IX

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Después de navidad Harry Anna volaron a Nueva York. Ambos tenían compromisos importantes que cumplir en la gran ciudad: Harry cantaría en la gran celebración del Times Square para fin de año y Anna había sido convocada para unas presentaciones especiales en el famoso festival de Broadway: The Best Of Our Best Years.

Pero si estáis pensando que volaron juntos, estáis en un error.

Después de que los cohetes de navidad explotaran, sus corazones también lo hicieron. Ambos dejaron salir en llanto diez años de dolor reprimido, porque era imposible que antes, estando por separado, pudieran sanar todo aquello que se hicieron. Harry el olvido, Anna el resentimiento.

Para cuando se separaron Anna estaba temblando y Harry tenía las pestañas congeladas, al igual que el corazón. La nariz de ella estaba roja y los ojos también, una mezcla caricaturesca entre el frío de la nieve y lo mojado de sus lágrimas. Harry quiso acercar su mano y acariciar su mejilla como tantas veces había hecho (y como tanto quería hacer desde la última vez que lo hizo) y Anna se lo habría permitido, de no haber sido por las mamás que salieron por el pórtico para darles un abrazo de Feliz Navidad.

Se vieron separados otra vez, exactamente como antes: de forma abrupta y sin pudor.

Después Anna volvió al hotel con sus padres y Harry se quedó en casa con su mamá y su hermana. Creyó que iba a verla en la mañana, pero nunca regresó.

―Ha tenido que volar de último momento a NY―fue lo que dijo la madre cuando entró con los regalos de la mañana del 25.

Esa vez, era Anna quien se había marchado.

Lo cual apestaba, porque de haberse quedado habría escuchado todo lo que Harry le iba a decir: las disculpas, las explicaciones (no excusas, hay que saber diferenciarlo) y lo más importante: la renovada confesión de amor.

Porque Harry la amaba, tanto como el primer día.

No, aun más, porque ahora sabía amar.

Pero todas sus palabras habrían de quedarse atoradas en su garganta por otra década más, tal vez para siempre, ya que había perdido la oportunidad.

Anna parecía ser un tren que él nunca terminaba por alcanzar. Una vez por descuido, otra por fallas técnicas. Incluso de pequeños, ella corría tan rápido que a él le costaba un gran esfuerzo seguirle el ritmo.

¿Se habían intercambiado los papeles ahora?

Harry, la gran estrella del momento. Un momento que se ha extendido por mucho tiempo, diez años y contando. Parte de él no terminaba de creer que aquella fuera en realidad su vida, todavía temía despertar un día y darse cuenta de que no tenía nada.

Hubo un tiempo donde no supo manejarlo bien. Por allá en el 2013, donde la fama era tan brillante y la vida tan fácil que costaba mucho mantener los pies sobre la tierra. Considera que lo hizo bien en comparación de otros, pero siempre existe cierta vergüenza cuando recuerda lo descabellado que un chico en la puerta de los veinte puede llegar a ponerse con un poco de dinero.

Siempre se ha preguntado qué habrá pensado Anna de haber leído todos aquellos tabloides. ¿Les habrá creído a todos? Porque ni la mitad eran verdad. ¿Habrá creído que salía con todas esas chicas? ¿Que se gastaba el dinero en yates y vehículos innecesarios? Le habría gustado preguntarle: ¿crees que he olvidado quién soy?

Al fin y al cabo, ella era una estrella del Hollywood de antes. Vestidos negros y largos, cocteles en un bar, presentaciones en vivo, aquel placer inocente de los carteles de los teatros alumbrando su nombre en noches de función.

Harry todavía tiene la revista de Vogue donde apareció ella por primera vez. Usaba un cuello de tortuga negro, unos pantalones holgados de tiro alto y unos zapatos de charol brillantes. Su melena divida a la mitad, sonriendo a sus coestrellas de su primer papel protagónico.

Se veía hermosa, fresca y por siempre sofisticada. Harry se había vuelto un experto en interpretar los lenguajes ocultos de los publicistas, y el de ella gritaba: prestigioso, sí, pero también casual.

Luego, al voltear la página, se le veía en una foto tomada a los pies del escenario. Todavía se acuerda de lo que sintió la primera vez que lo vio, como si le vaciaran todo el aire de los pulmones y se los rellenaran inmediatamente después con una esencia mentolada. Y es que Anna parecía un ángel.

Vestía un vaporoso vestido azul claro, casi blanco. Su cabello estaba recogido en lo alto y sus ojos brillaban en algún punto celestial. Tenía los labios separados porque la atraparon en medio de una nota que casi juraba estar oyendo él mismo. Sus manos se aferraban su pecho y sus hombros caían de una forma que pareciera que estaba a punto de saltar y volar. Era una princesa, le estaba cantando a su amor extraviado en la guerra.

Anna, su Anna.

Sintió celos. Ya no era su Anna.

Pero haría hasta lo imposible por reparar eso.

  

Un Cuento de Navidad [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora