Amparada bajo el cálido manto de cuero de la tienda, ante las heladas brisas nocturnas, una nueva escena carnal se inicia. No muy lejos de la hamaca, se encuentra aquella mesa larga y baja, en la que reposan algunos platos de madera y una botella, así como aquel libro que relata la fatídica guerra entre aqueos y troyanos. Un temblor leve pero repentino los sacude. Luego otro. Y otro. Con el paso de los segundos, las sacudidas se van volviendo cada vez más fuertes, más retumbantes, junto con los golpes que los originan. El vino del recipiente se agita como si fuera un mar embarbecido. Los cuencos se desplazan lentamente hacia un extremo del mueble.
En el lado opuesto se encuentra, inclinado sobre la mesa, el desdichado gaucho. Detrás suyo, su barbárica captora y ama, Rayen, lo enviste con sus caderas de manera cada vez más frenética, introduciendo y retirando un gomoso falo postizo del largo de una zanahoria y del grosor de un chorizo en aquella parte de su esclavizado amante a la que la luz del sol nunca llega a alcanzar. Lo que comenzó con una pronunciada caricia no demora mucho en transformarse en violentos azotes contra la próstata de Daniel. La libidinosa elfa incluso clava sus uñas a los lados de la ingle de su amado, mientras se relame los labios.
Una amarga expresión de desconsuelo se manifiesta en el rostro del doncel, debido al pasivo rol que le toca desempeñar, apenas disimulada por su respiración acelerada, y sus tenues pero continuos gemidos. Aturdido por los empujes de su raptora, usa sus brazos para retener su cuerpo sobre la mesa, mientras la golpetea con sus muslos.
Entonces, una de las manos de su dueña se deslizan hacia abajo, y empieza a acariciar sus delicados testículos. A Daniel se le escapa un gemido más sonoro, al mismo tiempo que desde la punta de su endurecido miembro se va segregando cristalino liquido pre seminal. Los lúbricos jugos terminan por alcanzar los dedos de la dominante dama, sumergiéndola más en su salvaje lujuria.
Deduciendo que su sumiso está a cerca del clímax, Rayen cierra sus dedos al rededor del sensible pene del muchacho y lo exprime, mientras lo enviste bruscamente desde atrás. Una parte de la descarga se precipita hacia el suelo, al mismo tiempo que otra mancha los dedos de la elfa. Daniel se derrumba sobre el mueble, para la lasciva satisfacción de su ama, quien empuja una vez más su falo postizo contra el interior de su amado, y le ordena:
- ¡Vamos! Si ya acabaste, limpia mis dedos. ¡Muéstrame gratitud como un buen esposo!
Daniel trata de levantarse, pero sus ojos se topan con la botella de la mesa, la cual se haya volteada, como consecuencia de la embestida con la que su dueña lo hizo acabar. En ese momento, la elfa azota sus nalgas con la mano abierta, produciendo un retumbante aplauso, y le exige:
- ¡Ahora! No me tientes a acariciar tus interiores una vez más.
El gaucho accede a las exigencias de su prometida y, al darse la vuelta, se arrodilla y comienza a asear los dedos de la elfa con su lengua. Recorriendo detalladamente la mano de la guerrera, no tarda en limpiar los restos de su semilla.
- No lo tragues. - Ordena la captora.
Daniel levanta la mirada hacia Rayen quien, bruscamente, agarra a su amado de los pelos y lo hace levantarse. Una vez sus ojos están a la altura de los del cautivo, la joven ama pega sus labios a los del doncel, y abruptamente introduce su lengua dentro de su boca. Pegando su cuerpo al del gaucho, y su miembro postizo al real, la elfa ahonda en su asalto oral, hasta robarle a su prometido la última gota de aquella mezcla entre semen y saliva. Acto seguido, la apasionada salvaje aparta al muchacho y, tragando aquellos jugos, le indica:
- Ahora que ya te quité parte de tu carga, espero que tardes menos en terminar. Tomá la medicina que está sobre la mesa. Esto apenas acaba de comenzar.
Daniel, saboreando la esencia que su dueña dejó en su boca, se dirige hacia un cuenco que se haya en el mueble, y toma de él unas exóticas yerbas, propias de la región esteparia. A los pocos segundos de ingerirlas, comienza a sentir como su cuerpo recupera sus energías, y como la parte baja de su cuerpo vuelve a despertar.
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El Cautivo
FantasyDaniel, un joven humilde del campo, es raptado de un infierno, el del ejército, para caer en otro, el de una tribu de elfos nómadas. Su raptora, una mujer fuerte y de rasgos nobles, pero torcida por los ideales de su sociedad, comenzara un tortuoso...