Sorpresas inesperadas

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Muchas veces pensaba en qué consiste la atracción. Mi amiga Penélope me decía que era como un imán que te llevaba hasta esa persona que te gustaba y que por sus miradas te hacían sentir desnuda, vulnerable. Aquella noche en el despacho del bar donde Enzo me llevó en brazos pues no podía caminar, lo percibí. Suena a locura pero pude sentir cómo me rozaba la piel con sus ojos sintiendo su calidez. Así me desperté ese nuevo día de baja en casa, pensando en el camarero dichoso.

Cuando me miré al espejo con mi pijama de Snoopy y el pelo revuelto no pude evitar sonreír. Una diosa sin duda... Cogí el cepillo del tocador que tenía en mi habitación y comencé a desenredarlo peinándolo con cuidado porque desde pequeñita odiaba los tirones al hacer eso. Mientras llevaba a cabo ese proceso pensé en que me gustaba cómo era físicamente. Tenía una sonrisa bonita y de hecho era de esas personas que sonreía sin darse cuenta. Unos ojos oscuros y una piel tostada gracias a esa melanina que me hacía parecer bronceada hasta en invierno. Mis amigos me decían que parecía una mujer andaluza por mi pelo moreno, los ojos grandes azabache y ese tono de piel. Si bien era cierto que mi madre nació en Andalucía y tenía raíces de aquella maravillosa tierra, mi padre era de Madrid capital. Estaba visto que había heredado el físico de la familia materna. En cuanto al sobrepeso me había costado muchos años en el instituto superar mis complejos e inseguridades. Por supuesto que habría gente que desearía ser más delgada, yo fui una de ellas, pero mis curvas hablaban de la persona que era. Después de mucho tiempo conseguí aceptarme, quererme y sobre todo respetarme. No obstante era una espada de Damocles que se cernía sobre mi cabeza de vez en cuando volviendo a sentirme igual que esa adolescente.

Busqué en la agenda el número de mi fisioterapeuta que me conoce hace mil años y con la que tengo incluso un trato de amistad podría decirse. Solía padecer de muchas tensiones musculares y siempre que eso me pasaba ella me arreglaba en un par de días. Para mi sorpresa estaba de baja maternal. ¿Cuánto hacía que no iba a consulta? A veces me metía en el bucle de trabajo-casa y casa-oficina que me olvidaba hasta de mí misma. Me dieron cita para el lunes con la persona que la sustituía así que empezaría a ponerle solución al tema del esguince. Tras ducharme como pude volví al sofá donde sentía que hibernaría una larga temporada. Me puse una serie de terror que estaba viendo hacía varias semanas, pero como siempre estaba hasta arriba de trabajo nunca era capaz de terminarla. Ese día tampoco la terminaría pues mi madre se presentó en casa sin avisar.

—Mamá, de verdad que puedo ocuparme de mí misma.

—¿Pero cómo voy a quedarme en casa sabiendo que estás aquí con un esguince? Ve a sentarte, anda —yo negué apoyándome en la muleta.

—¿Por qué traes bolsas? ¿Qué hay dentro? —la seguí hasta la cocina donde empezó a desplegar sobre la encimera tuppers de plástico llenos hasta arriba.

—No podrás moverte mucho varios días sino son semanas así que como no vas a querer volver a casa conmigo por lo menos te traigo comida para que solo tengas que calentarla y voilá.

Podría haberme insistido en explicarle a mi madre que no era una niña sino una mujer hecha y derecha con casa propia con papel pintado que me encantaba, con vehículo propio y un trabajo definitivo.

—Mañana voy a mi fisio habitual, mamá. No te preocupes que dentro de poco estaré bien —nos sentamos en el sofá del salón y hasta que no tuve el pie en alto bajo un cojín bien mullido no paró tranquila.

—¿Quieres que te limpie un poco la casa?

—No hace falta. Sabes que yo no tengo mucho tiempo pero Clara viene una vez a la semana a plancharme ropa y a encargarse de la limpieza. Mañana viene —conseguí convencerla y me puso al día de su día a día.

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now