Luz y fuego.

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En medio del campo de batalla, entre los restos de colosales máquinas, alumbrados por las llamas, dos contrincantes se encuentran. Por un lado, Rayen, la vigorosa guerrera de los upülches. Por el otro, apuntándole a la elfa con suma confianza, uno de los oficiales de aquel fortín que fue arrasado meses atrás.

- ¡Voy a matarte, Rayen! ¡Luego me encargaré de esa perra salvaje de tu madre! - Exclama el bigotudo coronel, alzando su revólver.

En ese instante, en el semblante de Rayen se dibuja una expresión de sorpresa y, acto seguido, la bárbara exclama:

- ¡Mamá! ¡No!

Al escuchar esas palabras, el podrido corazón del militar se encoge, mismo tiempo que su cuerpo se gira, desesperado por apuntar a lo que él cree que se le aproxima por atrás.

- ¿¡Qué!?

El oficial se voltea nuevamente para disparar a su contrincante, al percatarse de que su grito solo fue una distracción. Pero, repentinamente, la elfa aparece a unos pasos suyos, inclinada casi por debajo de su brazo, fuera del alcance de su pistola, en plena carga. A continuación, Rayen intenta propinar un hachazo contra la expuesta axila del coronel. Sin embargo, el militar logra retirar su brazo de la trayectoria de la espada.

Acto seguido, la rubia rata baja su mano y trata de dispararle de nuevo. Pero, Rayen logra desviar el tiro al azotar los nudillos del milico con el óseo pomo de su mandoble. Ante la nueva abertura de su oponente, la salvaje elfa retira su brazo detrás de su torso, tomando impulso para propinar una estocada.

El cuerpo del oficial se envuelve en un manto rojizo, permitiéndole evadir la hoja de Rayen de un fugaz salto. El milico se las ingenia para aterrizar a unos pasos de la guerrera, recuperando la distancia que había entre ellos. Entonces, vuelve a apuntar su pistola contra la elfa y dispara.

Una explosión escarlata se produce en el muslo de la vandálica guerrera, quien cae arrodillada sobre el suelo. Su mente casi se ve nublada por el atroz dolor que le aqueja, al mismo tiempo que sus ojos contemplan al flacucho oficial.

- Con la sangre etérea corriendo por mis venas, esto es más fácil de lo que pensaba. - Declara el coronel, mostrando excesiva confianza. - Mientras mantenga la distancia, no tendré problemas en eliminarte.

- Error.

Rayen levanta sus dedos índice y medio, disparando un haz de luz contra el oficial. El hombro que sostiene su revólver es atravesado de lado a lado, provocando que la rubia rata falle su siguiente tiro.

- ¡Hija de... !

A continuación, una poderosa explosión de luz se expande desde el sable de la elfa, alcanzando al militar. El luminoso conjuro ciega al coronel, quien al instante envuelve su cuerpo en su aura e intenta escapar. Pero ni bien trata de escapar, un duro golpeen su vientre frena su retirada. Un agudo dolor recorre su abdomen. Al recuperar la vista tras unos segundos, una siniestra escena aparece ante sus ojos.

La panza del militar se haya atravesada por la ósea y gruesa hoja de la salvaje guerrera, al mismo tiempo que su azulado uniforme se tiñe con un enorme manchón rojizo. Al levantar la vista, el coronel se topa con el frío rostro de la bárbara que le ha ensartado.

- ¡No puede ser!... ¡La distancia me daba ventaja!... ¿Cómo lograste acercarte tan rápido con esa herida en tu muslo?

Rayen le dedica un gélido silencio al perplejo uniformado. Acto seguido, retira su ósea espada del vientre del coronel, del cual brota un ensangrentado trozo de intestino. La agónica rata cae de rodillas. En ese momento, sus ojos se topan con las piernas de la salvaje.

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