Experiencia y tenacidad.

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Un áspero silencio llena el toldo de Rayen. Una vez más, a Daniel no logra asimilar la escena. Esta vez, una caótica desesperación se propaga como llamas por su mente. Finalmente, ocurre un estallido en medio de aquel incendio:

- ¡No!... ¡No! ¿¡Por qué tengo que irme!?

- El esposo de Kelü acaba de morir por su culpa.

- ¿Y? Dijiste que tu madre se dio cuenta de lo horrible que es esto. ¿¡Acaso ella no puede cambiar nada!?

- Puede intentarlo... Yo también puedo...

- ¡Entonces, no es necesario que me vaya!

- ¿Serias capaz de convivir con la asesina de Filu? ¿O con Helena?

El doncel enmudece abruptamente, incapaz de dar una respuesta a las interrogantes de su captora. En ningún momento se había planteado la posibilidad de perdonar a Helena. Mucho menos es capaz de disculpar a la homicida de su compañero. Rayen toma el silencio del cautivo como una respuesta certera y declara, de modo contundente:

- En unos días te vas...


Un par de días transcurren. Amanece en el pueblo. Pero es una mañana sin sol. Una cortina grisácea se extiende sobre el cielo, dándole un aspecto amargo al paisaje que rodea el asentamiento.

A unos cuantos metros del poblado, en un espacio despejado de piedras o arbustos, Daniel se haya frente a su nueva tutora. La muerte de Filu, y su amargo funeral, aun pesan en la psique del muchacho, y Rayen se percata de ello con tan solo ver su rostro. Tratando de apartar al gaucho de esos recuerdos, la elfa afirma:

- Sabes como hacer fuego con tus manos, y como lanzar un hechizo. Sin embargo, lo mejor para ti seria aprender a utilizar tu aura.

Daniel no responde, se limita a observar detenidamente a su interlocutora, incomodándola.

- Bueno... Tu aura es del elemento fuego, eso significa que puede potenciar partes de tu cuerpo, o incluso a tus objetos. Creo que lo mejor para vos es que la uses para mejorar tus sentidos, como tu oído por ejemplo.

- ... Está bien.

- Trata de concentrar tu aura en tus oídos y escucharlos ruidos que vienen desde el pueblo.

Sin decir una sola palabra, el doncel cierra los ojos y, con una idea fija en la cabeza, consigue formar una cortina escarlata en sus orejas. A los pocos segundos, parte de las voces del asentamiento resuenan en sus oídos, en especial las risas y los cánticos de los niños.

- ¿Escuchas algo?

- Escucho a los pibes jugar por ahí.

- No es un mal comienzo...

De repente, el aura que cubre ambas orejas se hace más espesa y revoltosa. Los oídos del gaucho se afinan hasta captar el más leve murmullo de los nativos. Entre ellos, la voz de una elfa en concreto destaca, dibujando una leve sonrisa en su semblante.

- Puedo escuchar a tu madre, Rayen. Parece que se está disculpando con tu padre por algo...

- ¿¡Qué!?

- Parece estar realmente afligida.

Las palabras del cautivo hacen un profundo eco en la cabeza de la bárbara, sumiéndola en una asombrada duda. ¿Será real? Su madre ya se había mostrado bastante afectada por la muerte de Filu. ¿Por fin empezó a ceder?

- Bien... Tal parece que avanzaste mucho con el oído. Ahora intentemos con la vista y el olfato.

Tan solo un par de horas transcurren. En ese corto tiempo, el doncel logra potenciar sus ojos y nariz, y combinarlos con sus orejas. El gaucho es capaz de observar cada uno de los granos de maíz que se hayan en un cazo, delante de la tienda más lejana, en el borde opuesto del pueblo, y olerlos mientras son cocinados. Rayen, sumida en una sórdida perplejidad, declara:

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