3. Todos somos demonios.

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El dolor y la culpa en los rostros de aquellas personas era incluso más triste que las muertes de todos los soldados

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El dolor y la culpa en los rostros de aquellas personas era incluso más triste que las muertes de todos los soldados. Cargar con esas imágenes a diario, dormir sin soñar con ese escenario y el poder continuar con una vida normal era imposible para algunos.

Eirene lo había comprobado en carne propia y mientras trabajó en ese hospital atendió a gran cantidad de soldados abatidos, quienes vivían el horror, experimentaban en el campo de batalla el olor a sangre y muerte. Le parecía difícil recuperarse de algo así, pero intentaba ayudarles, darles su apoyo y hacerlos sentir mejor era su propósito. Al menos se sentía útil, quería expiar los pecados de su pasado.

— Señor Kruger. —llamó al hombre después de haber tocado la puerta. Miró la habitación vacía, ni la muleta estaba allí, el silencio era profundo.
Acomodó los mechones que sobresalían de su peinado y se acercó a la puerta del baño. El sonido del tacón de sus zapatos era el único ruido en el cuarto. Le dio un fuerte escalofrío y antes de abrir la puerta la golpeó con sus nudillos—. Señor Kruger, ¿se encuentra bien?

Pasaron algunos segundos y un par de llamados para que tomara la decisión de ingresar de una vez. Al ver la silueta desplomada en el suelo, acudió a él inclinándose para sostenerlo.
Su pesado cuerpo era difícil de ser levantado por ella, pero jamás se rindió. Pasó su brazo de metal por la espalda del hombre y lo levantó. Entre tropiezos y casi caídas logró dejarlo en la cama.

Un pesado quejido salió de sus labios y miró su vestido lleno de arrugas. Lo que más le preocupo fue el guante desacomodado que dejaba ver su brazo de metal. Una historia llena de dolor y angustia que escondía, y era con la cual vivía a diario.

— Lamento que haya tenido que cargar conmigo, señorita Magath. —susurró manteniendo su ojo cerrado. Sentía desprecio por él mismo, a pesar de su fuerza cayó presa de las memorias espantosas que nublaban su mente. Fue débil y se dejó llevar por las emociones—. Ahora solo soy una pesada carga. Un inútil que no pudo cumplir con su trabajo en el campo de batalla.

— ¡No vuelva a decir eso! —replicó tomándole la mano, esa acción lo obligó a abrir su ojo para verla de cerca. Ella era consciente de que esa intimidad estaba prohibida, pero como era su costumbre, ignoró las reglas que ella misma juro no volver a romper—. Toda vida es valiosa. Hemos sido creados por un propósito, quizás aún no se cumple el suyo, así que no vuelva a decir que es un inútil. Aún respira, muchos murieron, pero usted logró salir de ese infierno. Aún puede ver el mundo.

— ¿De qué sirve vivir si aún no acaba la guerra? —intentaba descifrar los pensamientos en esa cabeza—. Aún siguen vivos los demonios de la isla.

De inmediato Eirene retiró sus manos y su semblante se volvió sombrío. Se percibía la tensión en el ambiente después de las palabras de Eren.

— Todos somos demonios. —dijo, apartando la mirada como si le diera asco mirarlo. Sus expresiones delataban la ira con facilidad—. Todos somos demonios cegados por odio e instinto de guerra. ¿Por qué solo ellos deben ser llamados así?

B R O K E N ¦ EREN JAEGERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora