Los recuerdos que ya no duelen

13 2 0
                                    


—¿Silvia?

Una sola palabra pero en sus labios sonaba inmensa. Cogí aire antes de contestar mientras las dos locas de mis amigas me observaban.

—Hola...

—Me alegra que me hayas llamado. Así tengo tu número por fin.

Penélope y Lara me hacían señas queriendo pedirme que pusiera el móvil en manos libres pero tras forcejear con ellas y ponerles mi cara de asesina dejaron de empeñarse con muecas de fastidio.

—¿Cómo estás? —me preguntó Enzo con su voz suave.

—Bien... deseando recuperarme y volver a mi vida.

—¿Ya? —se rio y yo no pude evitar dibujar una sonrisa en los labios al imaginármelo riendo.

—Soy una persona muy activa y no soporto tener que estar encerada en casa más de dos días seguidos.

—Entonces habrá que ir a entretenerte... —carraspeé al pensar en cosas que no podían suceder entre él y yo y le colgué pronto.

—Gracias por traerme ayer. Tengo que dejarte que tengo visita. Hasta luego, Enzo.

—Un placer, mil veces repetiría. Un beso, Silvia —abrí la boca exhalando un suspiro al escuchar lo del beso y di por finalizada la conversación.

—Os vais a enterar vosotras dos.

—¡Pero si ha ido genial! Cuéntanos todos los detalles que desde aquí y sin manos libres es jodido entender una mierda —se quejó la malvada fotógrafa.

—Largo de mi casa, brujas malvadas. Quiero irme ya a la cama —después de tratar de sonsacarme un poco más me dejaron en la soledad de mi pequeño apartamento.

Con ayuda de la muleta conseguí llegar a la habitación. Vi mi agenda sobre el escritorio y un latigazo de culpabilidad me recorrió. A pesar de no ser realmente algo que hubiera elegido voluntariamente sino que fue un accidente. Era una persona demasiado responsable y sentía mucho no estar haciendo mi trabajo. Me metí en la cama tratando de no pensar más en ello y encendí el televisor anclado a la pared y estuve haciendo zapping un rato. Yo no era de esas personas a las que les gustaba tener una televisión en la habitación, pero Javi se empeñó. Recordé a una amiga que me dijo que si algún día lo dejaba con él mi apartamento estaría lleno de recuerdos y querría quemarla con todo dentro. Un poco gafe aunque no lo pensé cuando me lo dijo.

Rememoré momentos con él en aquella diminuta casa. Teníamos una vida feliz y bastante anodina hasta que todo saltó por los aires. Eso pasó el día que me dijo que teníamos que hablar. Las tres palabras más temidas cuando estás en una relación. Hace que todo empiece a desvanecerse. Significaba que nuestra historia tenía una fecha con varios dígitos queriendo decir que se acababa. Un punto y final que supuso un dolor muy grande que por suerte con el tiempo aprendí a sanar. Dos años habían transcurrido desde que me Javi me dejase con pocas y muy dolorosas explicaciones. Cuando lo hizo, y sobre todo cuando me dijo que me había sido infiel con algunas compañeras de trabajo, mi autoestima se vino abajo como el típico castillo de naipes. A pesar de lo doloroso no hubo dramas ni rencores. Me costó entender cómo ya no me quería eso sí. Y el amor no puede irse así como así de un día a otro. Aun a día de hoy le quiero. Después de años juntos y muchas vivencias, buenas y malas conjuntas, es imposible dejar de querer a una persona, incluso cuando otra la acompaña en su camino. Pero el dolor es inevitable y yo me recluí en una burbuja de lágrimas, autocompasión y tristeza. Si no hubiera sido por mi psicólogo aun seguiría en ese pozo. Me lastimé especialmente pensando que por mi sobrepeso lo había alejado de mí, como si estar gorda hubiese sido el detonante para no gustarle más. Por favor qué cantidad de gilipolleces podemos pensar de nosotras mismas en vez de amarnos con todo el alma.

Con mucha terapia, trabajo y esfuerzo volví a encontrarme, a tomar las riendas del caballo desbocado que me controlaba y que me hacía cometer errores absurdos como beber sin control en casa o hacer dietas imposibles en las que aguantaba máximo una semana. Maltrataba mi cuerpo porque a un tío no pudiera gustarle. Era patética, una cobarde. Entonces con el tiempo aprendí que la vida está hecha también para gente como nosotros que a veces intenta ser valiente y no le sale, pero no ceja en su empeño de intentarlo a toda costa.

Un pitido me distrajo y alagué la mano hasta la mesita donde descansaba mi móvil sobre varios libros de esos pendientes que siempre tenemos y que jamás consigues que baje pues cada día salen historias maravillosas que no quieres perderte. Sonreí al ver que era de Enzo, el camarero antipático que había dado un giro tan bestial que empezaba a ser una persona bastante amable. Me deseó buenas noches y me preguntó si al día siguiente podría venir a casa a verme. Yo me sonrojé al imaginarlo en mi salón de nuevo, pero esta vez los dos sentados cara a cara hablando de vete a saber qué pero mirándonos a los ojos como en aquel despacho del bar en el que trabajaba. Dudé en responderle inmediatamente pero las ganas me pudieron y finalmente le contesté que estaría encantada de vernos. Pobre de mí, no sabía dónde me estaba metiendo...

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now