Guillatún.

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Daniel enmudece por unos segundos. No por miedo o impresión, sino por un esfuerzo. Un esfuerzo de su mente por recordar de manera más nítida la masacre que desataron sus captoras sobre aquel fortín que era su prisión. Finalmente, una nueva pregunta se dibuja en los pensamientos del doncel:

- ¿Cómo funciona la "sangre etérea"? ¿Por qué no pueden usarla tan bien como las mujeres?

- A través de las emociones fuertes y la determinación. - Responde Filu. - El por qué no podemos usar el ngen al mismo nivel que nuestras mujeres es algo que no sabemos. Puede ser tanto un castigo divino como un rol que le hayan atribuido a ellas.

- Entonces... no tienen una forma de poder superar esa brecha... - Concluye Daniel.

- No. De momento, lo único que podemos hacer es aguantar y esperar a que las cosas cambien a nuestro favor. - El elfo hace un gesto para que su interrogador le alcance otra ánfora vacía. - Y de momento, lo que podes hacer es ayudarme a preparar las bebidas.

El muchacho, resignado, accede a la petición de su compañero y le alcanza un par de recipientes más. Mientras observa como el nativo muele los granos de maíz, otra duda se manifiesta en su mente:

- ¿Qué es el "guillatún"?

- Es pedir "por favor" y "gracias". - Contesta Filu, sin apartar la vista del choclo que está moliendo. - Es el ritual por el cual damos gracias a los espíritus por su ayuda, al mismo tiempo que solicitamos más de esta. Todo el asentamiento lo celebra.

- ¿Y para eso les ofrecen alcohol?

- No solo alcohol. También carnes de todo tipo, pan, miel y catuto.

- ¿Catuto?

- Trigo molido con agua.

- Entiendo. Imagino que son las mujeres las que se encargan de conseguir las carnes.

- Exacto. Nosotros, los hombres nos encargamos de elaborar o comprar todo lo demás.

- ¿Comprar? ¿A quien?

- Los comerciantes anglonios, esos rubios que suelen llevar casacas rojas. Pueden conseguirte de todo, desde armas de fuego bastante modernas hasta cosas básicas como pan y vino. Incluso venden novelas eróticas.

- ¿Por qué no les compran armas de fuego?

El elfo voltea a ver a Daniel, clava sus ojos en los de su interlocutor y arquea una ceja.

- Ah, sí. La magia. Ya entendí.

- De todas formas, seria un inconveniente si compráramos armas de fuego. Como las mujeres no suelen necesitarlas, al final las terminaríamos usando nosotros. Si eso ocurre, podría haber una sublevación, lo cual tus lideres aprovecharían para derrotarnos.

- Entiendo. Entonces, esa es otra razón por la cual no se rebelan. Saben perfectamente que una guerra civil seria usada a su favor por Portuaria.

- Portuaria, Anglonia, Cobricia, cualquier grupo que tenga bestias de acero. - Filu suspira. - ¿Te jode ayudarme a moler esto? - El elfo señala otro grueso bastón cerca de los cantaros.

El doncel toma la vara con ambas manos. Acto seguido, su interlocutor le coloca una vasija delante y la llena. Lentamente, comienza a pulverizar los granos, mientras escucha los golpeteos que su compañero hace con su propio jarrón. Con cada movimiento, la certeza se arraiga aun más en su cabeza: esta será su vida a partir de ahora.


Unos cuantos días pasan. La oscura capa de la noche, manchada de estrellas, cubre el terreno sagrado de los elfos. El azulado resplandor de la luna es interrumpido por el intenso brillo anaranjado de las farolas de queroseno, elevadas sobre un círculo de ramas, que rodean un gran tótem de madera con muecas, coronado con un rostro tallado en su extremo.

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