Harry quiso decir: te he extrañado cada día durante los últimos diez años. Aun no entiendo cómo es que todo terminó, ¿podrías por favor abrazarme y dejar que descanse mi cabeza en tu regazo, justo como lo hacíamos antes?
Pero lo que realmente terminó diciendo fue—: Eh, hola.
Le pareció creer que Anna respondía: todos los días de ese último día me cuestiono qué hicimos mal. ¿Creerás que estoy loca si te pido que lo hagamos todo de nuevo, esta vez de la manera correcta?
Aunque se escuchó como—: Hey.
A veces a Harry le gustaría quedarse en la versión de los hechos que le presenta su cabeza. Todo siempre es más sencillo allí.
—¿Cómo, uhm, cómo estás?
Anna respiró profundamente—. Escucha, no tenemos que hacer esto. Tú ignórame a mí y yo haré lo mismo contigo ¿de acuerdo? Con suerte sobreviviremos esta noche y podremos regresar a nuestras vidas cuanto antes.
Dicho eso Anna caminó dirección a la cocina para unirse a las risas de gente que promete pasársela mejor que él.
Harry suspiró y fue a encerrarse a un baño para alejarse un momento de la decoración llamativa que adornaba todo el lugar. Necesitaba concederse un segundo, ya que nadie más estaba dispuesto a dárselo. Apenas un par de horas que había llegado a casa y su madre no ha dejado de darle tareas: saca la basura, desenreda estas luces, cuelga esto en la puerta, échale un vistazo a la caldera del sótano, cámbiate de ropa ¿qué son esas pintas?
Y no se equivoquen, Harry estaba feliz de hacer cosas por su madre (lo de cambiarse no, su jean suelto Gucci y su suéter de retazos amarrillos, naranjas y verdes estaban más que perfectos). Pero entonces llegó Anna y todas las cuerdas dentro de él se cruzaron y anudaron, dejando su abdomen tenso y su pecho apretado.
Viéndose en el espejo donde por primera vez se afeitó el bigote Harry llegó a dos conclusiones:
1: la respuesta es sí, Anna todavía lo odia. Incluso después de diez años.
2: a lo mejor él no sobreviviría a esa navidad.