EPILOGO

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Sus pies descalzos sienten el húmedo pasto, el cual le hace cosquillas y a la vez le produce comezón

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Sus pies descalzos sienten el húmedo pasto, el cual le hace cosquillas y a la vez le produce comezón. Intenta caminar sin pisar las nuevas flores que comienzan a crecer en ese extenso campo. Ninguno de ellos plantó los árboles, pero aún así la pradera vuelve a ser verde, llena de vida.

Ambos habían llorado por última vez, aunque de las tantas veces que lo hicieron, en esa ocasión estaban frente al mar, las olas meciéndose y rompiendo contra la orilla, los animales croando, mientras ellos se abrazaban buscando consuelo. Ahora solo son viejos recuerdos de una vida pasada que pretenden olvidar, solo son días perdidos. Se han prometido dejar todo atrás, sellándolo para poder vivir en paz.
Poco a poco fueron añadiendo pequeños trozos de felicidad, aprendiendo a convivir en la soledad de un lugar alejado, nuevas ideas surgieron para mantenerlos ocupados. Eren le enseña a cazar y ella le enseña a tejer y a pescar, incluso a curar las heridas. Ella le prometió y aseguró que la vida continuaría aún cuando las pérdidas fueron dolorosas. Incluso puede ser mejor porque se tienen el uno al otro.

No están solos, al inicio lo estuvieron, aún con las secuelas de una reciente guerra, pero ya no más. La situación los empujó a seguir adelante construyendo un nuevo hogar y partiendo de cero. Han formado una familia.

Eirene baja por la colina acercándose a su familia, la cual se halla organizada a la orilla del mar, donde su padre los vigila mientras pesca la cena. Los dientes de León vuelan por la ventisca de aire y el pequeño niño de tres años corre detrás de la flor, la persigue para tomarla entre sus dedos y mirarla con curiosidad. Su risa impregna en el aire, es tan inocente y soñador, sus rizos rubios se balancean. Gira a la derecha en busca de su otro retoño. La niña de cabellos castaños y ojos verdes, baila por la hierba arrancando flores para trenzar una corona, que seguro le dará a su padre, a quien en secreto le confiesa que lo quiere más que a su madre, solo un poco más.

Nadie había dicho que fuera fácil, nunca lo sería, pero ella siempre estuvo ahí para atraparlo entre sus brazos cuando despertaba gritando a media noche, empapado en lágrimas por los horrores que cometió, murmurando cuan arrepentido estaba e implorando por la muerte, alegando no merecer felicidad después de todo lo que hizo. Todo comenzó a mejorar progresivamente cuando se enteraron que ella estaba embarazada. Su primera reacción fue llorar y cuestionar si sería un buen padre, ella solo sonrió colocando su enorme mano sobre su vientre hinchando para que lo sintiera moverse, el deseo de tenerlo en sus brazos logró aplacar sus miedos. Desde ese entonces se esforzó en mejorar para darle un mejor ejemplo a su hijo, quien resultó ser una niña idéntica a él. El mismo día que había nacido la acercó a su pecho cerrando sus ojos y mirando a la luna para darle gracias. La amo y cuido quedándose en vela todas las noches siguientes, con el segundo hijo no fue la excepción. El niño le regresó la esperanza de vivir y arrancó todos los malos pensamientos que alguna vez tuvo.

Eren se acerca a ella sin borrar la sonrisa en su rostro, lleva consigo varios pescados que podrá preparar para la cena. Su cabello largo y húmedo cae en una trenza sobre su hombro, los mechones más pequeños se adhieren a su frente y para la alegría de ella, sus ojos verdes brillan con mucha intensidad.

— Hoy no fue un buen día. —murmuró levantando el canasto donde tenía a los peces muertos. Eirene soltó una suave risa, rompió el espacio que los separaba y le tomó la mano libre. Sus manos son ásperas por el trabajo que realiza todos los días. Ambos colaboran en el hogar, pero él se esfuerza al máximo para que nada les falte.

