Aun sobrecogida por ir en brazos del camarero antipático y acompañada de mis amigas a ambas lados me sentía como la princesa Romy de los dibujos animados que veía de pequeña en casa. Enzo me llevó a un despacho donde había un sofá negro de dos plazas y allí me sentó arrodillándose a mi lado. Penélope y Lara estaban cerca de la puerta petrificadas sin dejar de observar al chico o más bien fijándose en ciertas partes de su anatomía.
—De verdad ya me encuentro mucho mejor. No es necesario.
—¿En serio? De acuerdo, ponte de pie y camina —me tendió la mano pues no era tonto y sabía que me lo estaba inventando todo. Traté de apoyar el pie pero el dolor fue tan indescriptible que pegué un alarido dejándoles medio sordos.
—Será mejor que llamemos una ambulancia —dijo Lara sacando su teléfono del bolso mientras la fotógrafa asentía acercándose a mí.
—Silvia, ¿pero cómo has pisado hija mía? —la fulminé con la mirada retorciéndome en el sillón de lo mucho que me dolía.
—No os preocupéis que como mucho será un esguince.
—¿Cómo mucho? Joder... —volví a hacerme la valiente levantándome mientras me apoyaba esa vez sobre mi amiga.
—No deberías hacer esfuerzos —hice caso omiso al camarero pero no era factible andar con aquel pie que se hinchaba por momentos. Volví a sentarme con ayuda de Penélope.
—Aquí no hay cobertura —Lara salió del despacho buscando conexión y cuando vi que la bruja número dos iba a seguirla intenté retenerla aunque sin éxito.
—Maldita... —murmuré en voz baja aunque seguramente Enzo lo oyó a pesar de estar lejos.
—Es necesario ponerte hielo para que no se inflame más —en aquel cuarto pequeño había una nevera de donde sacó aquella bolsa helada. Di un grito cuando lo posó sobre mi pie removiéndome en el sitio —. Tranquila...
Sus manos eran suaves o eso me pareció a mí mientras me colocaba el hielo y me agarraba por encima de la bolsa fría en una caricia que me erizaba el vello. Por desgracia el dolor no me dejaba disfrutarlo todo lo que me hubiera gustado.
—Al parecer se te ha estropeado la noche.
—O quizá es que este sitio me trae mala suerte y cada vez que vengo algo me sucede —respondí con rapidez. Él se rio provocándome una media sonrisa.
—Creo que es el destino que quiere que nos encontremos en situaciones... peculiares.
—Muy gracioso.
—Deja de moverte o el hielo no te hará nada, Silvia —escucharle decir mi nombre me provocaba un cosquilleo parecido a cuando te gusta alguien y empiezas a sonreír cuando te mira o susurra tu nombre. DANGER. En letras mayúsculas y de neón aparecieron esas seis letras en mi cabeza. Enzo levantó la cabeza y me miró, y de nuevo esas letras explosionaron en mi cabeza mientras nos miramos unos segundos a los ojos.
—Es aquí —Lara abrió la puerta interrumpiendo el momento. ¡Menos mal!
Tres sanitarios entraron con sus maletines y el camarero se apartó para que hicieran su trabajo aunque yo me sentí algo decepcionada por ello. Me removí mientras me tocaban el tobillo sin poder evitarlo. ¡Cómo dolía aquello! Me lo vendaron y confirmaron que era un esguince. Menuda caía absurda y menuda me había liado yo solita. Mi mente voló al día siguiente cuando me di cuenta que debería estar de baja un tiempo. A Mauricio le iba a dar un ataque de pánico pues yo era su agenda con piernas. En más de una ocasión me había comentado que si me pasaba algo y no estaba en la oficina junto a él le daría un infarto mínimo.
—¿Cómo estás? —me preguntó Penélope después de que se fueran los miembros del equipo sanitario.
—Tú qué crees? Me he hecho un esguince en la noche de tu celebración y hace meses que no salimos juntas, joder. Soy lo más torpe del universo —me lamenté.
—No te martirices y cálmate, Silvi. Voy a llamar a un taxi para acompañarte a casa —dijo Lara tratando de tranquilizarme.
