Harry hizo ademán de dirigirse a uno de los autos estacionados frente a la casa, pero el bufido que escuchó detrás de sí lo hizo girarse.
—¿Qué? ¿Se te olvidó andar en bici?
Las palabras estaban cargadas con desdén y cierto toque de burla, pero Harry las recibió con toda la ternura del mundo, porque casi lo llevaron de vuelta a una época más agradable donde ninguno de los dos tenía que preocuparse por nada más que llevar al límite al otro.
De modo que Harry deslizó las llaves dentro de sus bolsillos y la siguió hasta la cochera donde desempolvaron las viejas bicicletas. Harry tomó la suya y Anna la de su hermana.
Vale, hacía frío. Hacía mucho frío y ninguno de los dos llevaba ningún abrigo extra. El viento agujereaba la piel de la cara y las manos y probablemente ambos cogerían una gripe terrible, pero no importaba.
No importaba porque eran Harry y Anna otra vez, aunque fuera una ilusión.
Recorrieron las calles que marcaron su niñez. Harry empezó a etiquetar cada cosa a medida que avanzaban. Ahí me raspé la rodilla, ahí me fumé mi primer cigarrillo, ahí toqué la guitarra por dinero.
Nada había cambiado, todo seguía exactamente en el mismo lugar. Incluso Anna pedaleaba delante de él como siempre lo hacía.
Y las luces de navidad que iluminaban todo.
Le costaba creer que había pasado diez años.
Llegaron al centro comercial y entraron. De alguna forma Harry todavía sentía que pedaleaba. Anna frotó sus manos y sopló sobre ellas para ayudar a la calefacción del establecimiento a espantar el frío.
—Solo para que lo sepas—dijo mientras caminaban a la pastelería, notando inmediatamente las miradas curiosas que se giraban a su paso—, si alguien quiere atacarte no voy a detenerlo.
—No te preocupes, este lugar es tranquilo.
Y lo era, al menos su gente. Se notaba el titubeo en las personas, que se debatían entre acercarse para pedir una foto o dejarlos continuar para no importunarlos. Harry agradecía la intención respetuosa local, porque no era algo que siempre veía en otros lugares. Se dedicó a sonreírles amablemente y saludarlos si se le quedaban viendo mucho rato.
—Ahora los lentes de sol tienen sentido.
—¿Cómo sabes que no es por ti? —Anna soltó algo parecido a una risa y Harry sintió una ligera pizca de esperanza en el pecho—. ¿Tú qué sabes? Podrían estar que no se la creen porque Anna RothWell está aquí.
—El teatro no es igual a la industria musical—comentó mientras se distraía un poco con unos cascanueces que se exhibían en un mostrador. Harry se percató de ello.
—¿Crees que no te reconocen?
—A menos que me vean en el escenario o en un artículo de cultura Vogue, nop. Es lo que más me gusta de mi profesión.
—¿Anonimato?
—No, bueno, naturalmente estoy expuesta—a la cabeza de Harry viene otro encabezado sobre ella. Anna RothWell de copas con Sam Smith y dos morenos misteriosos, ¿cita doble a la vista? —, pero es manejable. Puedo ir a una alfombra roja y bailar con Bradley Cooper y al día siguiente comprar mis verduras en algún puesto de Central Park. ¿Puedes decir lo mismo sobre ti?
—En definitiva mis elecciones profesionales no me han llevado a bailar con Bradley Cooper.
Casi pudo verlo, el principio de una sonrisa que se elevaba en la comisura de sus labios. Pero quizás lo imaginó, porque el gesto no terminó de concretarse.
Llegados a la pastelería, Harry accedió a tomarse fotos con unas niñas pequeñas que más que reconocerlo a él, admiraron fascinadas todos los colores llamativos de su suéter.
Mientras tanto Anna esperaba la orden y Harry, viéndola observar con detenimiento cada postre exhibido volvió a preguntarse cómo es que los años han pasado tan rápido.
Era una tradición de ellos dos recoger el postre de navidad. Así empezó: la familia de ambos celebraban una gran cena en Noche Buena juntos, turnándose entre las dos casas cada año. Como Anna y Harry se pasaban el día entero en la calle organizando batallas de nieve con todos los chicos del vecindario o recorriendo en bicicleta la ciudad para ver todas las luces cuando las calles estaban limpias, sus padres les encargaban ir por la tarta de arándanos antes de obligarlos a entrar para que se arreglaran un poco.
Harry echaba de menos cuando la navidad se sentía como navidad.
Y quizás Anna estuviera pensando lo mismo, porque su mirada desbordaba nostalgia.
Después de que recibieran el pedido y Harry se despidiera de la madre de las niñas, ambos salieron sin cruzar palabra. Era raro, estar tan cerca de una persona a la que llegó a conocer tan bien y a la que no ha visto desde hace tantos años, y no ser capaz de decir nada.
Harry pensó "¿Qué nos pasó?"
Pero lo sabía. Todo este tiempo.
Sabía que él era el culpable.
Miró la separación entre los dos mientras caminaban y no fue capaz de reconocerlos.
Te he escrito tantas canciones y no tienes idea.