Una anaranjada cubierta se extiende sobre la tolderia, al mismo tiempo que el disco solar se acuesta sobre el horizonte, atenuando la luz que de este emana. Las sombras se propagan por el asentamiento, dejando sus marcas en las curtidas paredes de las viviendas. Las tribales, prestas a organizar una nueva celebración, juntan los licores y las carnes alrededor de la gran fogata.
Dentro de la precaria prisión de pieles, se haya Daniel quien, aprovechando la reiterada ausencia de Llapüdrayen, se dispone a desaparecer de aquel sitio. Su captora, mostrando imprudente confianza, lo ha liberado de su cruz, en una muestra de retorica bondad. Observando el distanciamiento que hay entre el resto de las elfas y la carpa, y la sombría oscuridad que la circunda, el joven decide lanzarse a esta última de manera temeraria, y seguirla hasta encontrar una vía de escape.
Y entonces, navegando entre aquel bosque de toldos, escucha dos voces femeninas que le resultan familiares:
- Mi padre podría averiguar donde estoy...
- No te preocupes. Aunque nos ataquen, nuestra magia es más fuerte que la de ellos. -
- Pero ellos tienen más tecnología.
- En el peor de los casos, podemos retirarnos más al interior de nuestras tierras. Eso es algo bueno de nuestro estilo de vida.
Daniel, alarmado, se aproxima a la vivienda de la cual proviene las palabras de aquellas chicas, por las cuales su corazón se haya contraído. Con cautela, pega el oído al liso y delgado muro, esperando aclarar las dudas que surgen en su mente.
- Helena, tranquila. Somos lo suficientemente fuertes como para repeler cualquier contra-ataque de Portuaria... No vamos a dejar que alguien que nos ha dado tal ayuda caiga en manos de aquellos sujetos.
El corazón de Daniel se estremece. "Tal ayuda", esas palabras despiertan en el cautivo una desagradable sensación. Primero es una sórdida duda, pero luego se transforma en una agria certeza.
- De todas formas, dudo que puedan atacarnos ahora. Perdieron toda la dotación del fortín. Ni siquiera pudieron defenderse gracias al motín que armaste... De hecho, podemos atacar el estuario ahora mismo.
- Entonces, ¿es posible que, a este ritmo, logren tomarla capital?
- Probablemente... Tu padre ya no volverá a ponerte un dedo encima.
- Gracias, Rayen. Eso me tranquiliza.
Una profunda rabia invade la cabeza de Daniel. Un deseo de entrar abruptamente en la tienda y estrangular a aquella sucia embaucadora invade su mente. Sin embargo, logra contener sus impulsos. La idea de esperar a que su raptora salga, y en ese momento encargarse de la muchacha, no tarda en manifestarse.
No pasa mucho tiempo antes de que, tal como esperaba, la elfa abandone la tienda. Aunque solo sea por unos minutos, el cautivo encuentra su oportunidad. Lentamente, se aproxima a la entrada de la carpa, asegurándose de que nadie lo vea, y observa adentro. Helena se haya sentado, en una pequeña silla, leyendo un libro a la luz de una lámpara. La embaucadora se encuentra a unos pocos pasos del umbral, por lo que, inmediatamente, el gaucho decide arrojarse sobre ella. Ambos caen de manera violenta.
Daniel no tarda en llevar sus manos al cuello de Helena, evitando que esta pueda gritar. La doncella forcejea, incluso llega a golpear en la cara al raptado. Pero la comida de las elfas le da la fuerza que le faltaba en el fortín, y su rabia le resta sensibilidad ante cualquier contraofensiva de su victima. Sus dedos se clavan sobre el cuello de la joven con una determinación asesina.
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El Cautivo
FantasyDaniel, un joven humilde del campo, es raptado de un infierno, el del ejército, para caer en otro, el de una tribu de elfos nómadas. Su raptora, una mujer fuerte y de rasgos nobles, pero torcida por los ideales de su sociedad, comenzara un tortuoso...