La caída

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—Lara debe estar al caer —le dije a Penélope desde mi habitacion mientras terminaba de maquillarme. El timbre sonó justo en ese momento y al poco la puerta de mi apartamento se abría.

—Pero bueno, ya habéis comenzado la fiesta sin mí —se quejó la recién llegada al ver la botella de vino vacía sobre la mesa del comedor —. Menos mal que he traído yo otra para ir calentando motores.

Cuando acabé de ponerme el colorete salí de mi cuarto, en parte atraída por las risas que llegaban por el pasillo. Me encontré a mis dos amigas bebiendo en la misma mesa donde horas antes compartí vino con Penélope.

—No vais a llegar al baile como sigais bebiendo como cosacos —Lara cogió otra copa vacía que descansaba sobre la mesa y la llenó ofreciéndomela.

—Calla y únete a nosotras.

Una hora más tarde salíamos de mi apartamento finalmente para ir a cenar a un restaurante de Madrid donde hacían la mejor carne a la brasa. Además era un sitio precioso y muy elegante de esos ougares donde los camareros van vestidos de negro y te rellenan las copas a cada minuto empeñados en vaciar la bodega del restaurante.

—Hoy venimos por todo lo alto, ¿eh? —comento Lara que nunca había asistido a un sitio así. Sin embargo Penélope estaba habituada a cenar en lugares como ese debido a su trabajo y yo también pues Mauricio en algunas ocasiones me pedía acudir con él a las comidas o cenas de empresa.

—Me ha contado Silvia que ya ayer empezasteis la fiesta sin mí.

Lara se llevó una mano a la cara sonrojándose. La noche anterior estaba muy agobiada y se fue a tomar unas copas con su amiga Silvia que nunca podía negarle nada a sus amigas.

—No me lo recuerdes que he tenido una resaca bestial hoy y tampoco bebí tanto. ¿Qué ponen en ese bar?

—Cariño, no me gusta decir esto pero bebiste más de lo que crees —tuve que apostillar.

—No tanto si recuerdo a un camarero cañón con el que tonteaste.

Penélope casi se atragantó al oír las perversas palabras de Lara para después mirándome como acusándome de no habérselo contado, pero es que apenas le di importancia al encuentro con aquel camarero antipático y buenorro.

—Pero bueno llevo en tu casa casi media tarde y en vez de contarme las buenas nuevas nos ponemos melancólicas a beber sin control. Esto no te lo perdono, que lo sepas.

—Tú, estabas muy borracha para acordarte de nada de eso —dije a mi compañera de trabajo acusándola con el dedo—, y tú, necesitabas ese ratito de melancolía antes de que nos pusiéramos como locas a beber.

—Bien, lo acepto. Ahora dime todo del muchacho. ¿Quién es? Nombre, talla...

—¿Talla? —pregunté acordándome que aquello se parecía a la canción de Jose Luis Perales tratando de recabar tanta información.

—Yo lo que puedo decirte es que está cañonazo y que aquí nuestra amiga se acercó a charlar con él.

—¿Charlar con él? Lara, por Dios si solo fui a pedirle que nos sirviera otra copa y él se comportó como un maleducado. Porque tenía a esta beoda perdida que sino me hubiera parado a hablar con su jefe.

—¿Y entonces por qué cuando me subiste al coche salió a hablar contigo? —dijo la que parecía más bebida de lo que en realidad estaba mientras sorbía de la pajita.

—¿Ah, si? Pues entonces hay más que contar de lo que dices, querida —Penélope apoyó los codos en la mesa en señal de interés.

—Solamente vimos a disculparse por lo grosero que había sido excusándose que había tenido un mal día. Nada más, na-da, más —repetí con vehemencia mirándolas a las dos.

—¿Y cómo es el chaval en cuestión? —preguntó la fotógrafa a mi compañera de curro al ver que yo pasaba de darles detalles. Las dejé cotilleando mientras yo me iba al lavabo. Al regresar me sorprendí de ver que se habían llevado ya los platos y estaban esperándome de pie al lado de la mesa.

—¿Acaso ya hemos cenado? No recuerdo haber pedido el postre.

—Suficiente por hoy. Ahora es el momento de ir a bailar —se rieron mirándose cómplices y yo tuve miedo ante esas miraditas. Podía esperarme lo peor de aquellas dos cuando se juntaban. Nos subimos a un taxi y las dos se bajaron rápidamente dejándome a mí sola para pagar. Cuando me bajé casi me caí al alcanzarlas. Malditos tacones que estrenaba.

—No puede ser... —se giraron y tiraron cada una de un brazo para meterme en el bar donde Lara y yo habíamos ido el jueves a tomarnos unas copas, y donde el camarero cañón trabajaba.

—Sois unas perras las dos. ¿Por qué estamos aquí cuando hay millones de locales en esta ciudad?

—¿Acaso crees que me voy a quedar sin echar una buena ojeada a ese tío? Estás muy equivocada, querida.

Aquello empezaba muy mal. Una vez que entramos vimos que estaba lleno de gente y apenas podíamos movernos por el garito. Yo iba rezando para que el chico antipático no trabajase esa noche o no me dejarían en paz las malditas locas que tenía por amigas.

—Chicas, no sé si me apetece estar aquí hoy. Me vais a dar la lata toda la puñetera noche, que os conozco.

—No te preocupes, Silvi. Hay varias opciones. Una, que el guapetón no trabaje hoy —yo seguía rogando por esa —. Dos, que no se acuerde de ti y tres que lo haga y veamos qué pasa.

—Dios, sois lo peor. Pensaba que era una noche para celebrar el éxito de Penélope y no para maltratarme a mí —Lara, la bruja uno me contestó bailando uniéndose la fotógrafa o bruja dos a ella.

Una canción de Britney Spears empezó a sonar y me uní a ellas bailando aun con los bolsos colgados del hombro pues n siquiera nos habíamos puesto a ver si había algún hueco en el que dejarlos y sentarnos un rato. Lo que tenía claro era que esos tacones me iban a llevar por la calle de la amargura esa noche. Cuando terminó la canción ya estaba algo más relajada. Echamos a andar buscando alguna silla y a lo lejos vislumbré una acelerando el paso para que no nos la quitaran con tan mala suerte que me caí de bruces.

—Oh por Dios, Silvia, ¿estás bien? —mis amigas corrieron a auxiliarme con celeridad. Me quejaba de un tobillo que me dolía al habérmelo torcido y antes de ponerme en pie por mi misma alguien me cogió en brazos ante la mirada atónita de mis amigas.

—¿Pero qué coño...? —fue lo único que murmuré antes de encontrarme con los ojos de Enzo a escasos centímetros.

—Enzo, por si no lo recuerdas —respondió sonriéndome.

—Pues va a ser que la opción tres es la ganadora —soltó Penélope ahogando la risa junto a la otra bruja. 

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now