El club de lectura

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Entre semana no solía salir mucho porque sino al día siguiente no había forma de levantarme de la cama para ir al trabajo, pero aquella tarde decidí que era uno de esos días de los de regalarme tiempo para mí misma. Años antes no lo habría hecho pero cuando Javi me dejó me sentí tan profundamente mal que fui a un psicólogo. Él me enseñó a volver a quererme y una de sus tareas que me imponía para poder avanzar en la terapia era hacer algo que disfrutase aunque fuera en solitario. A mi madre le horrorizaba que fuera al cine sola o a un museo, pero yo me lo pasaba muy bien.

Esa tarde me subí al metro camino al Museo del Prado donde iba como mínimo una vez al mes. Cada semana asistía a un museo porque adoraba el Arte, de hecho me quedé con las ganas de estudiar Historia del Arte. No llegué a la nota que se pedía en el examen de Selectividad y fue un gran disgusto pero entonces fue cuando se me abrió el camino de estudiar otras cosas. Me bajé del transporte público mezclándome con miles de personas que a esas horas deambulaban por las calles y entré feliz de poder perderme por las salas del museo varias horas. Esa misma semana una colección de Rembrandt había llegado y me entretuve recorriendo el museo para observarlas en detalle. Dos horas después salía de allí con una sensación placentera de haber disfrutado mucho.

—¿Lara?

—¿Dónde estás? Estoy en la puerta de tu bloque con una botella de vino rosado para cenar y no me abres.

Lara era una compañera de curro que se había convertido en una buena amiga y de vez en cuando quedábamos a cenar en casa de una o de la otra e incluso nos gustaba ir a bailar, al cine, a pasear, etc.

—Estoy saliendo del Prado.

—Tú y tu amor por esos sitios. Nunca lo entenderé, la verdad.

—En veinte minutos estoy ahí —le colgué y me fui al metro rauda y veloz para no hacerla esperar mucho.

Cenamos comida que pedimos a domicilio pues no me apetecía ponerme a cocinar después de pasarme todo el día fuera de casa y con el vino que trajo Lara amenizamos la velada.

—Cada día odio más a Idoia. ¿Cómo se puede ser tan zorra?

—¿Y ahora qué ha hecho?

—Burlarse de mis dotes de bailarina, ¿te parece poco? —casi me atraganté con el vino que estaba bebiéndome en ese instante.

—¿Disculpa? —se levantó y comenzó a hacer nos giros y movimientos simulando a un baile ancestral o algo así. Yo la aplaudí y hasta le hice una reverencia a lo que ella contestó con otra bastante seria.

—Se ha enterado que voy a una academia en mi tiempo libre y se ha puedo a reírse junto al subnormal de Marc imitándome. ¿Te lo puedes creer?

Me daba pena porque con gente como mi amiga podía y por eso lo hacía sin cesar. Sin embargo conmigo sabía que no podía y que sus cometarios y burlas me importaban un bledo. Yo le sonreía y la ignoraba.

—Bah, ya conoces el refrán. «A palabras necias, oídos sordos» —choqué mi copa con la suya y para animarla puse un poco de música que nos gustaba bailar y estaba tan de moda. Instintivamente se incorporó y empezamos a perrear cantando y chillando como dos locas. Menos mal que mis vecinos eran personas jubiladas de las que se iban a sus casas de la playa al empezar septiembre y podía permitirme el lujo de aquel escandalo.

Después de recoger me fui a la cama y abrí los chats que tenía pendientes de leer en el móvil. Uno de ellos era del grupo de lectura al que acudía una vez a la semana. Ese jueves teníamos cita para hablar de un nuevo libro que me tenía que terminar en dos días. Otro de los chats era mi madre para ver cómo estaba y el último era de un compañero del grupo de lectura que no dejaba de escribirme casi a diario a pesar de que en ningún momento le había dado razones para pensar que podríamos tener algo. Le contesté un par de veces y se conectó rápidamente. Tremendo error. Me llamó al instante.

—Silvia, ¿cómo va la semana? ¿Has acabado la novela? Yo voy fatal de tiempo y no sé si me dará tiempo...

—Hola, Eduard. Pues yo voy un poco como tú. Demasiado trabajo estos días...

—Bueno si ves que no puedes acabarlo te hago un resumen. ¿Quedamos el jueves antes y te lo cuento? —el chico era muy guapo. De hecho me sorprendía como no salía con nadie pero no me gustaba darle esperanzas a nadie, así que lo zanjé pronto.

—Tengo mucho curro, si puedo ir al club será de milagro. Voy a irme a dormir, ya, nos vemos —casi no esperé a que él me contestase y apagué el móvil.

Los dos días siguientes fuero igual de estresantes que los demás y como ya preveía no conseguí terminarme el libro que íbamos a comentar por lo que opté por no acudir ese día a la sesión que teníamos cada semana.

—Silvia, ya me voy para casa. Cualquier cosa me escribes un correo.

—Bien, jefe —estaba sumergida en documentos cuando vi que Mauricio regresaba a mi puerta que tenía abierta unos minutos más tarde.

—Silvia, ¿puedes salir? —levanté los ojos de los papeles y algo intrigada fui a encontrarme con él.

—¿Eduard? —casi no me salía la voz del cuerpo.

—Como no me habías contado que tenías ya una cita hoy. Venga, deja todo eso y mañana sigues. La noche es joven —me guiñó un ojo como si me hubiera hecho un favor y yo quería que la tierra me tragase.

—¿Qué haces aquí?

—He pasado a recogerte de camino al club de lectura —me dio un ramo de flores y el corazón empezó a palpitarme frenéticamente pensado que se me iba a declarar.

—¿Y esto?

—¿A quien no le agrada que alguien se acuerde de él? Has comentado en varias ocasiones que te gustan las flores y me pillaba una floristería de camino.

Las recogí muy agradecida y algo sonrojada. Cerré el ordenador y me use la chaqueta con ayuda de Eduard que era todo un caballero. Traté de enviar un mensaje a mi amiga Lara pero ese día coincidía con su clase de baile y no quería molestarla. Llegamos a la librería donde realizábamos nuestros clubs de lectura y me puse en la otra punta. Todo lo lejos que pude de Eduard a quien debía parar los pies. Comentaron sobre la novela que era una obra española del siglo XIX y yo no pude estar muy tranquila al ver cómo Eduard desviaba su vista hasta donde yo me encontraba sentada e incluso sonreía.

—Ha sido genial. ¿Te acompaño a casa?

—No es necesario. Me gusta ir caminando ahora que todavía tenemos buen tiempo.

—Insisto —me dijo y cuando una compañera del club fue a hablarle y él se giró yo aproveché para largarme o más bien para huir.

Esa noche en casa tuve miedo de que me llamara o me dejara un mensaje por lo que me adelanté enviándole yo uno excusándome. Me inventé que mi madre tenía una emergencia. El pobre chico me dijo que no me preocupase y el remordimiento de conciencia fue peor, pero ¿qué haces cuando alguien que no te gusta da muestras de hacerlo y te sientes fatal por romperle sus sueños?

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now