La cita

14 1 1
                                    


A mis amigas no conseguí echarlas de casa hasta bien entrada la noche. No volvimos a hablar del impresentable por el que Penélope había perdido la cabeza aunque soltar afuera lo que le apretaba el corazón la ayudó. Cuando les conté que Javi se había presentado en mi casa por sorpresa y cómo Enzo había reaccionado se quedaron tan asombradas como yo. También les dije que quizá mi cabeza había volado en relación al camarero y nunca había habido nada concreto aunque me daba pena perderme a un hombre como ese. Tenía un halo de misterio que me hubiera encantado desentrañar.

No pensé mucho en eso cuando recibí un mensaje en mi teléfono. Era Eduard que siempre estaba acechando y aparecía cuando menos me lo esperaba. Le conté lo de mi esguince y se ofreció a cuidarme enseguida. No supe bien el motivo pero acepté quedar a cenar con él en mi casa esa noche. El masaje del fisio, a pesar de ser un ser despreciable, empezaba a hacer sus efectos y me iba recuperando. Mauricio me pasó varios correos electrónicos a pesar de no querer molestarme pero fui yo la que le insistí en que me los mandara pues él con las tecnologías no era muy bueno y había temas muy importantes que tratar. Gracias a eso me entretuve en buena parte del día hasta que llegó el momento de arreglarme para la cita con Eduard. No pretendía darle esperanzas pero después de lo de Javi y Enzo sentía que me merecía un poco disfrutar y no nos engañemos, ¿ a quién no le gusta sentirse deseada y admirada? Abrí el armario y elegí con minuciosidad lo que me iba a poner. Fui descartando varios vestidos hasta que di con el que luciría ese día en casa. Me maquillé un poco y me dejé el pelo suelto cayendo sobre los hombros.

A las nueve en punto llamó Eduard al timbre y en cinco minutos lo tenía en la puerta de casa con un ramo de rosas blancas. Según el lenguaje de las flores ese color significaba pureza e inocencia por lo que me sonreí al verlas en su mano.

—Hola, Eduard.

—Hola, Silvia. Aquí tienes un pequeño detalle —me dio las flores y yo las olí cerrando los ojos un momento. Siempre me había gustado el olor a flores en casa pero por desgracia se me morían todas en cuestión de días.

—Adelante —entró en mi apartamento sujetándome las rosas para poder yo caminar con las muletas. Las dejó en la mesa de centro del salón y nos sentamos en el sofá. Él sirvió un par de copas de vino blanco que llevé yo unos minutos antes de su llegada.

—Brindemos por esta noche, ¿te parece? —choqué mi copa con la suya asintiendo y me paré a observarle. Llevaba una camisa azul claro con unos pantalones color marino con unos zapatos oscuros.

—Espero que te estés recuperando bien.

—Por suerte lo hago. Fui ayer al fisio y a pesar de que aun me duele noto que voy mejorando.

—Me alegro mucho. Será mejor que pongamos esas flores en agua no vayan a estropearse —se levantó y se llevó las flores a la cocina tras decirle yo donde podía coger un jarrón para ponerlas en agua.

—¿Qué tal por el club de lectura?

—Bien, como siempre, aunque sin ti no es lo mismo.

Me reí y él sonrió poniendo una cara de felicidad absoluta. Joder, ese chico estaba totalmente colado por mí y yo simplemente había quedado con él por superar lo de Enzo y olvidarme del pesado de mi ex. Era la peor persona del mundo. Intenté quitarme ese funesto pensamiento y disfrutar.

—He pedido comida a domicilio porque ponerme a cocinar estando así no lo veo.

—Me parece perfecto —justo en ese instante llamaron al timbre y supimos que era nuestra cena. Me encantaba la comida italiana así que pedí a uno de los restaurantes de mi calle deliciosa pasta que hacían y debían hacerlo genial porque el local siempre estaba lleno.

Cenamos charlando sobre el club, su trabajo, el mío, nuestras familias y poco a poco fuimos conociendo más del otro. Hasta ese día no había reparado en el color de sus ojos oculto tras las gafas con aire de intelectual que siempre llevaba. Esa noche pude fijarme mejor y no supe acertar si fue por el vino o por tratar de disfrutar que me pareció bastante sexi. Nos sentamos en el sofá con una copa para acabar la cena y Eduard se atrevió a buscar música en el armario de la esquina donde tenía los vinilos.

—Siempre me han gustado los tocadiscos. La única pega que te pongo esta noche es no poder bailar contigo —se sentó a mi lado y quizá fuera por la cantidad de alcohol ingerido sentía deseos de arrancarla la ropa y devorarlo sin detenerme.

—Bueno, quizás podamos hacer otras cosas —me insinué no con mucha fortuna pues no paraba de hablar. Opté por ponerle la mano en la pierna y nada. Parecía que se ponía nervioso y chapurreaba sin control.

—Eduard, ¿yo a ti te gusto? —se quedó blanco.

—Cla... claro.

—Entonces, ¿puedes explicarme después de todas las señales que te estoy enviando por qué no estamos en mi cama follando como animales?

—Qué directa...

—Si necesitas un mapa yo te puedo ir dirigiendo pero estoy bastante cachonda y me gustaría terminar la noche en mi cama. ¿Qué te parece? —tragó saliva y los ojos se le llenaron de ese oscuro deseo cuando ves el momento de materializarlo.

—Joder, sí... —respondió cuando le lamí el cuello desabrochándole la camisa.

Fuimos hasta mi habitación con cuidado por mi pie y nos lanzamos a la cama donde nos desnudamos con rapidez. Eduard sabía lo que hacía una vez declarado abiertamente mis intenciones se tiró a la piscina y supo nadar como el mejor. Fue un sexo bastante placentero. Hacía casi un año que no tenía a nadie entre mis piernas y con él fue volver a meterme de lleno en ese mundo excitante y vibrante. Yo me quedé dormida y afortunadamente al despertarme al día siguiente ya no estaba. No habría soportado tener que disimular haciéndole el desayuno o haciéndonos arrumacos cuando lo único que habíamos hecho era disfrutar el uno del otro. Una noche de pasión. Nada más. Al llegar a la cocina me encontré una nota junto a las rosas. «Estoy deseando repetir». Me sonreí al leerla soñando con haber encontrado un follamigo porque... él lo tenía igual de claro, ¿o no?

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now