El collar escarlata.

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Un par de días han pasado. Bajo la resplandeciente sabana azulada del cielo de la tarde, a orillas del cristalino río, no muy apartado del lof, se encuentran sendos jóvenes, Daniel y Filu. En sus manos unas rudimentarias cañas de pescar descansan, mientras los donceles esperan con ansia un leve tirón en la delgada cuerda que se haya conectada al agua. Entonces, el tímido elfo pregunta:

- ¿Cómo está Rayen?

- Mejor, logró recuperarse antes de lo que esperaba.

- ¿Las noches de pasión salvaje ayudaron?

- Sí..., pero fue muy sumisa las primeras dos.

- ¿Y la última?

- Aun me duele la pelvis... - Se lamenta Daniel, llevando una mano a su ingle.

- Ah... - Responde el elfo, mostrando algo de pudor. - De todas formas, la relación entre ustedes mejoró bastante. ¿Ya no estás pensando más en huir?

- No..., creo que no... De todas formas, Rayen tiene razón. Deberían dejar de tratarnos como niños malcriados, más con los castigos a los que nos someten.

- Suerte con ello. Aun si Rayen derrotara a su madre y lograra convertirse en cacique, dudo mucho que la mayoría de las mujeres quieran dejar su posición privilegiada sobre nosotros.

Daniel observa detenidamente su mano y guarda silencio.

- ¿Pasa algo?

- El papá de Rayen me contó todo lo que le dijo su hija... Él y yo, al ser alienis, podemos usar la sangre etérea mejor que los varones upülches. En el fortín había taumaturgos, pero dependían mucho de los objetos que usaban, y fueron completamente barridos por las elfas.

- No estás pensando en rebelarte, ¿verdad?

El muchacho clava sus ojos en los de su sumiso interlocutor.

- ¡Daniel, no! No es sensato. - Exclama Filu. - Sí, ustedes, los alienis pueden usar el ngen mejor que nosotros. Eso no cambia el hecho de que las mujeres los aplastarían al primer golpe que intente dar. De hecho, vos mismo mencionaste que los soldados de tu destacamento necesitaban ciertos objetos para poder usar el ngen. Pero las elfas son tan poderosas que pocas necesitan emplearlos.

- Sí, lo sé... Pero por primera vez, veo a Rayen actuar de una manera verdaderamente noble. Quiero ayudarla. Se veía bastante frágil cuando perdió contra su madre. No es el ser cruel e insensible que creí que era. Quiero que triunfe. Quiero que logre terminar con estás opresivas tradiciones. Quiero verla realizada. Y también quiero liberarte a vos.

El cautivo, sin apartar la vista por un segundo le sonríe a Filu. El elfo se sonroja. Su corazón se acelera. Las palabras de su compañero resuenan profundamente dentro suyo. Tras largar un sonoro suspiro, el amanerado indígena desiste:

- ¡Bien! Trataré de enseñarte a usar el ngen.

- ¿Trataras?

- ¿No esperarás que sí o sí tengas ese poder? Si todos los alienis pudieran usar esta magia, no habría sido tan fácil destruir tu base.

- Es verdad...

- Incluso si pudieras usar la "sangre etérea", solo serias capaz de hacerlo a la perfección tras un "despertar".

- ¿Despertar?

- Es cuando una emoción muy intensa te posee. En ese momento, el ngen sale disparado de tu cuerpo como si fueran llamas. De todas formas, lo que necesito ahora es conseguir un par de objetos para comprobar que puedas usar el ngen, así que voy a demorar un poco en enseñarte.

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