5. Una caricia en el alma.

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Cuando despertaba de sus pesadillas, donde los gritos y la escena de su madre ser devorada por un titán eran lo único que se reproducía en su cabeza, a Eren le resultaba absurdo intentar cambiar la historia

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Cuando despertaba de sus pesadillas, donde los gritos y la escena de su madre ser devorada por un titán eran lo único que se reproducía en su cabeza, a Eren le resultaba absurdo intentar cambiar la historia.

Al pisar tierra en Liberio no hizo más que odiarlos. Esa gente provenía de Eldia, pero peleaban por Marley sin importar el desprecio y humillaciones que pasarán al lado del enemigo. Eran personas que vivían siguiendo órdenes, aceptando vivir como prisioneros.
Odiaba el sonido de las voces, la manera en la que reían, las historias llenas de mentiras que contaban, el concepto erróneo que tenían sobre los de la isla. Odiaba a los esclavos.

Pero todos esos sentimientos y pesadillas se iban cuando la veía. Esa hermosa mujer parecía una diosa, sacada de un libro de fantasía que Armin le mostraba cuando eran niños. Sin embargo, ella era real, podía apreciarla a diario cuando se acercaba a él y lo trataba con gentileza. Era bondad, amabilidad pura, un rayo de luz en la oscuridad de la humanidad. Lo arrullaba entre sus brazos, sosteniéndolo después de un pesadilla a media noche, le susurraba palabras cálidas y le cantaba suaves melodías que calmaban su corazón herido.

— Esta noche he traído un libro conmigo, la fiebre de la mañana podría volver a presentarse, será mejor cuidarlo. —le sonrió tímidamente, acercándose a pasos lentos mientras dejaba los materiales de curación junto a la cama.

Le gustaba la manera en la que se preocupaba por él, era diferente a Mikasa. En vez de atosigarlo con su presencia, ella dejaba que intentara actuar por voluntad propia y sólo intervenía cuando creía que era correcto. No es que odiase a Mikasa, pero a veces se sentía aprisionado y débil siendo rescatado por la pelinegra. Él quería ser libre y que ella también lo fuera, que pudiera elegir y ver por ella misma. Por eso se había arriesgado a cruzar el mar, esperaba poder liberar a Armin y a Mikasa, los amaba y deseaba verlos felices.

— Cambiaré el vendaje. —le informó, arrastrando la silla para quedar delante de él. 

— ¿Por qué nunca te quitas los guantes? —cuestionó con curiosidad. Llevaba un par de semanas en esa casa, salía de vez en cuando para encontrarse con Falco y darle cartas. Pero en todo ese transcurso de tiempo jamás la vio quitarse esas prendas que cubrían sus manos.

— No es nada. —intentó fingir una sonrisa, pero salió una mueca. Cuando se acercó a él para quitarle la venda él le sujeto la muñeca. Ambos se quedaron en silencio y Eren comenzó a soltarla despacio. Eirene miró al suelo sin saber que hacer—. Las perdí en un accidente. —titubeó armándose de valor. Se quitó los guantes revelando las piezas de metal, movió sus dedos soltando una débil risa.

Ella lo seguía mirando con dulzura, sus ojos azules jamás lo veían con lástima o asco por su apariencia o por su nacionalidad, actuaba con respeto. A él le causaba intriga saber porque un ser tan puro había tenido un pasado triste, tenía tanta curiosidad por saber la historia de la pérdida de sus extremidades superiores.

B R O K E N ¦ EREN JAEGERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora