no solo las grandes tiendas de la ciudad eran concurridas sino también el hospital. Al ser un mes con mayor actividad comercial las personas estaban más expuestas tanto al clima frío como a los accidentes, especialmente los automovilísticos, de modo que el personal médico nunca parecía suficiente ante la llegada de tantos pacientes en las diferentes áreas.

Ya en la habitación del pequeño Hinata chequeó su temperatura alegrándose al constatar que ya no tenía fiebre. Sus padres igualmente se alegraron con la noticia y mostraron su agradecimiento con una reverencia que hizo que la ojiperla se sonrojara hasta la punta del cabello, incomoda, repitiendo que sólo estaba cumpliendo con su trabajo.

Posteriormente le indicó los medicamentos que tenía que administrarle así como también las medidas que debían tomar una vez que le dieran de alta. Nuevamente ambos padres le agradecieron por su amabilidad, ella se despidió con una dulce sonrisa y salió de la habitación.

Cerró la puerta y quedándose allí parada un instante sonrió con cierto aire de satisfacción. Aunque estaba exhausta, ver a sus pacientes mejorar bajo su cuidado y recibir el agradecimiento de los familiares aun cuando no lo pedía, era muy gratificante. Le hacía sentir que valía la pena todo el esfuerzo que ponía en ello.

Estuvo por dirigirse a ver el avance de otro de sus pacientes pero un par de llamados en modo de reprimendas en el pasillo llamaron su atención.

-¡Sensei!.- Dijo alegremente una voz infantil. Hinata no tuvo tiempo de reaccionar y fue sorpresivamente atrapada por los pequeños brazos de la infante que corriendo se acercó a ella para luego abrazarla un poco más abajo de la cintura, por donde su pequeña estatura le permitía llegar.

-¡Aoi-chan!.- Exclamó sorprendida de que estuviese allí.

Se trataba de una de sus pacientes más concurridas. Una pequeña de seis años que padecía de asma y debido a que recientemente pescó una gripe su madre la llevaba constantemente al hospital donde Hinata fue la encargada de llevar a cabo sus chequeos, logrando con su dulzura y amabilidad tan habituales en ella, ganarse el cariño de la infante.

-¡Aoi!- Llamó esta vez su madre quien venía corriendo tras su hija.- Te pedí que no corrieras por los pasillos, esto es un hospital y además... sabes muy bien que no es bueno para ti.- Más que molesta se escuchaba preocupada.

-Pero estoy bien mami.- Se quejó la pequeña entre pucheros, parecía hastiada de que su madre se empeñara en prohibirle realizar ciertas actividades.

-Aoi-chan, tu madre tiene razón.- Estuvo de acuerdo la ojiperla.- Todavía no te has recuperado totalmente de tu resfriado, de hecho no es recomendable que salgas con este clima.- Frunció levemente el ceño volteando a ver a la madre.- ¿Sucedió algo?

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