El Aquelarre.

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El sabbat se desata en el bosque de toldos. Las siniestras cabalgadoras rodean la fogata, presentando sus trofeos ante el resto de la comunidad. Acto seguido, los llevan a sus respectivas viviendas, para luego volver y entregarse a los placeres que guardan los licores.

Uno de estos desdichados premios es Daniel, un muchacho desgraciado al cual su raptora fuerza a acostarse sobre un estrambótico mueble, una bizarra estructura de madera, con forma de cruz, rodeada de seis postes, dos de los cuales sostienen una hamaca que se haya suspendida sobre el centro. La violenta mujer, reteniendo al chico con una mano, comienza a desatar los nudos que ajustan las curtidas piezas de su coraza, apartándolas bruscamente.

A continuación, ata las extremidades de Daniel a cuatro de las seis puntas de la cruz, asegurándose de separar bien las piernas. Raudamente, abre la camisa de su presa, rompiendo los botones de un tirón, y baja sus calzoncillos, exponiendo su flácido falo. El desesperado muchacho se retuerce y grita, sin que su captora se moleste en amordazarlo. Sus improperios se pierden en el estruendo que emana del festín, y sus movimientos son desgastados por las cuerdas que lo sujetan a su perversa prisión.

La fémina, con depravada lentitud, posa su mano por el delgado y maltratado torso del chico, recorriendolo detalladamente hasta llegar a sus genitales. Sin el más mínimo pudor, agarra su miembro y empieza a acariciarlo. Contra la voluntad del joven, su tronco comienza a crecer, mientras un bizcoso liquido emerge de la cabeza.

Daniel levanta su rostro, insultando a la morbosa depredadora que lo escogió como su comida con toda la fuerza que puede surgir de sus cuerdas vocales, con toda la rabia que puede transmutarse de su agredido orgullo. Las maldiciones del chico son acalladas por el puño de la mujer, que se estrella contra su nariz, aturdiendolo.

La bestial hembra se precipita sobre el rostro del muchacho, levantando su máscara, juntando sus labios con los de él,introduciendo su lengua en la sanguinolenta boca. La saliva se mezcla con la sangre que emana de su nariz, invadiendo la garganta de Daniel, hasta el punto de casi ahogarlo.

Al mismo tiempo, con una mano, levanta su falda y desciende su ropa interior, exponiendo una cavidad peluda y humedecida, de la cual emana un jugoso néctar, cuyo hedor alcanza las maltratadas fosas nasales del desprotegido joven. Sacando sus labios superiores del semblante de su presa, la raptora se dispone a engullir el pene con su boca inferior, la cual le da un buen bocado al glande, despertandola levemente de su inconsciencia.

Daniel, abrumado y anonadado, logra contemplar, gracias a la luz que se desprende de la hoguera, a las afueras del toldo, la robusta a la par que sublime silueta de la guerrera. Desde un pelo lacio, atado para no entorpecer los azotes de su enastado instrumento de destrucción, sobresale unas largas y puntiagudas orejas,revelando su naturaleza elfica, exótica, salvaje.

Un doloroso y sucio hormigueo fluye por la extremidad dela victima, atravesando su cuerpo hasta llegar a su mente, mientras,a sus ojos, los pechos de la asaltante van balanceándose cada vez más rápido. Sobrepasado por tal escena, con su psique destrozada y su corazón encogido, el muchacho aparta la mirada, deseando que su martirio acabe cuanto antes.

Los chasquidos que nacen del choque entre ambas entrepiernas resuenan en toda la estructura. Los soportes de la cruz tiemblan. El olor a sangre, sudor y fluidos se entierra bien dentro de la nariz del chico. Los gemidos y alaridos de su captora penetran en sus oídos, grabándose a fuego en su cabeza.

Finalmente, del falo surge un abundante, blancuzco y pegajoso jugo, adentrándose en la voraz cavidad de la elfa, la cual profiere un libidinoso suspiro de satisfacción. Desgastado, Daniel relaja sus músculos, y deposita su nuca sobre la tela de la hamaca. Su respiración se funde con la de su agresora, retumbando en sus orejas. El menjunje de lujuriosos líquidos formados en el interior de la raptora fluye de su vagina como si fuera una herida.

Complacida con la vejación a la cual acaba de someter a su presa, la mujer se levanta, dejando que la mezcla salpique la ingle y el estomago del muchacho. Entonces, se dirige hacia una caja, en el interior de la cual se haya un conjunto de botellas de licor, cuyo origen extranjero es evidenciado en las etiquetas. Destapa el cuello de una, y se la lleva directo a la boca, asegurándose de tomar un profundo trago.

A continuación, se aproxima al rostro de Daniel nuevamente, y no conforme con haber violado su boca una vez, la fuerza a abrirse nuevamente, esta vez, para derramar una mezcla de licor y saliva dentro. La ya de por si traumada y desorientada mente del joven se transforma progresivamente en un caótico mar de emociones, un polvorín presto a explotar a la menor chispa.

Eufórica, la salvaje abandona la carpa para ingresar nuevamente en el bacanal desatado alrededor de la fogata, mientras su desahuciada victima, a consecuencia del agotamiento de cuerpo y psique, cae abruptamente en el mundo de los sueños, un escape ante el martirio al que fue sometido.

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