El bar

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Desde el primer día que llegué a mi nuevo trabajo gracias a la ayuda de mi amiga Alba, mucha gente comenzó a mirarme mal. Una de ellas fue Idoia ya que ella aspiraba a ese mismo puesto de trabajo. Lo descubrí enseguida por sus comentarios ponzoñosos y sus miradas odiosas. Además no soy el arquetipo de belleza femenino del siglo XXI por lo que se suma a lo anterior. No obstante tuve la suerte de contar con personas realmente agradables como Lara o mi propio jefe, Mauricio. En ocasiones contábamos con la ayuda de una fotógrafa que tenía una galería de arte en leo centro de Madrid y que se había convertido en una buena amiga también. Esa mañana vendría a participar en una colaboración y aquella fue la excusa perfecta para ponernos al día.

—¿Tú no puedes venir más despampanante al trabajo?

—Yo también me alegro de verte, Penélope —le dije ofreciéndole un café que ya tenía preparado para ella.

—Va en serio, ¿Cómo no te va a tener envidia media plantilla si deslumbras?

—Deja de decir bobadas, anda, y mejor cuéntame cómo va la última exposición. Al parecer estás arrasando, como siempre —choqué mi vaso de café con el suyo para celebrar su éxito y ella me sonrió.

—Pues tienes toda la razón. Está teniendo muy buena acogida, estoy encantada, y para celebrarlo mañana vamos a salir de fiesta a darlo todo, cariño —se movía por la oficina clavando sus tacones con estilo.

—Creo que alguien se ha adelantado a celebrarlo —respondí mirando sus zapatos. Eran negros con unos pequeños lunares blancos y un pequeño lazo en la puntera.

Penélope se giró para enseñármelos bien mientras no paraba de sonreír satisfecha. Ambas éramos unas enamoradas de los zapatos de tacón y teníamos una colección impresionante en casa. Si no tenía cincuenta pares tenía sesenta y mi amiga andaba por esa cifra e incluso quizá algo más elevada.

—Son de la última colección de Jimmy Choo. ¿A qué son una maravilla? Quiero llevarlos puestos todo el día, también para amortizarlos obviamente.

Mauricio entró en mi despacho interrumpiéndonos pero ya era hora de ponerse a trabajar así que celebramos la reunión que teníamos programada. Una hora más tarde mi amiga Penélope se despedía de mí con un beso en la mejilla y la promesa de una noche de chicas donde celebraríamos su exitosa exposición.

—¿Puede ser viernes ya? —entró quejándose a mi despacho mi compañera Lara.

—¿Qué ha pasado?

—Pasa que Mauricio solo es agradable contigo y a los demás nos trata como si fuéramos esclavos —se tiró en la silla con cara de agotamiento.

—Venga, te invito a comer y de postre pediremos tortitas —traté de animarla hablando de su manjar favorito.

Volvimos al trabajo tras escuchar mil y una quejas de Lara sobre el intenso curro que tenía y lo poco que la ayudaban en su departamento. Yo la escuché atentamente tratando de aconsejarla aunque conociéndola no iba a servir de nada.

—Hoy salimos a las siete y nos vamos a tomar una copa, ¿qué te parece?

Y dicho y hecho. A las siete menos cinco estaba en mi oficina obligándome a cerrar el ordenador para irnos a tomar esa copa que tanto necesitábamos. Había semanas verdaderamente estresantes, y aunque a mí el trabajo me maravillaba, también debía reconocer que estaba agotada y necesitaba un poco de descanso y relax. Fuimos hasta uno de los bares más de moda en Madrid y se notaba aquello del «juernes» porque empezaba a llenarse.

—Dios, necesitaba esto como respirar —dijo tras beberse el Martini de un solo trago.

—Calma o te voy a tener que llevar a casa en brazos —haciendo caso omiso a mi frase alzó el brazo para llamar al camarero y pedirse otra.

—¿Dónde está ese maldito? ¡Quiero mi copa ya! —estalló dando un golpe en la barra.

—Vale, tranquilízate. Iré a buscarle, creo que lo he visto limpiando alguna mesa —Lara se echó sobre la barra y yo ya me imaginé cómo acabaría la noche.

