12. Malestar

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Al ser una nueva semana, las órdenes por parte del superintendente no se hacían de esperar

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Al ser una nueva semana, las órdenes por parte del superintendente no se hacían de esperar.

Solicitándole a García y a Pérez la información que debieron recopilar sobre la infiltración, pidió como prioridad la ubicación de la sede en la que residían; los datos sobre lugares externos y qué terrenos tenían bajo su nombre.

Se sentían las ansias por parte de su jefe, quien quería realizar ahora mismo una redada, aquella que llevaban meses planeando. Él vivía con el peso de perder en la carrera contra el tiempo, perdiendo así la vida de muchos de sus compañeros.

La mafia creó un camino de sangre, donde las cabezas de los policías no paraban de rodar.

Y era normal sentir esa ira, esa impotencia ante la idea de tenerlos sobre un hilo, uno que solo necesitaba jalar. Para ello necesitaba la información, la seguridad y base para poder meterlos en la trena y hacerlos pagar; uno a uno, haría de ellos un infierno, uno en el que la muerte ni siquiera podría significar paz.

El único inconveniente que presentaba su plan era que parte de sus aliados no estaban en total acuerdo con esa decisión. Gustabo se incluía a él mismo en ese saco.

¿Cómo podría hacerlo? Hasta el momento, la mafia había mostrado una mayor receptividad hacia él. Allí no era el "enfermo mental" ni "el perro faldero de Conway", simplemente era Gustabo, el chico que podía hacer el capullo junto a sus compañeros, mientras se echaban unas risas.

Eran lo más cercano que él podía encontrar, eran una familia.

Por ello, en más de una ocasión se disgustó con Conway, peleando a altas horas de la noche. Se sentían como perros rabiosos, unos que no dudaban en tirarse sobre el otro para morderse el cuello.

Situación que ya había ocurrido, por la cual Jack tenía una marca en el hombro; los pequeños colmillos de García se clavaron ahí con fuerza, logrando que pequeñas gotas de sangre salieran. Evidentemente, él no se dejó hacer eso porque quisiera.

Gustabo también había salido herido, los fuertes hematomas en su espalda lo confirmaban. El cabrón le había reventado la piel, dejando con seguridad una cicatriz.

Y todo ocurrió fuera de un plano sexual, ¿Qué sería de ellos cuando se diera el caso? Seguramente las prácticas que emplearían se verían guiadas por objetos corto punzantes. Querían un derramamiento de sangre, y la perdida de luz en los orbes.

Como consecuencia de ese pésimo recuerdo, el rubio se encontraba desconectado de su trabajo principal, manteniéndose ajeno a la información que debía de manejar con urgencia; él ignoró lo que dijo el superintendente al momento de escribirle "hora de las noticias, nenaza". A la hora de seguirle el rollo —siendo en realidad el momento en el que debía entregar la información—, lo que hizo, en cambio, fue llevarle un periódico.

—¿Usted no me había pedido las noticias? Venga, acá están.

Ese día Conway le golpeo con el rollo de papel.

𝐓𝐨𝐮𝐜𝐡 𝐦𝐞, 𝐡𝐨𝐧𝐞𝐲; 𝐆𝐮𝐬𝐭𝐚𝐛𝐨𝐰𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora