Tras aquella terrible sesión de fisioterapia necesitaba hablar con alguien, desahogarme por lo que convoqué a la Tribu en mi casa por la tarde. La Tribu éramos Lara, Penélope y yo que cada vez que veíamos en el whatsapp esa palabra sabíamos que algo importante había sucedido y debíamos acudir sin excusa alguna a la cita. Llegaron a eso de las seis y no se fueron hasta pasada la madrugada. Eso son amigas. Penélope lo hizo con una botella de vino especial, una de las que tenía guardadas en su cocina en la zona de los «vinos especiales». Lara también hizo su parte y trajo mi tarta favorita, la de calabaza. Cuando las vi llegar no pude evitar emocionarme un poco y las abracé con lágrimas en los ojos y el nudo que no te dejaba hablar.
Las chicas se pusieron en funcionamiento cortando pedazos de tarta y sirviendo copas de vino. Ese día me dejé los medicamentos a un lado pues sin duda soportaría un poco de dolor físico a cambio de terapia de grupo.
—Desembucha, Silvia. ¿Qué coño ha pasado?
—Y no vayas a decirnos que nada porque estamos aquí poniéndonos finas a tarta regándolo con vino del bueno y esto son calorías a diestro y siniestro—apostilló Penélope.
—Hoy tenía sesión de fisio con mi terapeuta habitual pero está de baja maternal así que me ha atendido un chico nuevo. Raúl se llama.
—No suena mal —la miré clavándole la mirada, molesta.
—Esperad que no ha empezado la traca. Tras tratarme y hacerme ver las estrellas, el desgraciado se ha atrevido a decirme que debo perder peso y no solo porque puedo tener lesiones musculares más fácilmente que una tía delgada, sino que estando así no tendré pareja.
—¿Perdona? —a Lara se le cayó la cuchara incluso.
—Exactamente me ha dicho que las mujeres debemos cuidar nuestro aspecto para ser atractivas a los tíos.
—¿Pero cómo se puede ser tan cabrón? Joder, yo pensaba que nos ibas a anunciar que después de la sesión habías tenido el mejor sexo del mundo sobre esa camilla como en las pelis porno —Penélope se levantó ofendida por los comentarios del subnormal del fisioterapeuta.
—Dime cómo se llama la clínica porque la voy a poner a caer de un burro en las redes. Se van a cagar.
Y a pesar de sentirme fatal por las frases mezquinas del tal Raúl una sensación agradable me recorrió estando sentada en aquella cocina con mis mejores amigas. Era afortunada por tenerlas en mi vida, eran ese ancla al que nos atamos durante nuestra vida y que tira de nosotras en las ocasiones en que nosotras nos sentimos hecha mierda por completo. Le di un trago a la copa de vino para deshacer el nudo de emociones que me apretaba la garganta.
—No quiero hablar más de ello. Mejor contadme qué tal vuestro día.
—Bueno, creo que alguien tiene información que compartir con nosotras. ¿No es así, Penélope? —mi compañera de trabajo mueve su copa de forma que el líquido de su interior se desliza de un lado a otro mientras mira con cara traviesa.
—¿Y eso?
—Poca cosa. El chico del finde que al parecer le di mi número y me ha estado mandando mensajes todo el día.
—¿En serio? Yo quiero verlo —me acerqué el móvil y Lara y yo no paramos de reírnos e incluso de sonrojarnos al leer algunos comentarios que le hace a nuestra amiga.
—¡Chica! Dejas huella —pero yo conocía esa mueca en cara de la fotógrafa. Sucedía algo que no nos estaba contando.
—No te gusta —me atreví a decir.
—Creo que no es el tipo de hombre que busco —se levantó y fue hasta la pila donde había una ventana. Retiró la cortina antes de seguir —, ni siquiera sé si estoy preparada para tener una relación con alguien.
—¿Penélope? Han pasado dos años —soltó el visillo de flores que cubrían la ventana y se agarró a la encimera.
—¿Acaso eso es suficiente?
—Quizá debería serlo —dijo Lara tras apurar el vino.
—No sabéis nada del amor, chicas —comentó entre risas antes de girarse y darnos la cara.
