La ausencia de un hogar.

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Un frío cielo de una tarde invierno, moteado por blancuzcas nubes que rodean al sol, se extiende sobre una pequeña casa de adobe, en medio del campo. Dentro, una mujer yace sobre una cama algo precaria, cerca de una ventana, con los ojos cerrados y respirando de manera torpe. Los rayos tenues del astro llegan a acariciar su rostro, como si intentaran consolarla con su calor por la agonía en la que se haya sumida.

Un joven gaucho se encuentra sentado a su lado, sujetando su mano. Sus ojos están tapados por el negruzco velo que forma su pelo. El muchacho se limita a permanecer junto a su madre, esperando la trágica conclusión.

Finalmente, la respiración de la mujer cesa. Una nube tapa el sol, cortando el haz de luz que iluminaba su semblante. Su pulso se esfuma entre los dedos del doncel. Las lágrimas comienzan a desbordar los ojos del muchacho. En aquel momento, la casa donde había vivido por tanto tiempo ha dejado de ser un hogar.

El joven acaba levantándose de la silla y saliendo por la puerta, hacia un futuro incierto. Al deambular por la vida, sin ningún rumbo en concreto, el doncel se topa con las miradas despectivas de estancieros y comerciantes, que lo tachan de vago, con las leyes contra la vagancia de la ciudad de Portuaria y con las garras de militares violentos y prepotentes, que lo "reclutan" para el ejército.


- Eso... es horrible. - Comenta Rayen, con un tono de voz marcadamente afligido, mientras contempla a Daniel con sus tristes ojos.

- Por eso, me gusta ver esa faceta tuya..., tan preocupada por salvar a tu padre. Sé lo que realmente implica perder a un ser querido. - Responde el doncel, al mismo tiempo que pasa la enjabonada esponja por el brazo de su ama.

- Por eso trataste de aprender a usar el ngen... ¡Pero no necesito que me ayudes a solucionar el problema con mi madre! ¡Lo único que lograras con eso es meterte en problemas con todo el lof!

- Sinceramente, no confió mucho en tu intelecto a la hora de lidiar con este tipo de problemas.

- ¿¡Qué!? ¿¡Me estás faltando el respeto!?

- Mira a tu alrededor. No fue una buena idea forzarme abañar contigo... en una bañera tan chica.

La salvaje doncella acata la petición de su sumiso y se percata de lo incómodo que él se haya en aquella estrecha pileta de madera que comparte con ella, en la que se ha arrodillado.

- ¿Podes terminar de lavarte vos misma los brazos? Me duelen los pies de tan apretados que los tengo.

- ¡Sí! - Responde Rayen, algo avergonzada. - De todas formas, ¿al menos consideras que tienes un nuevo hogar?


En medio de la oscura noche, Daniel corre a toda velocidad hacia el campo de batalla, iluminando su camino por el resplandor carmesí de su propia aura, y guiándose por las explosiones, tiros y rugidos del combate que resuenan a la lejanía. Tal estruendo no logra ahogar la pregunta que acaba de recordar, la cual se transforma en un constante eco en su cabeza.

El doncel, finalmente, ingresa en el campo de batalla. En medio del metal ardiendo, los pastos en llamas y el olor a muerte, una encarnizada pelea se desata delante suyo, entre unos furibundos conscriptos y una debilitada guerrera. El pelo rojizo y oscuro de la elfa le rebela de inmediato al gaucho quien es.

Ahí se encuentra Kelü, entre un muro de piedra y el cadáver de su abatido pegaso, tratando de cubrirse de los tiros delos soldados y buscando la más mínima chance para contraatacar. Antes de que pueda salir de aquella desafortunada situación, uno delos conscriptos, portando una rojiza escopeta, se le acerca por un flanco y abre fuego. Una abrumadora bola de llamas sale disparada contra la nativa, que apenas consigue crear un nuevo muro para protegerse. Pero el hechizo estalla contra la pared, destrozándola, y la elfa sale disparada fuera de sus precarias defensas.

Al alzar la vista, Kelü contempla como sus oponentes se hayan a unos pasos, apuntándola con sus rifles, dispuestos a fusilarla. En ese instante, la guerrera parpadea y un fugaz destello colorado embiste a los soldados. Al abrir los ojos, la salvaje se queda anonadada al ver como un joven, con tan solo una faca, se enfrenta a los conscriptos. La perplejidad terminar de embobarla al fijarse en el rostro de su inesperado salvador.

En cuestión de segundos, Daniel logra derrotar al pelotón, noqueando a algunos, apuñalando y degollando a otros. Ni bien retira su puñal de la carne del último conscripto, una bola de fuego se precipita sobre él. El gaucho la evade, junto con su explosión, con suma soltura en sus movimientos, con la agilidad de un gato.

El mago que le ha lanzado el conjuro vuelve disparar su escopeta en su contra. Pero, con suma facilidad, Daniel esquiva sus llameantes descargas y se le aproxima a tan solo un par de pasos. Acto seguido, el ágil gaucho trata de apuñalar al militar, quien aduras penas consigue bloquear su hoja con el cañón de su arma. A continuación, embulle sus piernas en un manto bermejo y se lanza hacia atrás, tratando de escapar del alcance del facón.

El doncel persigue a su contrincante, al mismo tiempo que esquiva sus maleficios de fuego. El uniformado mago apenas logra mantener a raya a Daniel con su escopeta. Entonces, ocurre el inevitable percance: se le acaba la munición. Su cañón enmudece, y el gaucho aprovecha esa oportunidad. El mango de su daga alcanza el cráneo del escopetero, y de un golpe contundente en la sien este se desploma contra la tierra, perdiendo la conciencia.

Daniel frena su carga y se detiene a contemplar al enemigo que acaba de noquear. Un sonoro jadeo emana de su boca, pero sin desmotivar su mente. A continuación, el muchacho voltea a ver a Kelü y camina hacia ella. La perpleja guerrera se levanta y declara:

- Pen... pensé que te habías ido con los demás varones...

- ¿Dónde está Rayen?

- No sé. Me separé de ella cuando el combate inició.

- Ya veo...

El doncel se detiene justo a unos pasos de la elfa y, desvaneciendo el aura que cubre su brazo derecho, le suelta un potente puñetazo en el estomago. Kelü se arrodilla bruscamente en el pasto, al mismo tiempo que pega un grito ahogado.

- ¡Kelü! - Exclama Daniel con un tono serio y firme.

La elfa, juntando fuerzas, alza la mirada para contemplar el frío y asertivo rostro del gaucho.

- Una vez que termine la batalla..., vete y no vuelvas más... Honra la memoria de Filu. Trata bien a tu próxima pareja.¿¡Quedó claro!?

La salvaje no suelta ni una sola palabra. Simplemente, se limita a asentir con el rostro.

En ese instante, una luminosa explosión resplandece ala distancia, logrando resaltar en el caos del campo de batalla. El doncel, al contemplarla con un moderado asombro, vuelve a cubrir su cuerpo en su manto rojizo y le dice a Kelü:

- ¡Bien! ¡Voy a terminar esta batalla!

Acto seguido, retoma su infernal carrera, con su objetivo aun presente en su psique: derrotar al ejército y salvar a Rayen.

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