Harry se detuvo porque Anna se detuvo primero. Antes de preguntarle qué ocurría, se percató de dónde tenía fija la mirada.
Estaban al frente de la casa de Anna.
Pero como ellos mismos, la casa estaba prácticamente irreconocible.
Sabía que hace años nadie la ocupaba, probablemente desde que sus padres se fueron.
La maleza del jardín crecía sin control por todo el terreno, incluso empezaba a trepar por la puerta. El buzón, aquel buzón donde él dejaba cartas para ella, estaba oxidado y doblado hacia su lado izquierdo. Los arbustos que antes decoraban la entrada como en todas las demás casas estaban escarbados y secos.
Harry podía ver la tristeza emanar de Anna.
Quiso darle su espacio, pero cuando dejó caer su bicicleta sin reparo alguno para ir trotando hasta las escaleritas del pórtico, Harry tomó el pastel que sujetaba entre los manubrios y corrió a su encuentro.
La vio rebuscar en la tierra abrillantada hasta que dio con una llave. Antes de que pudiera detenerla Anna ya estaba entrando.
—¿Qué haces? ¡No puedes hacer eso! —regañó siguiéndola, pero Anna no le prestaba atención. Estaba muy ocupada viendo cómo el lugar donde pasó los mejores momentos de su vida se venía abajo.
La pintura agrietada, el yeso roído por ratones. Manchas espantosas de filtración. Ninguno podía creerlo.
Anna lo miró a los ojos por primera vez en diez años.
—No puedo creer que esto pasara.
A Harry le pareció que no solamente hablaba de la casa.
—Tampoco yo.
Anna recorrió toda la casa, era imposible para Harry saber lo que pasaba por su cabeza. ¿Estaría recordando como él lo hizo antes? ¿Etiquetando cada lugar con un momento exacto?
Podría hacerlo aquí también: ahí tu papá me enseñó a clavar un clavo en la pared, ahí jugábamos póker, ahí nos sentamos avergonzados cuando tu mamá nos encontró a punto de hacerlo en el cuarto de lavado.
Harry se mantuvo en silencio, sintiéndose un poco tonto llevando una caja rosa con una tarta adentro en un momento tan dramático. Más allá de eso, Harry también estaba feliz de que Anna le estuviera permitiendo estar ahí, con ella.
Después su rostro se iluminó como la esfera de Año Nuevo del Empire State.
—¡Los columpios! —exclamó observando por la ventana y deslizó la puerta trasera para llegar al otro lado del patio.
Harry, naturalmente, volvió a seguirla.
El patio trasero estaba tan en mal estado como cualquier otra parte de la casa. Sintió temor de que algún animal salvaje estuviera escondido entre la maleza, pero observó que lo mejor que podía hacer era dejar la caja con el pastel encima de un escalón y acercarse a los columpios.
—No puedo creer que sigan aquí.
Anna jaló de las cadenas que conectaban con la base para asegurarse de que aguantaba y después se sentó.
―Mi papá los puso aquí unas semanas después de mudarnos―relató, como si él no lo supiera.
―Dijo que si querías causar sensación en el vecindario deberías tener columpios―completó Harry la historia, sentándose en el puesto que quedaba desocupado―. Pero solo instaló dos para que solo te mecieras con una sola persona.
Se mordió la lengua para no agregar: siempre me fui yo.
―¿Te acuerdas de las carreras que hacíamos? ―preguntó, empezando a moverse con lentitud. Seguía probando si la estructura aguantaba.