—Pues explícanoslo entonces —le rogué yo como había hecho infinidad de veces tratando de que se desahogara y no lo cerrara todo tan dentro que era incapaz de encontrar la llave para abrirse.
—No es fácil de decir.
—Prueba, Penélope, hazlo —sonó a exigencia pero sabía que ella lo necesitaba aunque no saliese de ella, aunque estuviera muerta de miedo por hacerlo.
—Hoy mientras estaba en la galería de arte ha venido una chica con su pareja y llevaban una revista de Economía. Adivinad quién salía en su portada —a ambas se nos abrió la boca cayéndose hasta el suelo.
—¿Y qué decía?
—Que van a aumentar la familia. Van a ser padres —me miró con tanta tristeza que no supe ni qué decir.
—Joder, estoy en estado de stock —soltó Lara sin filtro como muchas veces.
—Se dice shock que ya te lo he repetido mil veces.
—Lo sé, pero a mí me gusta más decirlo así es más original —removí la cabeza porque nos habíamos salido del camino que debíamos atravesar en esa cocina.
—Padres, sabéis. Después de decirme hasta la saciedad que no la quería, que todo era un montaje y que seguían juntos por la empresa y bla bla bla. No lo entiendo. Si hasta hace nada ha estado mandándome mensajes y buscándome sin cesar para decirme lo que siente por mí. ¿Quiere volverme loca?
—Penélope, yo...
—Mejor no digáis nada —se levantó de la silla saliendo de mi cocina pero regresó a los segundos. Se quedó parada en el marco de la puerta con los ojos llenos de lágrimas.
—Ven, siéntate de nuevo —le pidió Lara.
—¿Vosotras sabéis lo que es querer a alguien tanto que cuando ya no está sientes que estás viviendo entre paréntesis? ¿Cómo si esa pausa precediera a finalmente poder estar juntos y olvidar todo lo amargo de los años previos? Y entonces te das el batacazo al ver que todo lo que te ha dicho cae por su propio peso... se estaban abrazando y él... tenía la mano posada sobre su tripa —se derrumbó en cada frase pronunciada hasta que no pudo más y se cayó de rodillas al suelo. Mi compañera de trabajo saltó a abrazarla poniéndose a su lado y yo por mi maldito esguince no pude más que acercarme y acariciarle el pelo desde mi silla sentada.
Después del momento melodramático que vivimos en el suelo de baldosas blancas y amarillas de mi cocina regresamos al salón con una Penélope más serena pero con todo el rímel corrido.
—Siento el espectáculo, vosotras sabéis que no me comporto de esta manera.
—No tienes que pedir perdón por echar afuera lo que lleva tiempo ahogándote —le dije yo ofreciéndole un pañuelo de papel.
—Si Bea o Raquel me vieran me mataban. Nunca les cayó bien.
—Con razón —miré a Lara regañándola con la mirada. Filtrar, antes de hablar hay que filtrar.
—Aun le veo y me falta el aire y aunque me duela reconocerlo sigo sintiendo que ese vacío sigue intacto.
—No sé por qué sigue con ella si le fue infiel y te dijo que te quería a ti. Quizá sea cierto eso de que es por mantener la compostura si son de los británicos acérrimos anclados a sus tradiciones.
—Prefiero no pensarlo, Lara, porque entonces si de veras me quiere y sigue enamorado de mí está castigándonos a ambos de poder vivir algo bonito. No sé si podría perdonarle eso.
—¿Por qué tendrá que ser siempre todo tan complicado, joder? Tú con ese sufrimiento constante por un tío que no te merece, mi madre idolatrando aun a mi ex. Mi ex que aparece cuando menos me lo espero en mi piso y el camarero mandándome a la mierda porque cree que lo de Javi sigue siendo algo complicado —bebí de la copa y al dejarla sobre la mesa las vi mirándome sorprendidas. Ah, que no os he contado nada. Pues veréis...
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Un otoño para Silvia
RomansaSilvia es una secretaria de una reconocida empresa de publicidad en su querido Madrid. No es la mujer delgada que todos pensamos sino que tiene sus curvas y está orgullosa de cómo es. Su pasado es Javi, el que creía el hombre de sus sueños hasta que...