—Lo importante es que tú estés bien —las dos querían animarme pero yo estaba muy agobiada en ese instante.
—No os preocupéis. Vosotras podéis seguir con vuestra noche de chicas y yo la llevaré a su casa —las tres nos quedamos anonadadas al oír a Enzo decir aquello.
—¿Disculpa? —dije con la voz trémula.
—Mi turno ha terminado así que estoy libre. Así os ahorráis el dinero del taxi y vosotras disfrutáis. Yo me encargo de vuestra chica —les guiñó el ojo a mis amigas que se sonrieron como dos bobas. Por un milisegundo pensé que iban a aceptar poniéndoseme el corazón a mil.
—No, de verdad... —empezó a hablar mi compañera de trabajo que cambió de idea en cuanto el camarero se acercó a ella y tras coger su mano y besar sus nudillos se le hizo el culo pesicola. Penélope me dio un beso en la mejilla mientras tanto susurrándome en el oído.
—Aprovecha y tíratelo. Está como un tren —abrí la boca negando tan estupefacta al darme cuenta que me iban a dejar a solas con aquel joven muchacho que no pude hacer nada. Se despidieron con cortesía y yo aluciné al verme a solas con Enzo. «¡Serán perras!»
—Mira Enzo, apenas nos conocemos y en serio no es necesario que me lleves a casa. Deberían haberlo hecho ellas pero ya ajustaremos cuentas —me expliqué poniéndome de pie con poco éxito. Casi me caí pero por suerte él estuvo rápido y me cogió quedándonos a pocos centímetros su cara y la mía.
—Ya tengo coche para llevarte —le pasé el brazo por el hombro mientras caminaba a pata coja.
—¿Y el tuyo?
—No tengo. Solo moto —temblé de excitación. Era un cliché con patas, pero joder menudo cliché.
Salimos del bar no con poca dificultad debido a que no podía caminar muy resuelta, pero él tuvo mucha paciencia e incluso me iba animando a cada paso que lograba dar. Me ayudó a entrar en el vehículo y hasta me puso el cinturón de seguridad como si no fuera capaz de hacerlo yo misma. Le di la dirección y el camino lo hicimos en absoluto silencio apenas roto por las canciones que salían de la radio. Me ayudó a llegar hasta la puerta de mi apartamento y cuando le vi entrar en mi piso pensé que quedaba muy bien allí.
—¿Los sanitarios no me han dado nada, verdad? —él negó y entonces me di cuenta que no tenía excusa para pensar tales idioteces.
—¿Quieres que te ayude a ponerte el pijama y te dejo metida en la cama? —creo que me sonroje tanto que Enzo se percató permaneciendo en silencio. Me ayudó a sentarme en el sofá colocándome un cojín debajo del pie con el esguince.
—Me gustaría ofrecerte algo pero si tengo que levantarme para servirte una copa puede que no consiga volver a sentarme.
—No te preocupes, Silvia. Con dejarte en tu piso acomodada me doy por satisfecho —sonreí al ver que el camarero antipático había desaparecido dejando paso a un chico de lo más amable y educado.
—Gracias por todo, de veras.
—Si necesitas cualquier cosa aquí te dejo apuntado mi móvil —tomó un papel del bloc que tenía junto al teléfono fijo de casa y escribió una serie de números. Yo no salía de mi asombro, tanto que creo que se me abrió la boca por el asombro.
—De verdad, no te preocupes más, Enzo. Si mis propias amigas no lo hacen, menos debes hacerlo tú —fue hasta la puerta y antes de desaparecer se giró.
—No me canso de oírte decir mi nombre. Buenas noches, Silvia —y tras decir aquello que me pilló tan desprevenida como por todo lo demás, se fue.
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Un otoño para Silvia
RomanceSilvia es una secretaria de una reconocida empresa de publicidad en su querido Madrid. No es la mujer delgada que todos pensamos sino que tiene sus curvas y está orgullosa de cómo es. Su pasado es Javi, el que creía el hombre de sus sueños hasta que...