Caminaba a través del bosque, perdida, sin saber a dónde iba o a dónde quería ir. Buscaba alejarse del miedo más que de algo tangible que verdaderamente estuviera detrás de ella.
Aunque aprisionada por un temor que creía olvidado, el de perder a alguien querido, Delilah estaba lo suficientemente concentrada para buscar alguna planta que pudiera servirle a Basil. Una voz en su interior le decía continuamente que no la había, que Basil estaba perdido y que era su culpa. Aun así buscó durante una hora más, hasta que se dio por rendida y se sentó en el suelo, sin importarle ya vigilar por si los profesionales acechaba en las sombras.
Delilah se miró las manos, buscando encontrar las respuestas al universo en ellas; en su lugar vio como aún las tenía manchadas con la sangre de Basil. El agua del río no lo podía lavar todo, y sobretodo no podía borrar los recuerdos.
—Va a morir y va a ser mejor así —le confesó al aire—. No tendrá que sufrir ni un momento más en este infierno, él no iba a ganar jamás, su destino estaba escrito mucho antes de que pisara la arena.
Dejó que el silencio le rodeara, sus palabras lúgubres flotando en el ambiente junto a los olores del bosque.
Quería volver a centrarse únicamente en su supervivencia, en ganar los Juegos ella sola como debía ser, en ser un lobo solitario y no un animal de manada. Pero estar tanto tiempo con el grupo de Eber no solo le había recordado lo hermoso que es no sentirse abandonada en el mundo; sino que además, el enfrentamiento con los profesionales le había mostrado lo débil que en realidad era bajo la máscara y como su propia mortalidad le perseguía.
Un rayo de sol penetró entre las frondosas copas de los árboles y creó una sombra, que danzando frente a ella como si fuera un verdadero ser, le animó a seguir hablando aunque solo las frías cámaras le escucharan.
—No tengo apenas posibilidades, ni sola ni en grupo. Aunque sola por lo menos no tendré que sufrir sus pérdidas, no me acecharan sus fantasmas las noches que me queden.
De ese modo Delilah tomó una decisión, que le hizo sentirse sucia, cobarde. Iba a dejar que Basil muriera sin decirle un último adiós, iba a decepcionar a Eber. Le dolía y mucho, aunque eso era bueno, significaba que una parte de ella, la parte buena, aún no había desaparecido del todo.
Con el cuerpo más cansado que nunca, el corazón apesadumbrado aunque la cabeza clara, se levantó y siguió adentrándose en el bosque. A lo lejos le pareció escuchar una voz que gritaba su nombre, débil como la brisa, y la acalló como había silenciado a todo lo demás.
El hambre se hacía más patente y por mucho que buscaba en su marcha, Delilah no lograba encontrar nada comestible, las plantas que crecían allí eran aquellas que los paneles mostraban como venenosas. Pensó que podría ser una trampa del Capitolio, información falsa durante el entrenamiento para que tuvieran que luchar por la comida más adelante. No estaba dispuesta a probar su teoría aún porque aunque le dolía el estómago y sentía su conciencia flotar, no estaba lo suficientemente desesperada.
Después de varias horas, sufriendo el calor sofocante y húmedo creado por el invernadero en el que se movía, la nueva zona a la que llegó le hizo querer maldecir a todo aquel que le estuviera escuchando.
Frente a Delilah se extendía una gran superficie de arena blanca, que aun sin tocarla sabía que ardía bajo el sol del día. No había ni una sombra, ningún accidente en el terreno, ninguna planta. Solo se podía ver más allá una masa azul verdosa que supuso sería agua, pero agua salada.
Aquella zona era una condena a muerte, nada ni nadie podría aguantar en aquella zona ni medio día.
Mientras contemplaba llena de un ira descontrolada aquello que alguien había diseñado solo para que sufrieran, creyó ver algo en la periferia de su visión. Antes de que pudiera reaccionar algo le golpeó en el costado de la cara, seguido de un horrible crujido que sabía que provenía de su cabeza y de un dolor que le hizo vomitar en cuanto cayó al suelo de rodillas.
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La tributo con piel de lobo
FanfictionHa llegado la hora. Los quincuagésimo sextos Juegos del Hambre van a comenzar. Delilah Jones es una joven de 17 años que vive en el Distrito 8. Día tras día confecciona los trajes que los habitantes del Capitolio después llevarán, muy seguramente pa...