La noche previa

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Mauricio se presentó en mi casa en cuanto leyó mi mensaje la mañana siguiente. Tuve que hacerle una tila porque se puso muy nervioso al verme con el pie vendado y en alto. Le dije que ese mismo día pensaba acudir a mi médico de cabecera para tramitar la baja y se empeñó en que Luca, su chófer particular, me acompañara para tener que caminar lo menos posible. Se sentía muy responsable de mí y yo se lo agradecía. Le tenía mucho cariño y tanto él como su mujer siempre me habían tratado como a una hija, cuidándome al máximo. Cuando tuve en mi poder la baja la envié con Luca a la empresa ya que a mí me resultaba agotador caminar y no me hacía con la muleta. Mandé mensajes a las brujas de mis amigas que me abandonaron la noche anterior y me escribieron contándome que por la tarde vendrían a casa a darme el parte de la fatídica noche. Después telefoneé a mi madre que quiso venir a verme en cuanto le conté lo sucedido. Se preocupaba en exceso pero era una madre y eso suele ir implícito en su ADN. Comimos juntas y por la tarde se fue cuando llegaron mis amigas sabiéndome bien acompañada.

—Ya os vale. Mira que dejarme ayer así como así. Sois unas perras del infierno —me quejé mientras me comía los bombones con los que quisieron sobornarme.

—De eso nada, monada. Vimos a Enzo cómo te miraba y no podías perder la oportunidad —respondió Lara mientras trataba de robarme algún bombón.

—¿Pero qué hablas?

—No lo niegues, nena. Espero que te lo follaras porque sino es un delito.

—Eres más bestia... —le di un golpe en el brazo y ella me puso los ojos en blanco antes de ir hasta mi cocina.

—¿Hubo algo o no? —quiso saber Lara hablando en voz baja.

Penélope regresó al salón con tres copas y una botella de vino tinto que a mí me encantaba.

—Eres mala persona. ¿Traes mi vino preferido cuando sabes que no puedo beber por los calmantes? —me miró sorprendida y fue entonces cuando se dio cuenta. Se giró y fue hasta la cocina volviendo con una lata de refresco.

—No te importará que nosotras bebamos, ¿verdad? —me abrió la lata para llenarme la copa y yo me rendí.

—Y ahora que ya estamos servidas volvamos al lío —comentó mi compañera de trabajo muy risueña.

Hice caso omiso a sus palabras y me bebí el refresco de un trago. No tenía punto de comparación con el vino pero algo era. Las dos brindaban y cuchicheaban riéndose lo que empezó a molestarme.

—¿Y vosotras qué? ¿Cómo fue la noche, pedazo de pendones? —a Lara se le salió el vino por la nariz y Penélope escupió la bebida poniéndome perdida por la proximidad.

—Perdón —musitaron las dos a la par. Me limpié con un pañuelo que tenía cerca pues era un poco obsesiva de la limpieza y tenía una caja con pañuelos desechables al lado del teléfono.

—Penélope tiene algo que contar seguro...

—¿Ah, sí? Desembucha —le exigí.

—No hay gran cosa que contar. Después de irte con el cañón del camarero a hacer lo que sea que hicierais ya que no nos lo cuentas, nos encontramos con unos chicos muy majos y jovenzuelos con los que charlamos, bailamos y nos reímos.

—¿Y...?

—Y uno de ellos era bastante mono.

—¿Y...? —soltamos al unísono Lara y yo mientras se hacía la remolona.

—Sois unas cotillas.

—Le dijo la sartén al cazo —respondí yo a lo que la fotógrafa se rio.

—Pues me fui a su casa donde pasamos una noche muy... interesante —se reclinó en el sillón que estaba a mi izquierda esperando que siguiéramos indagando.

—¡No me digas que te fuiste con el que llevaba la camisa azul y los pantalones negros?

—Sí, querida.

—¿El que decía que tenía un coche deportivo? —yo giraba la cabeza de una a otra como si fuera un partido de tenis sin entender nada.

—Me perdí bastante anoche por lo que veo. Dame datos o saco el flexo y te hago el interrogatorio al completo.

—No hay mucho más que deciros, chicas. Se llama Álvaro, trabaja en la universidad y tiene un pisito bastante mono en plena Gran Vía.

—Suena bien... —le dije sonriendo.

—¿Y como fue la noche? Ya sabes...

—Mírala ella que curiosita es —Penélope siempre se hacía la interesante hasta que te soltaba todo de golpe con todo lujo de detalles aunque no se los pidieras. Y dicho y hecho. Nos contó cada postura, cada ángulo y cada nueva experiencia que probó la noche previa con el tal Álvaro.

Se bebieron casi la botella entera hasta que tuve que pararlas y darles algo de cenar. Quien dice algo dice que llamamos a un restaurante chino para que nos trajeran la comida. Una vez que tuvieron el estómago más lleno y estaban menos achispadas volvieron al ataque a preguntarme por el camarero.

—No puede ser que ese tío tan bueno te trajera a casa y no pasara nada, Silvia.

—Chicas, ya os lo he dicho. Fue un caballero y muy amable. Me trajo a mi apartamento y le di las gracias. Se fue y punto final. No tengo más que decir, brujas, que me dejasteis tirada a la mínima —rezongué algo enfadada.

—¡Pero si te hicimos un favor!

—Ya, ya, menudo favor el vuestro.

—Anda y pásame un pañuelo —me pidió Lara y entonces fue cuando vi el teléfono de Enzo apuntado en el papel que cogió anoche.

—¿Qué es eso? —quiso saber Penélope. Durante un milisegundo busqué alguna excusa que inventarme para que no me dieran más la lata, pero no suelo ser de esas personas de mente ágil.

—Es su número...

—¿De quién? —quiso saber Lara con la boca llena.

—¿Es del camarero? —mi otra amiga me lo quitó de las manos y aprovechándose de mi imposibilidad para caminar me robó el teléfono del regazo y se puso a escribir algo en él.

—¡Para! ¿No estarás escribiéndole un mensaje? —agarré la muleta pero Lara, compinchada con la otra, fue más rápida y me la quitó —. ¡Chicas! ¡No me la lieis!

—Tarde... —contestó Penélope a los pocos segundos cuando me enseñó la pantalla brillando con el nombre de Enzo. No podían haber sido tan perversas como para llamarle y allí estaba. Antes de poder recomponerme descolgaron y me dieron el teléfono por fin.

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now