Caminé buscando al chico que nos había atendido pero no lograba dar con él hasta que vi que estaba limpiando unas mesas a unos pocos metros.

—Disculpa, ¿podrías servirnos otra copa?

El chico dejó de frotar la bayeta por la mesa y se giró mirándome. Tenía el pelo rapado y los ojos claros. Vestía pantalón negro y camiseta del mismo color pero a pesar de ser atractivo tenía cara de pocos amigos.

—¿No puedes esperar a que vuelva a la barra? Por si no lo has notado estoy algo ocupado ahora mismo —me pus roja pues el camarero estaba ocupado y parecía que yo estaba obligándole a regresar a servirnos.

—Lo sé y lo entiendo, por supuesto. Lo que pasa es que mi amiga está empezando a impacientarse con que la sirvan y te aseguro que si no lo haces pronto empezará a montar un espectáculo.

—¡Quiero mi copa! —oímos a lo lejos.

—¿Ves? —señalé adonde estaba Lara y el chico seguía sin inmutarse.

—Si tanta prisa tiene que se vaya a otro bar, hay muchos por la zona.

—Qué desagradable... —me di la vuelta ondeando la melena al aire y me acerqué hasta la barra clavando los tacones en el suelo con toda la mala leche que llevaba.

—¿Y mi copa?

—Nos vamos de aquí, Lara —la ayudé a levantarse y cogimos cada uno nuestro bolso pero antes de poder avanzar nos topamos con el camarero que venia con otra cara.

—¿Qué queréis tomar?

—¿Ya no nos instas a irnos a otro bar?

—¿«Instas»? ¿Qué eres, del siglo pasado? —me respondió con sorna.

—¿Eres así de capullo siempre o es que hoy te estás esforzando conmigo? —se mordió el labio para contener la risa y fue detrás de la barra para ponernos otra ronda.

—A esta invita la casa —nos guiñó un ojo y después de echarse la bayeta al hombro se alejó para servir a otros clientes.

Disfruté lo que pude de mi copa con Lara que no dejaba de quejarse por cuestiones laborales mientras observaba de reojo al camarero que había sido tan arrogante para cambiar en último momento. Era un chico guapo la verdad pero de esos que suelen tener a las mujeres a su merced y de no quedarse con una mucho tiempo. Por eso era irresistible y atractivo. Cuando se agachó en un momento dado no pude evitar mirarle el trasero y era perfecto. Dios mío, estaba empezando a ponerme cachonda con un camarero que me había tratado fatal. ¿Qué me estaba pasando? El sexo, o más bien la falta del mismo, eso era lo que me estaba sucediendo.

—Venga, amiga, te llevo a casa —pasé un brazo de Lara por mi hombro y me la llevé del bar mientras seguía rezongando que odiaba su empleo.

—¿Te ayudo? —el camarero antipático de pronto era todo amabilidad.

—No hace falta. Gracias por la copa y por tu bordería también —caminé con Lara a trompicones hasta que conseguí meterla en el coche.

—Ey, ¡oye! ¡Morena!

—¿Qué quieres ahora? —pregunté tras cerrar la puerta del copiloto.

—No suelo ser así de antipático. Es solo que he tenido un mal día en el curro... ya sabes —señaló al bar que estaba a su espalda y suspiré. Me perdí por uso segundos en el azul de su mirada hasta que moví la cabeza y sonreí de medio lado.

—Todos tenemos malos días, no te preocupes.

—¿Puedo al menos saber tu nombre? —fui hasta la puerta del piloto en mi coche y la abrí.

—No creo que aun te merezcas ese honor —él curvó los labios dedicándome una sonrisa canalla y a mí se me revolvió algo por dentro.

—El mío es Enzo —se dio La vuelta desapareciendo dejándome petrificada en el sitio.

—¡Silvia, vamos! —mi amiga medio borracha me llamó desde el interior del coche y fue entonces cuando reaccioné y me subí al vehículo.

Enzo. Cuatro palabras que se clavarían en mi mente para más tarde bajar hasta mi corazón.

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now