Las pocas cosas que tenían se las había dado Armin, el único que sabía de la existencia de su amigo. Se había alegrado tanto al verlo de nuevo, feliz y viviendo días tranquilos en compañía de su familia. Él pasaba por allí en algunas ocasiones, les contaba maravillas sobre el resto del mundo y cómo los demás seguían adelante.

— Tendremos que empezar a reducir las raciones. —vacila, mirándolo a través de sus pestañas, tiene una sonrisa dulce que se extiende hasta sus mejillas sonrojadas—. Pronto seremos cinco.

— ¿Lo dices en serio? —Eren suelta la canasta para sostenerla, sus pulgares le acarician las mejillas. Eirene puede ver las lágrimas que se formaban en los ojos verdes de su amado. Ella asiente riéndose y lo próximo que siente son los brazos de Eren, rodeándola y apretándola contra su fuerte pecho, donde muchas veces la refugió después de amarse en las sábanas de una cama.

Sus hijos no saben qué juegan sobre un cementerio que su propio padre construyó, tampoco merecen saberlo, ella le dice que ya es suficiente de cargar con pecados ajenos, la vida debe comenzar de nuevo, pero Eren se rehusa, no quiere mentir, ninguna mentira es buena, él sabe que tarde o temprano terminará contándole todo a sus hijos, no quiere caer en los mismos errores del pasado. Son niños, pero merecen conocer el mundo, salir y explorar, para eso sacrificó a la mayoría de la población, para que ningún niño volviera a ser privado de su libertad.

— Eirene, tu siempre serás mi más grande regalo, el ángel que me salvó del infierno, la suave mano que me sostuvo en mis peores momentos, quien besó mis heridas y borró mis recuerdos suplantándolos con días hermosos. —le besó rostro con devoción—. Te amo con tanta intensidad. Tú me salvaste Eirene, tú y el amor que logró calentar mi nuevo corazón.

Eirene lo tomó de las mejillas para darle un largo beso. Las lágrimas salen de sus ojos, pero no les toman importancia, saben que son de felicidad. Tal como Eren le prometió en el pasado, ahora vivían cerca del mar, formaron una familia y se amaban con tanta intensidad.

La fresca brisa del mar los golpea, pero no es un inconveniente. Los niños están a su lado, ella los ve jugar con Eren, quien logra arrancarles carcajadas, él también se ríe con tanto ímpetu que provoca que el corazón de Eirene se hinche de alegría. Él ahora puede ser feliz y disfrutar del amor que creyó no volver a tener.

En un descuido Eirene mira al cielo, es tan azul y las aves cruzan batiendo sus alas hacia un horizonte desconocido. Son libres, todos son libres ahora. Ella sabe que alguien más está buscando la paz que una vez ella intentó encontrar, ahora no lo hace más. Lo único que quiere tener por el resto de su vida es hundirse en los brazos de hombre roto para regocijarse con el amor que le da todos los días.

Si pudiera decirle al mundo porque se quedó a su lado hasta el final, les diría esto "la verdad es esta, cada monstruo que has conocido o conocerás alguna vez, fue una vez un ser humano con un alma que era suave y liviana como la seda, inocente y aspirando a ser libre. Alguien robó esa libertad de su alma y lo convirtió en esto".

La vida que siempre pensó que quería, antes de saber que había alguien por allí esperándola para que lo salvara, era diferente a la vida que tenía ahora. Ahora amaba la brisa del mar, las vistas panorámicas y los cálidos atardeceres que compartía con su familia.
Ella tuvo la voluntad de arriesgarse para construir un lugar nuevo donde ambos pudieran ser felices, se atrevió a pelear por el amor hasta el final. El sueño que perseguía y que su padre le insistía que abandonara se convirtió en el paraíso que hoy la impregnaba de armonía.

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B R O K E N ¦ EREN JAEGERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora