2. Nunca es un buen día.

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Las guerras nunca eran buenas, sin importar el propósito con el que se llevarán a cabo, siempre traían desgracias, llanto, dolor y pérdida de vidas valiosas.
Cuando las guerras terminaban sólo había rostros decaídos, lágrimas por las personas muertas, dolor en las calles y gritos de victoria, si es que ese bando ganara.

Ningún asunto se arreglaba con violencia, por más difícil que fuera, encontrar las palabras adecuadas y dialogar, era la manera correcta de llegar a un acuerdo. Eirene era fiel creyente de que la situación actual de Eldia y Marley pudiera mejorar, pero nadie parecía pensar igual que ella ni se animaban a dar el primer paso.

Suspiró nuevamente mientras caminaba por las calles de Liberio, el sol apenas había emergido, pero desde muy temprano ya podía escuchar los gritos y voces dentro de las casas, el abrumador silencio de la ciudad permitía oír esos ruidos a través de las paredes. Eran las secuelas de una guerra.
Los valientes no eran tan valientes como querían hacer creer. Después de todo eran hombres que se hallaban perturbados por los acontecimientos vividos durante la guerra, quizás presenciar y ser partícipes de aquel escenario era el detonante para dejarlos así de transtornados. Solo los más valientes podían resistir la tortura de cargar con aquellas imágenes y secuelas.

No quería seguir escuchando esos espantosos lamentos y sabía que había sido un error dejar que ese desconocido se quedara en su casa. La última vez quedó lastimada y casi fue sacada de Liberio. Mas no podía retroceder, sus buenas acciones y el remordimiento le impedían sacarlo, dejándolo solo a la intemperie.
Una vez que se encontró frente a su puerta de madera, buscó las llaves batallando con las bolsas de las compras. Si no medía el dinero tendría que buscar un nuevo trabajo, no podía seguir recurriendo al dinero de su padre.

Dejó las bolsas en la mesa sacando los vegetales y frutas para dejar en el fregadero. Miró el reloj colgado en la pared mientras secaba sus manos recién lavadas. Era casi medio día, tenía que verlo para saber que estaba bien o no había hecho una locura. Solo esperaba no ser imprudente.

Con sus nudillos golpeó la madera, siendo delicada para no perturbar la tranquilidad y silencio que percibía del interior. No esperaba una respuesta, tampoco un saludo cordial, su intención era avisar su llegada, así como respetar la intimidad del hombre.

— Buen día. —dio un paso dentro de la habitación con paredes blancas y pulcras, cerrando la puerta detrás de ella. Caminó tranquilamente hacia la mesa junto a la cama, allí reposaba la hoja que la noche anterior le dejó al individuo para que anotara lo más simple que se le viniera a la mente. — Señor Kruger, ¿es así? —leyó el nombre plasmado en el encabezado del papel. Cuando alzó la mirada para ver al hombre, y a pesar de la espesa cabellera marrón que le impedía verlo con claridad, pudo observarlo. 

— ¿En serio parece un buen día? —cuestionó revelando el timbre de voz que poseía. El tono arisco revelaba su sentir, pero ella no pudo juzgarlo por expresarse de esa manera.

Eirene se acercó a la ventana y abrió las cortinas dejando entrar un poco de luz solar. Respasó la pregunta en su mente mientras miraba las calles de la ciudad donde transitaban perosonas, incluso soldados que intentaban regresar a la vida cotidiana, algunos solitarios y silenciosos otros abatidos y con pesares plasmados en el rostro.

— Para la madre que perdió a su hijo, la esposa que perdió a su esposo o el niño que perdió a su padre no lo es. —siguió mirando al exterior hasta toparse con los muros, enjaulados, siempre privados de la libertad—. Para aquellos que ondean banderas y gritan por la victoria quizás lo sea. —apretó la tela de la cortina entre sus manos—. Pero no. Definitivamente nunca es un buen día. Mientras haya odio y guerra jamás lo será.

Eren había alzado la mirada para observarla fijamente. Intentaba analizarla después de que comenzará a decir aquellas palabras, las cuales salían de sus labios como si fueran alaridos de dolor, como si ella pudiera comprender el sufrimiento en los rostros decaídos de los enfermos mentales que eran atormentados.

— Sólo queda tener esperanza. —apartó la mirada de la ventana para fijarla en el hombre a su lado, sentado en la cama, encorvado y quien por fin le regresaba la mirada.

El color de su ojo era una mezcla de azul y verde. A pesar de tener ligera barba y bigote, de haber perdido un ojo y usar una venda, Eirene lo encontró apuesto desde que lo vio en las calles de Liberio y lo ayudó.

— Soy Eirene Magath, seré una enfermera para usted. Trabajé en el hospital de Liberio, esta en buenas manos. —sonrió—. He leído lo que logró escribir. Si he de dar un diagnóstico sería estrés postraumático y pérdida de la memoria. Es normal, la mayoría de soldados lo padece después de la guerra, aunque no puedo decirle si el efecto será a corto o largo plazo, pero le aseguro que los dos trabajaremos en ello. Cuídate de usted con mucha paciencia, a cambio le pido que haga un gran esfuerzo para recordar su pasado, quizás haya una esposa e hijos esperándolo, buscándolo desesperamente por no volver a sus brazos.

— ¿Le preocupa eso? —soltó el comentario casi con burla, incrédulo de que ella pudiera sentir empatía por el bando enemigo.

— ¡Por supuesto! —su voz se elevó y al darse cuenta se sonrojó levemente. Aquellas emociones no estaban permitida, se reprendió mentalmente, no podía dejar que sucediera de nuevo—. Lo siento, señor Kruger, es solo que ningún niño debería crecer sin el amor de sus padres.

El moreno notó cierta melancolía en la voz y mirada de la joven de mechones rubios. Parecía que hablar de la familia era un tema complicado tanto para él como para ella. En ese aspecto la comprendió.

— El desayuno estará listo en una hora. —recobró la postura, concentrándose en la larga lista de labores pendientes—. Tendrá que bañarse, pero, debido a que perdió su pierna izquierda puede resultarle difícil acostumbrarse al uso de la muleta, ¿necesita ayuda?

— Puedo hacerlo solo. —aseguró. Necesitaba tiempo para pensar más sobre su plan y evitar un error. Tenía que salir de esa casa lo más pronto posible.

— Bien. No dude en llamar si presenta algún inconveniente o necesita mi presencia, estaré atenta. —tomó la hoja guardándola en el delantal—. Yo le avisaré cuando la comida este lista.

Eren la miró marcharse y cuando estuvo seguro de que se hallaba solo, se acercó a la ventana. Contempló la ciudad que era la responsable de sus desgracias. Marley debía caer si o si. No había un punto medio. Haría todo lo que estuviera en sus manos para darle la ansiada libertad a las personas detrás de las murallas. No permitiría que la historia se volviera a repetir, cambiaría el futuro al aplastar a sus enemigos para que sus amigos fueran libres.

 No permitiría que la historia se volviera a repetir, cambiaría el futuro al aplastar a sus enemigos para que sus amigos fueran libres

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B R O K E N ¦ EREN JAEGERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora