Harry se presentó frente a miles de millones de personas. El frío de Nueva York le congeló los dedos y hubo ratos en los que se veía con Mitch para ver si a él le pasaba lo mismo (en efecto, estaba agonizando), el fuerte viento le sacudía los rizos y se los echaba hacia atrás y las rodillas le tiritaban cada vez que se ponía a bailar.
Fue la mejor sensación del mundo.
Su voz expandida a través de los edificios, haciendo ecos en cada rincón de la Gran Manzana. Su banda, sus amigos, allí arriba con él. El rugido de las personas que le devolvían todo el amor que él les daba.
Anna en su corazón, como una promesa de algo dichoso que se aproxima.
Le pareció creer que su Falling tuvo el mismo efecto que suele tener la Noche De Paz. Todo el mundo guardó el aliento mientras su tonada acobijó la ciudad entera, quizás un poco más. Sus vellos se erizaron y dejó que la letra lo absorbiera e imprimiera todos sus errores cometidos.
Aquí los dejo, pensó, ya he cargado con ellos demasiado tiempo.
Pero era Año Nuevo y había que celebrar, así que Kiwi, Golden, TPWK y Lights Up hicieron que el mundo enloqueciera.
También cantó Anna.
Inmediatamente después corrió a la salida.
Su coche lo esperaba a un lado del callejón, justo donde nadie pudiera verlo. Se escabulló de tal manera que nadie, salvo su banda, se percató de su partida. Debía ser excusado, igual rara vez se queda para las fiestas.
Había memorizado la ruta anteriormente porque sabía que sus nervios no le permitirían manipular el GPS. Tomó las calles menos abarrotadas, aunque le fue difícil. Nueva York era bonita, pero también era demasiado estrecha para la cantidad de personas que recorrían sus calles, sobretodo una noche como la de año nuevo.
Pero llegó, dirigido por el poder del amor o simple casualidad.
Como lo veía, habían dos formas de que todo terminara: eróticamente bien o desastrosamente mal.
Harry en verdad esperaba que Anna quisiera verlo, pero a medida que avanzaba la duda lo asaltó. ¿Pero qué estaba haciendo? ¿De verdad creía que después de todo, después de la navidad, ella todavía querría verlo? Presentarse así, sin avisar...era violento, no podía negarlo. ¿Podría usar un impulso enamorado como excusa para su absurdo comportamiento?
El edificio enorme se alzó en 1717 Broadway. Con nerviosismo bajó del coche a su vez que le tendía las llaves al amable botones que esperara sonriente en la entrada. Creía necesitar de alguna entrada o un permiso especial, pero se le dejó pasar como si le estuvieran esperando.
Beneficios del trabajo, tanto su don como su maldición.
De modo que se movió entre el gran vestíbulo del hotel hasta que, con ayuda de algunas indicaciones ajenas, logró dar con el majestuoso salón donde se celebraba la música y la actuación en vivo, las dos experiencias más puras de la expresión artística del entretenimiento.
Se trataba de una cena, o eso le pareció a Harry. Varias mesas redondas se disponían por el local, de frente a una carísima tarima de madera oscura. Todo era muy de la aristocracia neoyorkina: manteles blancos de hilo pero modernos, champagne pero comida también.
Reconoció actores, presentadores, empresarios. Aquello era algo grande, pero los candelabros dorados y las finas cortinas de lino hacían que todo se sintiera suave y calmado.
No podía compararse con el bullicio de la calle. Ninguno era peor o mejor, solo diferente.
Un mesero le indicó dónde podía tomar asiento, aunque el show estaba avanzado y casi todos los lugares estaban ocupados, pudo hacerse un lugar en la mesa de algún magnate de Wall Street y su familia.
De modo que disfrutó de todo el espectáculo de voces clásicas, melodías divertidas y rutinas extravagantes. La primera vez que vio a Anna lo sintió todo de nuevo: el aire expulsado de sus pulmones para regresar mentolado y fresco, tanto así que casi se ahoga. Usaba el mismo vestido azul y cantaba aquellas notas que tanto había imaginado.
Se veía etérea.
Tuvo ovación de pie encabezada por él mismo, aunque dudaba que pudiera verle. Casi le pidió a todos que se sentaran para que no se interpusieran en su camino.
Volvió a cantar tres veces más y cuando hizo reír al público con su interpretación de Anything You Can Do con Barbra Straisand, Harry también rió.
El show terminó casi a las once. Los comensales fueron despachados al salón continuo donde la fiesta de celebración era escandalosa y desusada. Harry saludó a unos cuantos amigos que parecían sorprendidos de verle allí pero por mucho que intentaron, nadie logró distraerlo. Estaba ahí por alguien en específico.
Y ese alguien estaba encaminándose a la puerta con un grupo de unas cinco personas más.
Harry no es conocido por sus grandes dotes sociales (lo suyo es más ser amable, un oyente entusiasta) y quizás con unas copas encima habría sido más carismático, pero estaba demasiado nervioso para hacer uso de su viejo encanto.
Así que simplemente corrió hasta ella y prácticamente se le atravesó en el camino.
―¿Harry? ―ella parecía sobresaltada.
―Eh, hola.